El problema de la prescripción universal
La prescripción forma parte indivisible del acto médico
Aunque no me guste el fútbol, ya he entendido de qué va el partido esta vez: o Bosé o Coronado. Estúpido espacio público. Lo de Bosé ni de coña, que quede claro. Yo ni siquiera lo hubiera entrevistado. No creo que tenga nada que aportar. Lo de Coronado lo entiendo, está fenomenal, hecho un toro, lo veo en el gym por las mañanas y no tengo duda sobre ello. ¿Bosé o Coronado? No me hagan reír. Cada vez me río menos. Ahora lo que pende sobre nuestra cabeza es la corrección moral de no meterle miedo a la gente para que se vacune, aunque eso incluya no expresar dudas racionales. Pues me niego. Entre el infumable Bosé y el aguerrido Coronado hay algún espacio para hacer preguntas, las mismas que se han debido hacer los gobernantes, y ya les adelanto que son dudas que la ciencia de momento no puede resolver. Frustrante, pero así es la vida. Fíjense si es así de frustrante que yo tengo una enfermedad rara autoinmune de riesgo vital que no tienen ni puta idea de por qué se produce (idiopática) y que nadie va a investigar, porque total, somos muy pocos. Así que lo de los grandes números en la ciencia lo tengo más que asumido.
Estamos llevando a cabo un esfuerzo de vacunación único en la historia de la humanidad. Nunca se ha hecho algo así. Es necesario, es inconmensurable y es insólito. No nos extrañe pues que plantee cuestiones que nunca habíamos resuelto hasta ahora y no intentemos soslayarlas haciendo como que esto no pasara. Eso solo va a producir defección entre la población y es absolutamente necesaria su libre aquiescencia para llevar a cabo este esfuerzo colosal. No tratemos como tontos a nadie y nos irá bastante mejor. No demos estadísticas de grandes números, que se desmontan con una sola pregunta, ni pretendamos que tener dudas razonables —cosa muy humana— es una especie de traición o de atavismo o que esto es cuestión de ser de derechas o de izquierdas. No pongamos ejemplos que son disímiles. Simplemente, tratemos como adulta a la población.
Los dos principales problemas a los que hacemos frente son: la falta de respuesta de la ciencia a algunas preguntas y la prescripción universal. Haríamos bastante mejor en intentar paliarlos que en intentar obviarlos. Ambas cuestiones están ahí. Podemos divergir en la solución pero no negar que existen, como no lo niega ningún gobierno europeo con toda la información que obra en sus manos, que seguro es mayor que la nuestra.
La ciencia no sabe aún cómo es la relación entre la vacuna de AZ y alguna otra y esas reacciones autoinmunes que provocan un descenso de plaquetas y unos trombos inusuales. Repito: inusuales, no los comparen pues con los trombos que sufre habitualmente la población. Aún no lo saben. Hay algún proceso, analizable por la ciencia, por el que en determinadas personas el sistema inmune reacciona así. No saben aún. Cuando se sepa, si se logra, tendremos que si esos trombos extraños se producen cuando “x+y+z”, entonces las personas en cuyo organismo se dé “x+y+z” no tendrán un 0,1% de riesgo sino muchas más papeletas. El número estadístico actual procede básicamente del desconocimiento del mecanismo de acción, aunque es evidente que es un riesgo bajo entre la población y que no debe ser un mecanismo muy habitual.
La segunda cuestión es la de la prescripción universal. Claro que todos los medicamentos y todas las vacunas tienen contraindicaciones —no hablamos de efectos secundarios aquí sino de contraindicaciones—, la gran diferencia es que las prescripciones son individualizadas. Hasta la vacuna de la gripe exige de una receta individual. Es el médico el que, teniendo delante la historia clínica, los antecedentes, los análisis, los riesgos individualizados y los beneficios en el caso concreto, decide. Eso nos da mucha confianza. La mayor parte del miedo añadido que se está produciendo en algunos sectores racionales de población —no hablo de los irracionales, porque eso es incontrolable— tiene que ver con la sensación de que les falta la opinión individual de un facultativo, o sea de la ciencia, respecto a sus problemas concretos.
No estoy hablando de los Coronados, o sea, de las gentes que están sanas como lechugas, sino de las personas que tienen patologías complicadas y a los que nadie responde sobre sus demandas. ¿Si tu sistema inmune ya está loco, debes ponerte esta vacuna o la otra? Esa pregunta no tiene que ver con los tramos de edad ni es la pregunta de un orate sino la de personas que ante la duda y la falta de respuesta individual prefieren seguir confinadas y sin ponerse en riesgo.
Ocultar las dudas, pretender que esto es un ejercicio de propaganda, me parece un tremendo error. La prescripción universal por tramos de edad, excluyente y exclusiva, es un hecho que no se había producido jamás. Te llaman por tu edad, para una vacuna determinada y te llaman sin que hayas podido consultar sobre tu patología o caso concreto y, además, si dices que no, te quedas sin vacunar. Este es el verdadero temor de mucha gente, que es difícil de resolver porque llevamos prisa para lograr ponernos otra vez en marcha. Entiéndase humanamente que haya personas a las que esa prisa no les evite pensar que la decisión que tomen les afecta individual y personalmente, mientras que la prescripción ha sido hecha en grandes números, de forma universal, impersonal y sin análisis personal.
Es lo que está pasando. Al final el miedo se extiende malhadadamente incluso al que racionalmente no tiene nada que temer. Entre las bobadas de Bosé —al que no escucharé— y la voluntariosa negación de cualquier tipo de pregunta, hay mucho trecho.
Hay que vacunarse y hay que hacerlo cuanto antes y, añado yo, hay que hacerlo con la vacuna que mejor case con tu estado físico y orgánico particular e individual. Si el sistema fuera capaz de proporcionarnos eso, si hubiera la posibilidad de que las personas con problemas graves o específicos pudieran obtener una respuesta médica personal, otro gallo nos cantara. Tan malo es pretender que nadie tiene preguntas científicas que hacer como que pensar esto es cuestión de formar un gallinero y de que el miedo se extienda sin motivo y sin razón.
Creo que sería práctico establecer un sistema por el que las personas con patologías que consideran de riesgo, que tienen dudas, que creen que pueden tener problemas, pudieran acceder a una opinión médica individual. Yo nunca me vacunaría con AZ, pero yo he tenido la fortuna de consultar mi caso, raro y muy inhabitual, con hematólogos, internistas, vacunólogos e inmunólogos y todos coinciden en que usarían conmigo una de ARN mensajero. El resultado es que yo no tengo dudas y también que mis personas queridas, que están como lechugas, se pondrán AZ o la que les toque sin problema. Eso es lo que da confianza. Saber que en caso de duda personal, la ciencia tiene una respuesta para ti. No se trata nunca de no vacunarse sino de que las personas con problemas previos puedan optar a productos que les sean más adecuados.
Lo que me revienta es que la respuesta a los miedos irracionales sea un silencio políticamente correcto sobre las preguntas pertinentes. Hay preguntas pertinentes y si la ciencia no tiene respuestas, lo menos que puede hacer es reconocerlo.
Yo no soy una estadística, pero mi síndrome es muy raro y ni siquiera se sabe la prevalencia que tiene, es decir, a qué porcentaje de población afecta. Otros muchos tampoco lo son. Quizá si reconocemos que hay casos en los que tendría sentido preguntarse y responder, el resto, los que están como Coronado, dejarán de hacerse preguntas absurdas que los triajes por edad no terminan de acallar puesto que resultan en verdad difíciles de asimilar.
Tengo el brazo preparado. Quiero vacunarme cuanto antes. ¡Enhorabuena, Pepe!
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