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Fui yo

Me Too

José Saturnino Martínez García

Una campaña en redes sociales ha invitado a todas las mujeres que hayan sufrido algún tipo de agresión por el hecho de ser mujeres a que empleen la etiqueta “yo también” en las redes. De esta forma se puede visualizar que no es exagerado afirmar que todas las mujeres en algún momento han sufrido alguna agresión por el mero hecho de serlo. Los hombres no sufrimos agresiones por ser hombres, igual que los heterosexuales no sufren agresiones por su condición sexual.

Hay marcas asociadas a la identidad estigmatizadas, y a quienes no se nos estigmatiza nuestra identidad, nos cuesta ponernos en el lugar del otro. Hay quienes frivolizan (no es para tanto la queja), sin tener en cuenta que no se cuestiona un pequeño momento, sino una acumulación de anécdotas que se torna insoportable.

Hay quienes miran para otro lado, quienes lo entienden bien, y los que como yo, nos cuesta, porque sabemos que podemos apoyar a otras personas agredidas, pero que es mucho más difícil entrar en lo duro que debe ser que parte de la propia identidad sea considerada inferior o posible motivo de agresión.

En el caso de las relaciones entre hombres y mujeres, es raro que los hombres nos veamos a nosotros mismos como agresores. Muchas obras de ficción tienden a presentar al agresor como alguien sádico a tiempo completo, o cuya maldad es previsible, que ante determinados estímulos se comporta mal. Pero somos muchos que en algún momento hemos cometido una agresión, un insulto, un tocamiento… quizá solo fue una vez, o muy pocas. Quizá al día siguiente, o sobre la marcha llegó el arrepentimiento. Pero vale con que cada hombre haya tenido un par de momentos así para que dos mujeres hayan sufrido una agresión.

Para nosotros, podrá ser un recuerdo débil, mejor a olvidar, o puede que sea motivo para presumir de la propia masculinidad. Pero para ellas no. Si hacemos un promedio de un hombre cuya vida adulta haya sido de sesenta años, un episodio de agresión cada cinco años da para doce agresiones.

Si resumimos la vida de este hombre en una película de dos horas, apenas serán unos segundos del metraje del film. Pero como el unicornio de papel de Blade Runner, unos segundos son suficientes para cambiar el sentido de la película. En este caso es que los hombres vivimos en un mundo tranquilo en tanto que hombres, mientras que las mujeres viven en un mundo en el que continuamente se les recuerda que su identidad es peligrosa.

Todos como personas podemos sufrir agresiones, pero no todas las personas reciben agresiones por el mero hecho de ser quienes son. Esto es lo que muchos hombres blancos de clase media sanos y heterosexuales son incapaces de entender. Que te partan la cara por una discusión no es lo mismo a que te partan la cara por ser hombre, porque a los hombres nunca nos parten la cara por ese motivo. Pero a las mujeres, a quienes no son heterosexuales, a los miembros de minorías, sí se la parten por ser quienes son.

Aunque la frecuencia de las agresiones sea poca, como en el caso de Blade Runner, bastan unos segundos en la película de la vida que nos toca vivir para que toda la trama cambie. No hay que ser un agresor malvado a tiempo completo, como nos hace creer Hollywood, es suficiente con un momento, olvidable para el hombre, inolvidable para la mujer.

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