Madres solas: la discriminación que no cesa
Hubo un tiempo en el que la expresión “madre soltera” tenía connotaciones peyorativas, se pronunciaba con lástima o crítica, definía a una mujer con la vida marcada por un hijo del que un hombre ausente se había desentendido. La madre soltera era cuestionada, interrogada, denostada. Se cuchicheaba a sus espaldas. Se la culpaba. He vuelto a escuchar la expresión a raíz de la noticia sobre las becas comedor que la Comunidad de Madrid, presidida por Isabel Díaz Ayuso, denegó a las madres que no podían probar la existencia de un padre para su criatura. La exigencia de un certificado de fallecimiento, una sentencia de divorcio o un libro de familia en el que figure un progenitor masculino excluía de la ayuda a las madres solas por elección o por las circunstancias de la vida.
Como me he criado en un hogar monomarental y soy cabeza de familia de otro, soy consciente de la pervivencia de los prejuicios, la discriminación y la falta de ayuda institucional. En España hay casi dos millones de hogares con un solo progenitor, según el Instituto Nacional de Estadística, y el 81% están encabezados por una mujer. Mientras que las familias numerosas tienen múltiples ayudas, sea cual sea su nivel de renta, las madres solas con hijos tienen que librar batallas diarias por el reconocimiento de los derechos de los que disfrutan las familias tradicionales, a pesar de que el riesgo de pobreza es mucho mayor al depender de un solo sueldo. El final abrupto de la pasada legislatura dejó en el aire la Ley de Familias promovida por el ministerio de Asuntos Sociales de Ione Belarra, que consideraba como familias numerosas a las monoparentales con dos hijos, una demanda histórica de este colectivo, que vieron frustradas sus reivindicaciones.
La desigualdad, pues, no ha desaparecido: el bebé de una madre sola puede disfrutar de las 16 semanas del permiso de maternidad pero no de las otras 16 semanas de las que dispone cualquier niño de un hogar con dos progenitores. Las viudas con dos hijos son consideradas familias numerosas, las madres solteras con dos niños, no. Hay hasta mil euros de diferencia entre las desgravaciones fiscales de un hogar con padre y madre y otro monoparental, según un informe de la Asociación de Madres Solteras por Elección (AMSPE). ¿Cómo se las apaña, cómo concilia, cómo sobrevive una madre trabajadora cabeza de familia? Os lo cuento por propia experiencia porque no hay milagros ni misterios. Pagando. Sin ayudas. Haciendo equilibrios con un solo sueldo.
“Madre soltera” deja en la boca el mismo sabor rancio y clasista que “bastardo” y alude a la misma realidad: la supremacía de la familia tradicional de padre, madre e hijos comunes sobre cualquier otro tipo de familia. La discriminación no cesa en pleno siglo XXI, y lo hace también en las sociedades occidentales. En EEUU resurge con fuerza la narrativa matrimonial y hasta Barbie, el film supuestamente feminista sobre la muñeca de Mattel, se interpreta como una oda a la pareja tradicional, la unión de un hombre y una mujer. El economista Sam Peltzman vincula los niveles decrecientes de felicidad de los estadounidenses al hecho de que se casan con menos frecuencia y a edades más avanzadas. El analista de The New York Times, Ross Douthat, argumentaba hace pocas semanas que la explicación para la disminución de la felicidad entre los americanos, especialmente entre las mujeres, era “la falta de una unión fértil, del vínculo matrimonial”.
En 1950, casi el 80% de los hogares de Estados Unidos estaban compuestos por parejas casadas; en 2020, esa proporción de hogares había caído a poco menos del 50%. Solo un 30% de los estadounidenses entre 18 y 34 años están casados y el 37% de los menores vive con un solo progenitor. Estas cifras han dado lugar a una ola conservadora que aboga por el matrimonio tradicional y causa titulares como este de The Atlantic:“Take a Wife… Please!”(Toma una esposa… ¡Por favor!).
Brad Wilcox, director del proyecto Nacional de Matrimonio de la Universidad de Virginia, ha publicado un libro de gran repercusión mediática y título más que expresivo:Get Married: Why Americans Must Defy the Elites, Forge Strong Families, and Save Civilization (Casarse: Por qué los estadounidenses deben desafiar a las élites, forjar familias fuertes y salvar la civilización). Wilcox pide a sus lectores que hagan caso del viejo dicho que asegura que “puedes ser feliz con un gran matrimonio y una carrera profesional de mierda pero no con un gran trabajo y un matrimonio de mierda”. Hasta los demócratas se muestran a favor de la familia tradicional, asegurando que la izquierda se ha mostrado ciega ante las evidentes ventajas de los hogares con un padre y una madre. En EEUU se ha forjado un consenso transversal sobre este tema. La desigualdad de ingresos, la escasez de vivienda, los niños con dificultades y la infelicidad crónica tienen una simple y única solución: el matrimonio y la familia tradicional.
Melissa S. Kearney, economista de la Universidad de Maryland, se ha apuntado al nuevo relato del matrimonio como el nuevo bálsamo de Fierabrás, la panacea cervantina para cualquier dolencia. Su exitoso libro The Two-Parent Privilege (El privilegio de los dos progenitores) asegura que los niños de hogares monoparentales tienen más problemas de conducta, más probabilidades de tener problemas en la escuela o con la ley, nunca llegan a la universidad y tendrán menores ingresos cuando sean adultos. Es posible que sea verdad en EEUU, pero no porque el matrimonio sea el remedio a todos los males sino por la inexistencia de un estado del bienestar que garantice la sanidad y la educación universales y gratuitas y cree mecanismos para combatir la desigualdad. EEUU es el ejemplo de una tendencia que puede llegar a Europa: la existencia de una pequeña élite con estudios universitarios que monopoliza los mejores trabajos y mayores ingresos y una clase obrera con trabajos precarios y mal pagados. La conclusión final es que a esas élites les gusta la institución matrimonial, que tiene la doble virtud de contener el feminismo más combativo y preservar los privilegios masculinos. El gran éxito en redes sociales de la etiqueta #TradWife (Esposa tradicional) así lo atestigua.
Las razones por las que una madre cría sola a sus hijos son muchas y variadas y, en general, las mujeres se siguen casando y emparejando, aunque sea más tarde, varias veces o con personas del mismo género o una combinación de todas estas posibilidades. Todavía no hemos organizado un aquelarre mundial feminista cuyo mandato sea no vivir en la misma casa que un hombre ni permitirle criar a sus hijos, aunque algunos lo duden. Las madres solas, ya sea por elección o por obligación, sabemos muy bien lo que supone una maternidad no compartida, y la necesidad de redes y apoyo institucional para criar a nuestros hijos. No existe un único modelo de familia, ni un solo modelo correcto o adecuado. Hay todo un mundo de familias diversas, felices e infelices, y todas merecen el mismo trato.
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