El PP está aturdido
Faltan cinco días para que empiece la sesión de investidura de Alberto Núñez Feijóo y ni él ni su partido han sido hasta ahora capaces de proponer una sola idea de por qué a los españoles les convendría que el líder del PP superara esa prueba. El hecho de que digan lo que digan no va a alterar el resultado previsto, negativo, no justifica ese silencio. La razón del mismo es que la derecha está vacía de ideas. Y eso, más que cualquier aritmética electoral, es lo que explica su marasmo.
Visto fríamente, el PP tenía muchas bazas para hacerse con el gobierno en las elecciones de julio. Pero las jugó mal. La desaparición de Ciudadanos le proporcionaba un capital electoral muy importante. Pero a mitad de campaña, Feijóo y los suyos se obsesionaron con el objetivo de reducir también al mínimo el peso de Vox, tal vez soñando que podían volver a ser otra vez el único partido de la derecha. Pero forzaron en exceso la máquina y la importante caída del partido de Santiago Abascal les impidió alcanzar la mayoría necesaria para hacerse con La Moncloa.
Sólo ese error estratégico bastaría para cesar a Alberto Núñez Feijóo. Pero en los ambientes del PP, en los que se respiran aires de derrota, más allá de las declaraciones oficiales, se añaden una larga lista de fallos que llevan a concluir que al actual presidente del partido le queda muy poco tiempo en el cargo. Si se observa la desconcertante trayectoria que Feijóo ha seguido en las últimas semanas, con idas y venidas sin sentido y propuestas ridículas, se podría concluir que el hombre está superado por los acontecimientos, que se ha quedado sin fuerza alguna y que sólo espera la oficialización de su final.
Lleva poco más de un año en el cargo. Su predecesor, Pablo Casado, no llegó a los cuatro. Si se piensa que un cambio de liderazgo en cualquier partido, y más en uno tan grande con el PP, implica un terremoto interno pues supone el relevo de cientos, si no de miles, de cuadros, se llegará a la conclusión de que el PP es todo menos una organización estable y que el asentamiento de las nuevas estructuras de mando, una detrás de otra en poco tiempo, es la tarea prioritaria que no deja espacio a ninguna otra. Y menos a la reflexión que se requiere para elaborar unas ideas de la que tan huérfano anda el primer partido de la derecha.
Si las cosas salen tal y como casi todos los que saben tienen previsto y Pedro Sánchez logra un acuerdo para que los nacionalistas catalanes, vascos y gallegos voten su investidura, el reelegido presidente del Gobierno contará con un activo a su favor desde el primer día de mandato: el que le proporcionará el hecho de que el PP entrará en un nuevo proceso de agitación interna, que puede durar tiempo y que puede que no acabe el día en que sea nombrado el sucesor de Feijóo. La batalla entre Isabel Díaz Ayuso y Juan Manuel Moreno Bonilla se prevé dura y sin cuartel.
La oposición que en esas condiciones podrá hacer el partido tendrá que limitarse a golpear al Gobierno y a sus socios con argumentos cada vez más manidos que harán poco daño a quienes llevan años acostumbrados a recibir ese trato. Y que pueden empezar a cansar a esa parte del electorado conservador que querría algo más consistente que esa letanía de denuncias que los medios afines engrandecen cada vez con menos entusiasmo.
El PP lo tiene por tanto difícil, cuando menos a medio plazo. Y sin embargo controla grandes parcelas del poder político español, seguramente incluso mayores que las de su rival, el PSOE. Los muchos votos y los escaños que ha obtenido el 23 de julio se tienen que sumar al éxito logrado por el partido en las elecciones municipales y autonómicas de mayo, que han conferido a la formación hasta hoy liderada por Feijóo un protagonismo territorial que el futuro gobierno central tendrá que tener en cuenta y que puede darle más de un disgusto.
Y, además, los sondeos siguen diciendo que el electorado del PP sigue siendo tan grande, o ligeramente mayor, según algunos de ellos, como el de los socialistas. Es decir, que el PP seguirá siendo un rival muy poderoso. Pero que no tendrá más remedio que esperar otros tres o cuatro años para convertir esa fuerza en poder operativo desde la ansiada Moncloa.
Lo lógico sería asumir esa realidad para prepararse lo mejor posible para cuando llegue nuevamente esa oportunidad. Pero todo sugiere que habrán de pasar bastantes meses para que pase el vendaval de la sucesión de Feijóo y algunos más para que la nueva dirección se asiente y pueda iniciar un proceso de reflexión sobre lo que se ha hecho mal en los últimos años, desde que Mariano Rajoy tuvo que dejar la dirección de un partido carcomido por la corrupción. Y para encontrar las ideas que le permitan presentar un proyecto ganador.
Mientras tanto, el PP seguirá aturdido y en buena medida inane, repitiendo sus denuncias contra la izquierda y anunciando poco menos que el fin del mundo si esta sigue en el poder gracias al apoyo de los nacionalistas. El día, dentro de muy poco, en que la candidatura de Núñez Feijóo sea definitivamente derrotada en el Congreso, la España política no tendrá más remedio que pasar página y llegará la hora de Pedro Sánchez. El discurso público necesariamente va a cambiar a partir de ese momento, aunque es posible que el ruido siga siendo el mismo que antes. Lo que habrá que ver es cómo se acomodan los seguidores de Felipe González y Alfonso Guerra, cuando Pedro Sánchez sea el gran ponente de la política y empiece por desdeñar las críticas que estos le han hecho. Lo más probable es que no tengan más remedio, una vez más, y van unas cuantas, que replegarse a sus nada incómodas, y bien merecidas, jubilaciones.
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