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“¡El móvil! ¡Las gafas! ¡Se los podemos robar!”

(Bous al carrer) El momento del embolado de un toro en la localidad valenciana de Alfafar.
30 de agosto de 2022 22:06 h

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Según la imagen publicada por la usuaria Emma Zafón en twitter, el hecho ocurrió este 26 de agosto en Villahermosa del Río (Alto Mijares, Castelló). Un fin de semana de fiesta que celebrar torturando toros o novillos, como hacen tantos otros pueblos de España. Y corriendo con ellos a ver quién vence: si la fuerza bruta –o asustada de la res- o la brutalidad de los bípedos. La mayor parte de las veces el asunto se zanja con el toro despeñado o malherido, pero también ocurre que algún “héroe” sufra un accidente y sea él quién se caiga monte abajo. La voz de un niño contemplando la feliz circunstancia y viendo que podía aprovecharse de la situación para robar las pertenencias del caído remató la estampa de una España a erradicar, de un espíritu fuente real de muchos desequilibrios que sufre este país. Repasen: torturar por diversión, gozar con la violencia y el sufrimiento de un ser vivo y convertirse en descuideros de una desgracia para robar a la víctima. ¿Qué educación ha recibido ese crío, qué ha oído, qué ha visto? ¿Y los demás?

Como ya hemos comentado en otras ocasiones, España es uno de los pocos países en los que se mantiene el culto al toro, para martirizarlo midiéndose con él. En épocas remotas, otras sociedades compartían esta costumbre que fueron abandonando en el avance de la civilización. La lucha es más desigual de lo que parece. No es la fuerza frente a la inteligencia, como suele decirse, sino soltar a un animal grande que hasta entonces ha estado tranquilo en el campo, frente a una jauría humana en el caso de las “fiestas” populares o una plaza de la que no puede escapar. No sin riesgo para los participantes: este año, se ha batido el récord de muertos (7) y heridos (más de 300) en la Comunitat Valenciana en donde gozan de gran aceptación. Las imágenes de la barbarie se multiplican en numerosos lugares, de cualquier modo. En otro festejo español, el pobre animal baja de una camioneta, con miedo, para ser perseguido, apaleado y hasta prendido fuego en sus cuernos por una manada de bestias humanas que le aguardan.

¿Qué tienen en el cuerpo los seres que se divierten así? Pues probablemente lo mismo que lleva a tantos otros a no apiadarse del dolor humano, de la injusticia que se ceba con tantos desvalidos. Los que se creen mejores y dueños de una tierra que no es suya y que ahí se quedará cuando desparezcan como mejor evidencia.

Pero atendamos también al grito del niño: no sabe si el accidentado vive o no, pero sí que en la caída ha perdido un par de cosas valiosas para él. ¿En ese nivel de pobreza vive? ¿Material o ética?

Estamos inmersos en una situación difícil. Con soluciones que torpedean quienes solo miran por su provecho a costa de quien sea y como sea. Y partimos de esa especie de gen ladrón que inventó y se enorgulleció de la picaresca española. Porque ahí sigue, arraigado en los vicios de este país, tal cual, haciendo rotos inmensos en nuestra dignidad como pueblo. Todo crece desde una base y la nuestra evidencia graves anomalías de las que conviene ser consciente. De arriba a abajo de la serie, vemos hacer o querer hacer lo mismo. Aprovecharse de la buena voluntad de los votantes para saquear el dinero de todos, o invertirlo en beneficio de los amigos y posibles contraprestatarios mientras, además, se priva o merman servicios esenciales a la mayoría. Los que usan, abusan y prostituyen el periodismo para servir unos intereses que nada tienen que ver con la información, y que llegan a alterar el resultado de las urnas. Los comprensivos que admiten estas prácticas con excusas inadmisibles desde la ética.

Dirán que es demasiado extrapolar el salvaje divertimento de la tortura animal o el grito de un niño que llama a aprovecharse de un accidente para robar, pero aclara mucho más de este pueblo que mil tratados. Sin duda explica por qué nos estemos dejando destruir la sanidad pública, por ejemplo, entre aplausos a los ejecutores. Por qué no se quiere relacionar el aumento de la mortalidad en España con ese deterioro evidente, aunque sea parte de la causa. Que ni siquiera pase factura la desatención médica que llevó a la muerte a ancianos indefensos durante la pandemia en aras de prelaciones de rentabilidad muy selectivas. O que la corrupción no sea castigada en las urnas. Que se mire para otro lado ante tremendos atropellos. Que se insulte brutalmente a personas que ni conocen en las redes solo por ceguera fanática. Que se llame renovar un partido a rescatar a condenados por corrupción. Y que no pase absolutamente nada. Que la justicia sea tan injusta a menudo o que se pueda secuestrar el poder judicial caducado en tiempo interminable y abusivo, sin consecuencias. Que los medios al servicio de estas tácticas mientan y desfiguren la realidad con soltura. Y todo ello con total impunidad. ¿Qué ocurre con esa España que además es la que más envanece a sus protagonistas, la que quiere dar nombre a todos para vergüenza de los ciudadanos honrados?

Posiblemente es una relajación ética secular que ha hecho de aprovecharse del débil una virtud y ha admitido atracos, malversaciones, prevaricaciones, abusos de todo tipo, desde altas cumbres soberanas, al clero, la empresa, la justicia, los medios… sin piedad, ni remordimiento. Y, en alto grado, de esa sociedad que lo consiente. Lo que pudre España desde tiempos inmemoriales es la indecencia.

Vienen tiempos duros, decíamos, por no oír las advertencias sobre todo, por no querer oírlas. ¿Cómo afrontamos los retos de envergadura con esa gente que hace de la trampa su modus operandi? Todo se resiente, es como intentar emprender una carrera con la tibia y el peroné rotos. La democracia, por supuesto, es la suma de diferentes voces y acentos, el problema surge cuando no se cree seriamente en ella y se la utiliza para envilecerla y dañar la convivencia. Sin duda, todas las sociedades sufren estos especímenes, pero quizás no tantos, durante tanto tiempo, con un alto grado de tolerancia y dejando profunda huella. Alguna vez habrá que tomar medidas.

El lobo está entre nosotros, solo espera el momento de saltar y asaltar. Pero de eso ya hablaremos otro día. Busquen las raíces, atiendan en particular a las podridas porque aún se puede limpiar y prender con ellas una hoguera en una noche de San Juan fuera del calendario, que no todas las fiestas son salvajes. Decencia y limpieza, valor y dignidad también están en los genes de esta sociedad, no esperemos a que emerjan por sí solas porque cada vez queda menos tiempo.

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