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Pedro Sánchez en versión doblada

Pedro Sánchez, en un acto del PSOE este fin de semana.

Miguel Roig

Hubo un tiempo en el que en este país el sujeto progresista era pensado por Iñaki Gabilondo. Corrían los años de la segunda legislatura de José María Aznar, una época en la que una mayoría absoluta como la de hoy llevó al expresidente a alcanzar picos de crispación con los nacionalismos –ahora Mariano Rajoy disfruta esa herencia con el problema catalán candente en sus manos– y a salir en una foto, la de las Azores, que ya es un icono del inicio de una guerra absurda en nombre de unas armas de destrucción masiva que nunca existieron. (Posiblemente ya no existirán en ninguna parte porque, como asegura Andrew Sheng, titular de la autoridad bancaria china, “los físicos y los matemáticos dejaron de desarrollar nuevas tecnologías para la guerra fría y ahora trabajan para aplicarla en los mercados financieros: crean armas financieras”.) Gabilondo, por entonces, ante alguna salida de tono inesperada en él, solía disculparse diciendo que el expresidente Aznar “sacaba lo peor de mí”. A las siete, puntual, cada mañana, leía su editorial que después, a lo largo de la jornada, era asumido, repetido y matizado por los tertulianos orgánicos del socialismo e incluso por los mismos políticos de aquello que pretendía ser la franquicia española de la tercera vía laborista diseñada por Anthony Giddens en la London School of Economics.

Aznar consiguió batir un record de incomparecencia ante un medio ya que en ningún momento de sus dos legislaturas ofreció una entrevista a Gabilondo, el periodista que le preguntó a Felipe González si era la X del GAL.

Así estaban las cosas por entonces. Asumir que se era pensado por Iñaki Gabilondo daba un poco de reparo ya que suponía poner en evidencia la pereza intelectual o la carencia de un ideario sólido para el ala progresista del bipartidismo. Pero, como opina el filósofo José Luis Pardo, ya entonces estábamos ante una disyuntiva temible: el ilusionismo o el realismo contable. Según Pardo, después de deponer el idealismo en aras del pragmatismo (etapa asumida por el PSOE en los ochenta que con Felipe González alienta un programa abocado a alcanzar resultados tangibles tanto electorales como sociales y económicos), el socialismo abandona este perfil para alcanzar en los años de Rodríguez Zapatero el ilusionismo. Muta, en esta etapa, ideales por ilusiones, acercándose, sin pretenderlo, al manifiesto de la ONCE: la ilusión de todos los días. Un proyecto “ilusionante” para unos ciudadanos “desilusionados”. El realismo contable, por su parte, sería, según Pardo, el que enarbola el sector conservador, que propone hacernos ricos a fuerza de empobrecernos con pérdida de empleos, reducción de salarios y pensiones, reducción de servicios y recortes sin límite a ese intangible que llamamos bienestar o, mejor, supervivencia.

Pedro Sánchez, nuevo líder del socialismo español, pareciera embarcado ahora en abandonar el ilusionismo para protagonizar el relato de un populismo catódico, es decir, defender el bien común no ya desde el Estado sino desde la telerrealidad.

Belén Esteban ocupó casi todos los espacios del reality show, incluso en la relación del género con lo público.

El 26 de abril de 2010 se emitieron en Sálvame las imágenes de Belén Esteban entrando con una amiga personal a las dependencias de la Consejería de Vivienda de la Comunidad de Madrid para ser atendidas por el entonces viceconsejero de Vivienda y Suelo, Juan Van-Halen. En los días anteriores a este encuentro, Esteban había denunciado que su amiga llevaba diez años pagando un piso de un proyecto en el que la Comunidad de Madrid había cedido el terreno a una cooperativa que aún no había entregado las viviendas. La Administración actuó rápida de reflejos al citar a Esteban a un encuentro y evitó así amplificar una denuncia que en manos de los protagonistas del reality show podría tener efectos imprevistos. Ni bien Esteban denunció la situación en su programa, los medios de comunicación interpelaron nada menos que a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, quien no quiso hacer declaraciones al respecto pero inmediatamente la máquina burocrática se movió de manera ágil.

Lo curioso es que de la misma manera que el reality convierte en algo inútil una intervención política, y así acentúa la impotencia de la crítica del público, esta denuncia en lugar de convertirla en un revulsivo capaz de intimidar a la burocracia ratifica su arbitrariedad en la gestión pública. Cuando Belén Esteban sale de su entrevista declara que la Comunidad no tiene ninguna culpa en esta situación, que “todo está en manos de una cooperativa y todo hay que hacerlo judicialmente y ellos [la Comunidad de Madrid] lo único que hacen es ayudar al ciudadano”. Y concluye, “Aquí puede venir todo el mundo a informarse”. Al fin, lo que le interesa a la cadena de televisión es la capacidad de movilidad de Belén Esteban y esto es lo que publicita de cara al público y, por qué no, al poder con el cual comulgará –cosa que queda clara en esta experiencia– pero al que no evita advertirle de su potencial mediático.

Esteban accede a una instancia que le está vedada al ciudadano, pero en los hechos se equipara con él porque nada consigue. A través de este movimiento, la administración se reafirma en su propio desdén, pero ahora sumando un matiz de perversidad. El mensaje es que, ni aún teniendo acceso privilegiado a quienes tienen capacidad de decidir, se obtiene resultado alguno. Lo deja claro Esteban en sus declaraciones cuando dice, “Aquí puede venir todo el mundo a informarse”. Sólo a eso.

Sin la pericia mediática de Belén Esteban y víctima de un equipo de comunicación poco perspicaz, Pedro Sánchez sale al aire telefónicamente días pasados en el programa Sálvame y su conductor, Jorge Javier Vázquez vive un momento de gloria al escuchar los argumentos de Sánchez para convencerle a seguir votando –confiesa haberlo hecho siempre– al PSOE. El nudo del relato son las corridas taurinas y los alcaldes socialistas que respaldan las fiestas populares en las que son maltratados los toros. Lo curioso no es solo que Sánchez se preste a este pase de telerrealidad, lo que realmente asombra es que no le escuchemos, ya que su voz no es emitida al aire y sus argumentos son referidos a la audiencia por Vázquez. Si Walt Disney hizo hablar a los animales, Jorge Javier Vázquez ha logrado doblar a un político.

Una de las primeras decisiones del equipo de Pedro Sánchez fue negarse a debatir en televisión con Pablo Iglesias y enfrentarse a Podemos a través de un equipo de técnicos para discutir con referentes de la plataforma sobre distintos temas. Eso es una disposición de principios y una renuncia clara a lograr la hegemonía política en primera persona.

No es fácil para Sánchez salir a la arena con una promesa de primarias en el aire, un respaldo más fuerte del aparato que de la calle, argumentos económicos que ni siquiera rozan el problema de la deuda –eje de esta situación crítica– y la herencia del “ilusionismo” citada por José Luis Pardo. Pero mucho peor, aún, es ocultarse detrás de la voz del interlocutor de Belén Esteban.

Así están las cosas.

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