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El notario antes del sexo

Una pareja.

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Llevo días leyendo comentarios sobre cómo la nueva ley de garantías de libertad sexual va a suponer que la mujer tenga que firmar una declaración de consentimiento, ante notario trajeado, antes de tener una relación sexual: “Yo declaro, en mi libre voluntad y sin coacción de ningún tipo, que deseo mantener esta relación sexual que a continuación va a ser iniciada”. En cuanto al notario suponemos que aparecerá antes de los preliminares para que la situación no sea del todo incómoda, porque, sin embargo, no hay ninguna incomodidad en necesitar una carta certificada para desentrañar el insondable misterio de la reciprocidad. 

“¿Cómo sabremos si una mujer consiente o no consiente si no dice ”sí quiero“ o ”no quiero“ a partir de ahora?”, también he leído. Me pregunto qué clase de relaciones sexuales tienen aquellos que no saben interpretar los gestos, las acciones o el lenguaje corporal de una persona con la que pretenden acostarse. A qué clase de relaciones sexuales estás acostumbrado para interpretar el consentimiento como algo meramente verbal, digno de sellarse con una firma o de ser consultado con verificadores internacionales.   

Hasta ahora, el concepto de consentimiento estaba atado a cuestiones demasiado físicas como la ausencia o presencia de resistencia o a la carencia o existencia de dolor en el acto sexual. Y así, hemos escuchado reiteradamente cuestiones en juicios sobre cómo iba vestida la víctima, sobre si se resistió lo suficiente, sobre si cerró poco o mucho las piernas. En este sentido, la nueva ley establece que el sí es el único modo de consentir, y el sí no es algo únicamente verbal, el sí consiste en “manifestar libremente mediante actos que, en atención a las circunstancias, expresen de manera clara la voluntad de la persona”. La nueva ley también hace hincapié en la posibilidad de revocar el consentimiento porque, y aunque esto sorprenda a algunos, iniciar una relación sexual no significa que ésta no se pueda detener en algún momento.  

Francamente, me sorprende (y preocupa) que el consentimiento sea visto como la pared de un rocódromo, una especie de traba burocrática a la hora de tener relaciones, en lugar de una transacción necesaria y saludable. Principalmente porque el diálogo honesto debería ser la clave de cualquier relación sexual. Respetar los límites de la otra persona, saber qué hace que se sienta incómoda, insegura, molesta, qué le gusta, qué quiere, dónde hay que parar, dónde se puede seguir, debería ser la clave de cualquier relación sexual saludable. En definitiva, algo tan lógico como detectar el deseo en el otro y verificarlo, no priorizar el placer propio sobre el ajeno. A fin de cuentas, el sexo no debería ser interpretado como algo que “extraes” de tu pareja sexual, sino como algo que haces y experimentas junto a ella. 

Se habla a menudo de que los jóvenes necesitan más educación sexual en las aulas y en sus casas, que existe una anestesia global inoculada por el porno. Estoy de acuerdo. La educación sexual de muchos jóvenes se sigue limitando a unos dibujitos en sus libros de texto sobre la situación de las trompas de Falopio o de los ovarios. Así que muchos de ellos están creciendo sin saber qué es el deseo, el respeto por los límites personales o dónde está la frontera del consentimiento sexual. El problema es que, además, hay muchos adultos que tampoco parecen saberlo. 

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