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El mandato de los establecidos

Yolanda Díaz e Ione Belarra en una imagen de archivo en 2021.

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De todas las deformaciones de la realidad, una de las más peligrosas es la que emana desde las alturas donde marcan directrices los establecidos. Añadida a las manipulaciones deliberadas, hacen complicado el proceso para estar verdaderamente informado: uno de los grandes problemas de la sociedad actual, dado que es vital conocer el terreno que se pisa, el ámbito en el que se vive, los quiénes y los porqués.

 El espinoso tema de la quiebra de Sumar está desviando demasiada atención sobre los problemas fundamentales de esta sociedad y el amenazante clima mundial en el que nos movemos. Pero es un ejemplo perfecto para ver la influencia de los establecidos en la creación de opinión que se traduce en hechos. La de fondo procede, desde luego, del establishment genuino, que se define como el “conjunto de personas, instituciones y entidades influyentes en la sociedad o en un campo determinado, que procuran mantener y controlar el orden establecido”. Establecido por ellos, claro está.

 Déjenme que empiece por el editorial de El País de este jueves 7 de diciembre. El regreso al Podemos ése que, dicen, “canalizó el descontento de la generación del 15M”. Veamos, de esa “generación” formaba parte de alguna manera el escritor José Luis Sampedro (94 años, entonces), cuyo manifiesto leyó en la Puerta del Sol a gentes de todas las edades la abogada y fundadora de ATTAC, Lourdes Lucía (entrada en los 60 como muchos de los que estábamos allí también). Esa simplificación que acota generaciones desvía radicalmente de la realidad. En el fondo no era sino el fin que debería primar en toda política que piense en las personas. Más moderno, más imaginativo. “No somos mercancía en manos de políticos y banqueros”, “nuestros sueños no caben en vuestras urnas”… y la protesta que partía de las primaveras árabes, que fue impulsada en la Francia de otro nonagenario -Stéphane Hessel- fructificó desde España hasta en Nueva York y en medio mundo.

 El 15M canalizó de muchas formas y se estrelló de diversas maneras: aquí el papel de los establecidos fue tan eficaz que invadió las urnas de votos para el PP de Rajoy que con sus brutales recortes nos convirtió en mercancía barata de sus políticos y sus banqueros a los que regó con nuestro dinero a fondo perdido. La siembra quedó, sin embargo, y millones de personas saben mucho más de los auténticos entresijos de este mundo.

 Y llega Podemos que, creado en enero de 2014, entra a formar parte del gobierno a los 5 años de su fundación en récord absoluto de éxito. A regañadientes de los establecidos, al principio; como objetivo a abatir, después. La pérdida de votos de Podemos no puede obviar ni el lawfare ni el mediafare, ni siquiera los rivalfare que han sufrido, tendentes a una destrucción personal también que no ha sido inocua. Ni olvidar tampoco la soledad ante semejantes agresiones. El peaje que los políticos de izquierdas han de pagar por serlo no tiene parangón. Y en ese contexto encajan las reacciones viscerales, las filias y fobias de doble dirección. Y, ahora, vuelven de nuevo los verbos cargados de metralla: “arrogarse la llave de la mayoría parlamentaria en busca de perfil propio” y las sempiternas culpas.

 No se entendió bien que desde Unidas Podemos ya en el gobierno, una vicepresidenta, Yolanda Díaz, se escindiera buscando una nueva formación política. A qué voces atendió en su proceso de escucha. Una gran negociadora, la política más valorada de España, algún error lastra lo que pudo ser y ha terminado no siendo lo que parecía. Y, de no esconder otros fines, se presenta como notablemente torpe prescindir de tal forma de Podemos dentro de Sumar al punto de dejarlo sin visibilidad. De la primera fila del gobierno al gallinero del Congreso. Y ahí se van, pero con más autonomía. ¿Sorpresa? Ninguna. No es entendible, la resistencia de materiales sigue reglas fijas.  Aunque hay que contar también con su resiliencia. Todo indicaba que se les señaló de continuo la puerta de salida. Se apuesta a quién ha sido más hábil y quién ha manejado a quién. Y quién perderá más a la larga. Se trata de que no sean los ciudadanos.

Resultan aborrecibles las bilis esparcidas en esta ruptura. El momento crítico, en el que una oposición convertida en jauría de perros rabiosos sin domesticar zancadillea cuanto puede en España desde todos sus brazos de poder. Cuando sigue habiendo tanto por hacer como para tengamos que lamentarnos de otras 55 muertes este año de mujeres asesinadas por la violencia machista. Y además, como sabemos, todo esto coincide con la preocupante dirección que está tomando el mundo. Y con el futuro de Europa nada tranquilizador tampoco, si en las elecciones de junio las llaves del inmenso presupuesto caen en todo o en parte, a manos de la ultraderecha.

 Hay que prestar atención en este tipo de acontecimientos al papel de los establecidos. Desde quienes mandan a quienes distribuyen. Un apasionado papel, por cierto, el de informadores tránsfugas del periodismo. Se multiplican por prensa, radio y televisión, y anidan en buena parte de las tertulias perniciosas. Sin sonrojo.

 No todos, por supuesto. El periodismo es un trabajo mayoritariamente precario, inseguro como tantos otros y mal pagado. Los sueldos y complementos millonarios recaen solo en una élite no siempre valorada por sus méritos profesionales. El problema es que los establecidos de toda condición no pisan la calle, no van o no miran el supermercado, las consultas médicas atiborradas, ni las lágrimas y el dolor ajeno. Y así no se puede conocer y entender la vida.

 Quienes venden bombas a los genocidas, o les amparan encogiéndose de hombros, no ven de cerca la sangre y el llanto de las víctimas como sí hacen sanitarios y periodistas, compungidos para siempre por la injusticia y la impotencia. No los tendrán en sus pesadillas.

El problema de los establecidos que huyen de entender a la izquierda real es que sacan del contexto a toda víctima de la guerra, el hambre o la injusticia. No los ven porque no los miran.

 La ciudadanía debería cuestionarse siempre quién les dice qué. Por qué y para qué ocurren cosas que parecen incomprensibles. Una sociedad madura puede hacer tanto por sí misma. Trabajo digno, remuneración justa, sin duda, pero hasta en esto los excesos son malos consejeros si implican perder el alma.

 

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