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En un país no tan lejano

Barbijaputa

La concepción que tiene nuestra sociedad del amor romántico no sólo nos influye en la forma en la que mantenemos relaciones sentimentales sino que también genera violencia de género, además de perpetuar el patriarcado. Desprenderse del mito del amor romántico es imposible si no eres consciente del sometimiento al que te empuja pero, incluso identificando el peligro que supone esta concepción de las relaciones, su desaprendizaje es también muy difícil. Básicamente porque hemos crecido en una sociedad donde el “quien bien te quiere te hará llorar” se ha impuesto siempre como consuelo a nuestra tristeza cuando nos han tratado mal. Y donde películas y libros, entre otros, nos han enseñado que aguantar el maltrato psicológico o físico es sinónimo de amar de verdad a alguien. Y nos lo enseñan desde pequeñas.

Por poner un ejemplo: La Bella y La Bestia, que fue una de las películas de la infancia de mi generación. El mensaje que supuestamente querían darnos era, a priori, noble: no importa cómo seas por fuera, lo importante es cómo seas por dentro. Ya. Pero lo cierto es que su protagonista masculino, Bestia, no sólo era feo por fuera, era también una bestia por dentro que recluyó en la torre más alta de su castillo a Bella, la prota femenina, a la que encerró con llave para que no escapara a su control. Bestia no era una bestia realmente, querían darnos a entender, sino sólo el producto de una hechicera (las mujeres, cómo somos) que le había echado una maldición a un apuesto príncipe. Él, amargadísimo por su nueva condición, se volvió autodestructivo y agresivo, como es normal y nadie puede discutir (a pesar de que el resto de sirvientes que corrieron la misma suerte y fueron reducidos a objetos sin comerlo ni beberlo se tomaron el hechizo con bastante filosofía), convirtiéndose Bella en el centro de su furia. Sí, ella. ¿Por qué no?

Que desde pequeñas nos enseñen esta forma de relacionarnos no cae en saco roto. Asimilamos la información y la reproducimos. Y cuando crecemos y nuestra pareja se muestra celoso y agresivo, lo identificamos como un síntoma de que nos quiere de verdad, nada que ver con que sea un inseguro o tenga problemas para gestionar su ira (ira que, por otra parte, no sabe gestionar porque a él también le han enseñado a que ésa es la forma en la que puede y debe comportarse). Porque un hombre de verdad, sea príncipe o sea bestia, debe marcar bien el territorio, imponer su voluntad, coger por la muñeca a su chica y zarandearla. Porque así es como se demuestra el amor. El amor romántico. El de verdad.

Pero eso no es todo, porque cuando Bella consigue escapar del castillo y encuentra por el camino a otras bestias (en este caso lobos), Bestia sale en su búsqueda y la salva de una muerte segura. En la pelea con los lobos, él queda abatido en el suelo y ella casi aprovecha para continuar con su huida. Pero no lo hace. La culpa de dejar a quien acaba de salvarla, a pesar de que él la maltrató en primer lugar, no se lo permite. Así que permanece a su lado. El amor es así.

Millones de niñas en todo el mundo hemos crecido con mensajes de este tipo, mensajes que nuestros padres tampoco identificaron como dañinos y que disfrutaron a nuestro lado. ¿Cómo va a ser perjudicial para nosotras esta historias si a nuestros padres, nuestros referentes, les encantan? Nadie nos dijo durante esta o cualquier otra película: “¿Sabes qué? Bella debería haber montado en ese caballo y huir, nadie que te grita, te encierra y te humilla merece una segunda oportunidad”.

Porque por mucho que todas estas historias infantiles (y más adelante no tan infantiles) empiecen con un “en un país muy lejano”, lo cierto es que las sentimos muy cercanas. Tan cercanas como que luego las reproduciremos nosotras mismas. En este punto una se pregunta si no es buen momento ya para dejar de preguntarnos por qué tantas mujeres maltratadas no denuncian o no huyen de sus casas. Porque el maltrato real es muy similar a lo que vemos como amor en cualquier ficción: un maltratador no es siempre malo. Un maltratador puede ser despiadado pero también puede protegerte de otros daños, todo metido en un gran saco que pone: AMOR DE VERDAD. El amor lo mismo te encierra que te salva de los lobos, no el maltrato, el maltrato es otra cosa. Si nos venden el maltrato como amor verdadero, ¿cómo vas a huir en vez de aguantar hasta que él cambie? Porque claro, también nos han enseñado que él cambia, que la recompensa por tu amor y tu paciencia lleva siempre a la felicidad eterna.

En La Bella y La Bestia, la bondad y la paciencia de Bella también tienen su recompensa: al final, él deja de ser una bestia, deja de maltratarla, de encerrarla, de gritarle. Porque ella lo merece, se lo ha ganado (esto también se repite: las perdices siempre llegan tarde o temprano, ya verás, tú aguanta, el final justificará todo lo anterior, etc). Y Bestia no sólo deja de ser una bestia por dentro, sino que también deja de serlo por fuera porque el amor de Bella rompe el hechizo de la malvada bruja. (Y con este final se cargan hasta el mensaje que querían inocular desde el principio: da igual cómo seas por fuera. Fíjate si daba tanto igual que al final son todos guapos. El amor romántico, que lo puede todo).

En un país no tan lejano, las mujeres maltratadas psicológica o físicamente han sido enseñadas, como todas, a aguantar. Porque ellos son así y no son siempre malos, a veces son buenos, y esa pasivo-agresividad de ellos que hemos aprendido a identificar como buena, realmente es la que nos mina la autoestima y nos hace vulnerables, incapaces de tomar una decisión, de pensar con claridad.

Si además le sumamos que hemos aceptado que el amor es así, que duele, que si no nos hacen llorar no nos quieren, que si no sienten celos es que les damos igual… la situación de sometimiento es completa. Y no es que tengamos una relación que es un problema sino que no es el final, porque si tú lo haces bien y aguantas, “al final, él cambiará”. Esto nos carga además de una responsabilidad que no tenemos: nos hacen creer que la solución está en nuestra mano, que el control puede ser nuestro. Y si no consigues ese final con perdices, también es tu fracaso.

Hoy sólo estamos hablando de una peli infantil, pero los mensajes relacionados con el mito del amor romántico están por todos sitios, es imposible no verlos una vez que eres consciente. Lo bueno de empezar a percibirlos es que ya hemos comenzado, sin darnos cuenta, un proceso de deconstrucción del concepto dañino de amor que nos han enseñado. Y este es un buen comienzo para dejar de creer en esos finales.

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