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Otra política y otra derecha

El presidente del PP, Pablo Casado.

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Cuenta Ignacio Urquizu en Otra política es posible (Debate) que todas las experiencias vividas desde que llegó a la esfera pública en 2015 como diputado del PSOE al Congreso le llevan a pensar que hay otra forma de ejercer la responsabilidad política. Dice que “es posible rehuir la polarización y la crispación y, además, obtener como respuesta la confianza de los ciudadanos”. Otra cosa es que nos hayamos acostumbrado “a demonizar al adversario, a los posicionamientos extremos y a la negación del que no piensa como nosotros”. 

Urquizu, doctor en Sociología por la Universidad Complutense y alcalde socialista de Alcañiz (Teruel), ha escrito un ensayo que defiende exactamente todo lo contrario a lo que vemos cada día en el Parlamento, esto es la búsqueda de los puntos de encuentro y la empatía, a pesar de que la historia reciente nos demostró que quienes alguna vez siguieron esta pauta fueron cuestionados por los suyos, señalados por los contrarios y ridiculizados por los medios de comunicación, siempre prestos al combate, la trinchera y el alineamiento.

En la política actual no hay posibilidad de transacción. Todo es negro o todo es blanco. Los grises no existen y los matices son un invento de los denostados equidistantes. Así nos va. Septiembre ha arrancado como se marchó julio, con la misma polarización, idéntica crispación y parecida fatiga. 

En tres semanas, la derecha ha vuelto por donde solía, al Apocalipsis de cada día. Todo mal. Todo negro. Si el Gobierno no toma decisiones ante el desorbitado precio de la electricidad es porque es incapaz de meter en cintura a las eléctricas. Si aprueba un paquete de medidas para limitar sus beneficios, reducir impuestos y topar el precio del gas, como ha hecho esta semana para abaratar el recibo de la luz, es por su influjo bolivariano y porque quiere confiscar el dinero de las empresas. Si Sánchez preside la mesa de diálogo entre Gobierno y Generalitat, se trata de una infamia con la que el presidente ya se ha rendido ante los que jalean a los terroristas y quieren dinamitar España. Con un partido para el que el diálogo es cesión y el acuerdo, una rendición intolerable, poco margen hay para esa otra forma de hacer política que reivindica Urquizu y que comparte esa zona templada del electorado, que no es el centro político, sino el grueso de una ciudadanía que sólo quiere soluciones a los problemas.

En su afán por pulverizar cualquier acción del Gobierno, la derecha de Casado ha cuestionado hasta la exitosa campaña de vacunación contra la COVID-19, renunciando así a apuntarse un mérito que no le es ajeno porque corresponde también a los gobiernos regionales que presiden. En su excéntrica estrategia, ante la “guerra de la luz” se ha situado no del lado de los consumidores sino de las eléctricas, que son en este 2021 tan impopulares para los españoles como lo fueron en la crisis de 2011 las entidades financieras. A eso se le llama saber hacer amigos.

Con tal de confrontar, el PP ya pelea hasta consigo mismo y se autolesiona en público sin necesidad de que sea la izquierda quien lo ponga frente al espejo de su pasado corrupto. Teo García Egea ha pronunciado la palabra prohibida por Casado para recordar a la entrometida Esperanza Aguirre el resultado putrefacto de la acumulación de poder orgánico e institucional que ostentó durante lustros y ahora demanda para Ayuso: corrupción.

Otra política es posible, sí, si hubiera otra derecha que hiciera una oposición responsable; que no bloqueara la renovación de los órganos constitucionales; que cumpliera con el mandato de la Carta Magna; que antepusiera el interés general al partidista, que defendiera a los ciudadanos frente a las eléctricas, que no buscara culpables sino soluciones para la reconexión de Catalunya con el resto de España; que reconociera el diálogo como principal instrumento en democracia; que participara de acuerdos de Estado... y que no diera cada día un festival de extravagancia política e incontinencia declarativa. Para hacer otra política haría falta otra derecha que no es la que representa Casado con su diaria ración de garrotazos. O que el Gobierno venza de vez en cuando esa tentación de polarizar para sacar partido del auge de la extrema derecha. Y que otra derecha, la independentista del partido de Puigdemont, deje de lado su enésimo intento de boicotear la mesa de diálogo. Unos y otros siguen en el cuanto peor, mejor.

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