¡Sé proactivo! ¡Ten cultura del esfuerzo! ¡Ofrece tu mejor versión! (Por el mismo sueldo)
Hay palabras que hacen que me gire, con las orejas en alto, como un perro al escuchar el timbre de la puerta. Una de ellas es 'proactivo', virtud netamente posmoderna. Cuando alguien la pronuncia se me eriza la piel y se me reconfiguran los chacras, proceso similar al que experimento al entrar en la estación de autobuses de Méndez Álvaro. Según la rae, 'proactivo' es aquel que toma activamente el control y decide qué hacer en cada momento, anticipándose a los acontecimientos. Así que si te anticipas a los problemas y muestras capacidad de acción eres proactivo. Pero ojo, ¿eres lo suficientemente proactivo? ¿En qué punto de actividad pasas a ser proactivo y no te quedas en sencillamente activo? ¿Qué distingue una acción proactiva de una activa sin más? ¿Cuándo se añade el -pro delante y cuando se retira? ¿Existe un VAR de proactividad dirigido por un Martínez Munuera de turno?
Con frecuencia se agita la proactividad en la cara de los trabajadores. Cuando dices que no a una tarea porque no llegas, es que no estás siendo proactivo. Cuando te limitas a hacer bien tu trabajo, sin mayor pretensión que la eficacia, tienes que demostrar un poquito más de proactividad. Lo que ocurre es que pasas el término por el traductor de los oficios y generalmente significa trabajar más pero con las mismas condiciones salariales. Así que, en realidad, la solución en estos tiempos no es ser proactivo, sino parecer que lo eres. Lo importante es cumplir esa máxima de dejarse ver aunque todos sabemos que, con bastante frecuencia, los que más se dejan ver en un trabajo son, generalmente, los que menos trabajan.
Aquí entra, por supuesto, el término de 'cultura del esfuerzo'. Esfuérzate y llegarás alto, incluso puede que entres en algún despacho de las plantas superiores. Bueno, en realidad ya lo hacemos, ya nos esforzamos. Casi la mitad de las personas en la UE trabajan en su tiempo libre para satisfacer las demandas laborales, y un tercio a menudo o siempre trabaja a gran velocidad. La ideología del esfuerzo suele conllevar, soterradamente, la ideología de las horas extras. Porque la norma actual enfatiza la idea de que el exceso de trabajo es básicamente algo positivo.
Y luego está esa visión de que en la vida hacen falta ajetreos laterales y colaterales, salir continuamente de las “zonas de confort”. ¡Sin riesgos no descubrirás tu yo verdadero! (qué necesidad) ¡Abandona lo plácido, lo conocido, ten iniciativa! Actúa aquí la degradación de la comodidad, porque acomodarse puede ser interpretado como sinónimo de menor rendimiento. Yo, por supuesto, estoy a favor de los cambios y de escapar de las rutinas si son opresivas y no te satisfacen, pero esa necesidad de salir constantemente de una zona de confort para lograr la autorrealización y mejorar las prestaciones laborales, no lo veo. El éxito se puede perseguir vestido como Marcelo Bielsa. La satisfacción personal también se enfunda en cómodos chándales de algodón.
En el fondo todas estas palabras hablan de lo mismo, todas suenan en reuniones y aparecen subrayadas en planes estratégicos. Son términos rumbosos que persiguen que el trabajador rinda por encima de las posibilidades que marcan sus nóminas. El mensaje es que nos esforcemos, que propongamos, que anticipemos, que ofrezcamos nuestra mejor versión (otra expresión espeluznante) como trabajadores. Está bien. A todos nos gusta sentirnos realizados y que nuestro trabajo sea útil y valorado. Pero la pregunta que cabe hacerse es: ¿Y las empresas? ¿Dan ellas lo mejor por esos trabajadores? ¿Ofrecen su mejor versión? ¿O cabría exigirles que salgan de sus zonas de confort y sean más proactivas a la hora de mejorar las condiciones de sus empleados? Lo digo porque hay cosas prioritarias en la vida, pero nada como generar sinergias.
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