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Matanza de mujeres con sentido machista

Feministas durante la gran Marcha Estatal contra las Violencias Machistas en 2015.

José María Calleja

El latiguillo que acompaña habitualmente la información de mujeres asesinadas a manos de hombres con los que tienen, o tuvieron, un vínculo es una convocatoria bienintencionada a las mujeres maltratadas para que llamen a un número de teléfono, 016, que además de ser gratuito, no deja huella en la factura, se dice rutinariamente.

En ese aire contable con el que demasiadas veces se aborda la información de la violencia machista –“ascienden a…”, “un nuevo caso de…”, “esta víctima hace la número…”–, se subraya que la víctima no había denunciado previamente a su asesino, al que no siempre se llama así. De tantas mujeres asesinadas “sólo” la décima parte había denunciado, se repite machaconamente.

Da la sensación, con este enfoque, de que la mujer es en parte culpable de su muerte por no haber denunciado antes. Que si hubiera denunciado a tiempo, a lo mejor estaría viva. Hay más muertas que denunciantes, luego si hubieran denunciado, a lo mejor habría menos asesinadas. Si hubieran llamado a ese número, se sobreentiende, a lo mejor no las habrían matado. Como dijo una mujer estrella de la televisión: “Si no has denunciado, luego calladita”. (En la misma línea de ¿pensamiento? que: “Yo no soy ni feminista ni machista”, tan extendido como la estupidez, que se propaga a la velocidad de la luz, frente a la exasperante lentitud de lo razonado).

No hace falta haber hablado con muchas mujeres víctimas de violencia machista para saber el Himalaya que muchas de ellas tienen que soportar para pasar de lo evidente de su tortura a la denuncia. Una mujer víctima de violencia de género tiene su autoestima por los suelos, se siente vejada y humillada, y muchas veces piensa que su denuncia no resolverá nada. Me quedo como estoy, se dicen. Por no hablar de las mujeres víctimas de esa violencia machista que es la económica, que sucumben al maltrato por la extraordinaria dificultad de buscarse la vida libres de su torturador, por lo imposible de encontrar un trabajo o comprarse una vivienda.

El zafarrancho emocional en el que se ven atrapadas muchas mujeres que ya saben que son víctimas de la violencia de género es tremendo y explica que o bien no se llame al mencionado teléfono, o no se denuncie, o en pleno proceso judicial se retire la denuncia a la puerta de la vista oral ante las presiones de algunos hijos. La víctima acaba sintiéndose culpable. Hay mujeres que sufren esta tortura desde la noche de bodas y después de parir hijos, véase el asesinato de Ana Orantes, en 1997, después de denunciar las torturas de su marido en televisión y tras parir once hijos.

Eso en las mujeres que son conscientes de ser víctimas de violencia de género, que no son todas, o no lo son desde el primer momento. Hay muchas mujeres que se pasan años de tortura pensado que “mi marido me pega lo normal”, o piensan que el maltrato les pasa a otras, o no saben que son víctimas porque no han leído las palabras que las definen.

Los asesinos, en su gran mayoría, no sienten que hayan cometido un delito. Yo he matado a mi mujer, pero no soy un delincuente, dicen. (Lo cuenta Santiago Boira en Hombres maltratadores. Historias de violencia masculina, entrevistas a maltratadores encarcelados. Libro de conversaciones con los asesinos que debería ahorrar la actual gira del Gobierno por las cárceles españolas, preguntando a los criminales para establecer un perfil del asesino. El perfil ya está dibujado por centenares de asesinatos: es un hombre que está convencido de que su mujer es de su propiedad, un ser inferior, que le pertenece, que o es suya o no es de nadie).

Quizás tendría más sentido, para evitar una matanza que medimos año a año, que desde el Gobierno y desde todos los medios de comunicación se desprestigiara, en vez de a las mujeres asesinadas desde que tenemos estadísticas, la figura del hombre maltratador. Que se atacara al asesino, que no se pudiera decir como ahora: “Qué le habrá hecho su mujer para que él, que era un buenazo, acabara matándola”. Que no se pudiera decir que el asesinato de una mujer es “un sinsentido” (Rajoy, entre Copa y Giro), que es lo que se decía de los primeros asesinatos terroristas, cuando aún no se había ajustado bien el análisis de los crímenes etarras. No es un sinsentido que un hombre asesine a una mujer, tiene un sentido: es un acto machista, o eres mía o no eres de nadie. “Te voy a dar donde más te duele”, dijo un hombre que asesinó al hijo de “su” mujer hace unos días. Sentido machista.

El desprestigio social del asesino de la mujer con la que tiene o tuvo un vínculo, el rechazo de la matanza, la movilización contra los crímenes de mujeres. La violencia machista ha asesinado más que el terrorismo de ETA. Un recuento de asesinadas en medio de la indiferencia de la mayoría, sin una posición beligerante de todos los medios; este diario sí es beligerante.

Llevamos 31 mujeres asesinadas en este año, más de 800 desde que hay estadísticas, en vísperas de 2004, con la ley contra la violencia machista. Decenas de niños huérfanos, cuatro asesinados este año, los suficientes para que estos crímenes estuvieran en primer lugar en la agenda política. No es un sinsentido. Es una matanza machista.

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