Maneras de trepar
1.
La semana pasada nos sorprendió con varias noticias en torno al arte de trepar. Una de ellas, protagonizada por “el pequeño Nicolás”, constituía una historia tan insólita y con tantas posibilidades que enseguida cautivó la atención de redes sociales, comentaristas políticos y guionistas de televisión.
Para quien no la conozca, resumo:
Se trata de un chico de veinte años que, moviéndose en los círculos del PP, consiguió acceder a la élite político y económica del país, haciéndose pasar por asesor de vicepresidencia y colaborador de diferentes organismos para presuntamente sacar provecho mediante tráfico de influencias. El martes se decretó el secreto de sumario, pero lo que ya está claro es que el hombre muestra una voluntad bien clara de comenzar cuanto antes a labrarse un futuro, trepando imparable hacia el porvenir.
Demasiado patoso para resultar inquietante como el Tom Ripley de Higsmith, el pequeño Nicolás se sitúa más en la estela del joven tímido de las novelas decimonónicas que llega a la capital dispuesto a comerse el mundo. Las peripecias de esta versión sosa de Lucien Chardon podría haber formado parte de La comedia humana de Balzac sin que se notara el paso de los siglos.
Sin embargo, y con todo, de la historia del pequeño Nicolás no me parece que sea él lo más interesante. Como protagonista siento que su historia la tenemos ya demasiado vista. En cambio, su aparición ha dado lugar a algunos comentarios hechos al paso por otros implicados que revelan la existencia de numerosos personajes secundarios dignos de atención. Ahí es donde yo veo el filón literario. Muchos cargos del PP a los que iba a saludar de forma familiar le seguían la corriente, por si acaso algo de lo que contaba era verdad. Estos personajes recuerdan al doctor Cottard de En busca del tiempo perdido, cuando no sabía si reír o llorar ante un comentario porque dudaba si había sido dicho en serio o en broma, y él no quería quedar mal. Otros sentían envidia de su posición: “A veces yo llegaba y él estaba sentado en primera fila, cuando a mí me habían puesto en la tercera o la cuarta”, relata un concejal madrileño aquí. Estos hombres hechos y derechos, con una actitud así ante un arribista casi adolescente, ¿no resultan patéticos y tiernos? Perfectos para una novela.
Lo que esta historia saca a la luz una vez más es la existencia de una estructura de poder desde la que se manipula y desde la que se enriquece una pequeña parte de nuestra sociedad. Lo que estamos viendo no son excepciones, como algunos pensábamos al principio. La excepción son los políticos que han sido honestos. Nunca me gustó el comentario de Einstein cuando le ofrecieron la presidencia de Israel en 1952. Dijo que él era demasiado ingenuo para la política. Pero ahora muchos nos sentimos igual. Las declaraciones ante el juez de Blesa y Rato sobre las tarjetas black son otro mazazo a nuestra ingenuidad. “No me llamó la atención porque era el 1% o 2% de lo que cobraba, no era una cantidad llamativa”, dijo Blesa. “Yo pensaba que esto era normal. Era conocido desde hacía 15 años”, dijo Rato.
En nuestro país, donde no tenemos una cultura de lo colectivo, el éxito siempre ha sido individual. El camino del trepa también. El pequeño Nicolás sólo pretendió formar parte del contubernio saltándose los previos, o sea, las cuatrocientas páginas de la novela decimonónica que preceden al final. Él es el espejo de esta sociedad: ambiciosa, analfabeta, ruin y mala. Una sociedad en gran parte compuesta por los que treparon al poder hace cuarenta años y ahí siguen, como puso de manifiesto otra noticia de estos días, el ensayo de Gregorio Morán, El cura y sus mandarines, que finalmente publicará la editorial Akal.
2.
Coincidiendo con la aparición de esta historia en la prensa, otro chico fue noticia esos días. Se trataba de Dany, de 22 años, nacido en Camerún. Su historia llegó a los periódicos porque tras saltar la valla de Melilla y caer en territorio español, fue golpeado y devuelto a Marruecos mientras estaba inconsciente. La ONG Prodein difundió el vídeo.
Estos jóvenes subsaharianos también persiguen sus sueños y trepan para conseguirlos. Como las autoridades han estrechado los agujeros de las rejas y no les caben los dedos para agarrarse y poder trepar por ellas, han diseñado una especie de gancho con el que poder hacerlo. Luego la policía enseñará esos instrumentos como prueba de violencia. Claro que son violentos. La situación es violenta, cómo no va a serlo si se juegan la vida. Y sus armas ponen los pelos de punta por la combinación de ingenuidad y pánico. Haciendo equilibrios a seis metros del suelo durante horas, utilizan sus escupitajos como armas químicas al grito de ébola, ébola. Los virus no se detienen en las fronteras. La violencia tampoco.
Estas personas, tratadas como delincuentes, no lo son en absoluto. No las empuja la avaricia sino la desesperación de quien pretende no ya buscarse un porvenir mejor sino buscarse un porvenir. También ellos reflejan la sociedad de donde vienen: desesperada, enfurecida y frustrada.
Me pregunto quién ganará en esa carrera hacia el futuro y cómo va a ser la batalla. Por lo menos que lo que venga no nos haga decir como Rodrigo Rato: “Todo estaba mal, pero yo no lo sabía”.