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El neoliberalismo progresista del PSOE

Pedro Sánchez y Albert Rivera en su reunión en el Congreso.

Economistas Sin Fronteras

Francisco Cervera —

Recién acabado el maratón electoral, el panorama político español ha quedado listo para los posibles pactos que permitan la gobernabilidad de las distintas instituciones. En el caso del gobierno del Estado, y tras los resultados de las elecciones, el PSOE requiere el apoyo de otros grupos para gobernar y las dudas se centran en quién le apoyará y, además, en la forma en que se plasmará ese apoyo. Desde los medios y equipos de comunicación de los partidos nos afirman que el pacto natural sería PSOE con Unidas Podemos. Pero en este artículo sostengo que este pacto no es tan lógico ideológicamente (los indicios así lo muestran) y que la opción PSOE-Ciudadanos tendría mayor fuerza y coherencia.

Para explicarlo, hay que encuadrar el hecho a explicar en un contexto histórico determinado. Venimos de la crisis de lo que conocimos como Capitalismo Democrático, basado en tres principios que se interrelacionaban equilibradamente como eran el de propiedad, el de participación y el de limitación. El equilibrio estaba basado en una serie de instituciones coaligadas y con un enemigo exterior que aconsejaba no romperlo. La entrada a partir de los 70 del siglo pasado en la fase neoliberal del capitalismo provocó el desequilibrio entre los tres principios anteriores y el fin de las políticas keynesianas, que serían sustituidas por unos principios económicos planteados por Hayek.

En este contexto de desequilibrio, la clásica socialdemocracia no encontraría combustible para sus políticas y se embarcó en la tercera vía a lo largo de los 90 y primera década del siglo XXI. Este camino que se recorrió llevó a una simbiosis entre las derechas y las izquierdas en cuanto a lo económico que facilitó el proceso globalizador y la financiarización económica. La estadounidense Nancy Fraser lo ha denominado “Neoliberalismo Progresista”, y en EEUU llevó a la imperceptible diferencia entre los Bush y los Clinton-Obama, mientras que en Europa se denominó la Gran Coalición. Como consecuencia de este proceso, los partidos socialdemócratas perdieron mucho de su poder en Europa. La explicación parece encontrarse en que los votantes de estos partidos han sido en gran parte los perdedores del proceso globalizador y la falta de contundencia en la respuesta, e incluso, complicidad en las medidas que nos han llevado a este punto, parecen ser las razones.

Ante estos acontecimientos resurgieron los partidos de extrema-derecha y una especie de partidos socialdemócratas de vieja estirpe, como han sido Syriza y Podemos, que han chocado de lleno con la arquitectura institucional neoliberal. Al menos, los nuevos partidos han obligado a reorganizarse ideológicamente a los antiguos y, en el caso de los de izquierda, han aparecido unos líderes que se han hecho con las riendas de sus organizaciones bajo discursos socialdemócratas clásicos. Bernie Sanders, Jeremy Corbyn y Pedro Sánchez, con sus matices, han recuperado ese viejo discurso, al menos, hasta que uno de ellos ha tocado poder. Dentro de este reposicionamiento en el espectro ideológico podemos situar la batalla que se desencadenó dentro del PSOE y que se alzó con la victoria de Sánchez. Los dos corazones que se enfrentaron fueron el socioliberal de Díaz con el socialdemócrata de Sánchez. Tras la victoria de este último, algunos de los defensores de la primera han saltado del barco hacia el partido que, en principio, defendía esas ideas, Ciudadanos (Joan Mesquida, Soraya Rodríguez, Celestino Corbacho, son ejemplos conocidos). Si nos quedáramos en este punto, parecería que el pacto entre socialdemócratas, PSOE y Unidas Podemos, sería lo más normal.

Sin embargo, algo que hemos aprendido a lo largo de estos años, es que la historia y los acontecimientos que la conforman son cambiantes y, en este entorno, aún más. Es necesario, por tanto, preguntarnos hacia dónde vamos y, en concreto, hacia dónde va la izquierda. Y para ello, he considerado que un buen debate es el que se produjo entre Jürgen Habermas y Wolfang Streeck. Este último, en su libro Gekaufte Zeit. Die vertagte Krise des demokratischen Kapitalismus esgrimía una serie de razones que explicaban de dónde veníamos y qué había provocado la crisis europea, criticando, con cierto estilo, las posiciones defendidas por Habermas y Offe por demasiado confiadas con el sistema económico capitalista y el control keynesiano imperante en aquellos finales 60 y principios de los 70 del siglo XX. Las perspectivas futuras que esgrime Streeck son muy pesimistas en cuanto prevé, ante la falta de una alternativa viable y organizada, unos años de crisis permanente hasta que el sistema implosione por las propias contradicciones. Para evitarlo, el autor considera que hay que recorrer hacia atrás el camino andado hasta la integración económica y volver al control del Estado nación. Por el contrario, Habermas considera que Streeck está demasiado condicionado por el determinismo marxiano (aunque su crítica carece de los elementos necesarios para considerarse marxista). Como salida, se apuesta por una mayor integración, pero no sólo económica, sino más social, reforzando las instituciones de gobierno compartidas.

En mi opinión, Habermas pretende continuar por el camino que define su obra: el consenso y el diálogo. En este espacio, podemos encontrar al PSOE. Este partido ha decidido, tras las generales de abril, rellenar el espacio que ha dejado Ciudadanos en el centro, lo que le ha devuelto al discurso previo a la victoria en las primarias de Sánchez, y construir una mayoría, pero sin romper nada. Esos consensos los puede encontrar en términos de libertades individuales, como el feminismo liberal, los derechos LGTBIQ, etc. También, en la lucha contra el cambio climático, pero desde posiciones de mercado. Por el contrario, parece lejos del discurso socialdemócrata clásico pues se opondría a la esencia del progresismo, a ese Estado nación coaligado con otras instituciones como, por ejemplo, los sindicatos, para volver a democratizar el capitalismo. No estoy diciendo que se oponga a esa democratización, pero sí a esa vuelta al pasado.

Los indicios parecen mostrar que el PSOE quiere mantenerse fuerte en el extremo-centro y con ese fin ha virado el discurso. Ya no se habla de derogar la reforma laboral, ni siquiera de revertir aquellas partes más lesivas. Ni se ha nombrado el artículo 135 de la Constitución. Las pensiones están garantizadas, pero sólo para los actuales pensionistas, los futuros veremos lo que pasa. Unidas Podemos no parece que pueda aceptar este cambio discursivo. En cambio, Ciudadanos lo podría hacer sin modificar ni un ápice lo que siempre ha defendido. Los economistas de PSOE y Ciudadanos tienen muchos puntos de coincidencia, sólo hay que ver las reacciones ante el abandono de Toni Roldán y los mensajes de apoyo que ha recibido desde el partido progresista. Podréis rebatir que la posición de ambos partidos en cuanto a fiscalidad es muy diferente, pero para eso ya tenemos a la arquitectura europea que lo minimiza. El neoliberalismo “progresista” no está muerto, al menos en España.

Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión del la autor y esta no compromete a ninguna de las organizaciones con las que colabora.

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