La procesión de la Cruz Verde
La íntima relación entre la noción de delito y la de pecado explica que se castigaran como delitos actos que sólo afectaban al foro de la conciencia
Andaba yo sentada en un plató –¡qué juegos permite la lengua!–, escuchando argumentar sobre los posibles delitos que hipotéticamente hubieran podido cometer los sacos de hormonas despendolados de mis paisanos en un chat, haciéndose pajas mentales y anacrónicas exhibiciones de mal entendida hombría, a cuenta de sus compañeras universitarias. Tras las variadas opiniones emitidas en directo coincidentes en lo repugnante, machista e inaceptable de la cuestión, la sensatez acabó concluyendo que delito lo que se dice delito, un chat privado no podía ser, ni lo que expresaba tampoco.
Después hemos escuchado a las más altas voces, incluidas las ministeriales, molestarse en hablar sobre tan nimia cuestión. La secuencia termina con todo un Excelentísimo Rector Magnífico –¿conocen tratamiento más bonito que ese?– de la Universidad de la Rioja compareciendo no sólo para dejar clara su condena sino para informar de la apertura de expedientes y de una línea de delación informática, a cargo de la institución, para identificar a responsables del desafuero.
Desde la época en la que estudiaba en la Universidad de Navarra y las autoridades académicas vigilaban que no se viviera en pisos mixtos y que no hubiera achuchones ni parejitas de la mano en el hermoso campus ni se jugara a las cartas, no me había topado con algo igual. Al menos entonces todo quedaba en un despacho –que le pregunten a Pedro J. sobre su concierto– y el calvario de las redes te lo ahorrabas; a pesar de lo represivo del procedimiento, los castigos, de haberlos, solían guardar alguna proporción. Lo de ahora es incluso peor. Leyendo las redes veo cierta mayoría volcada hacia un castigo ejemplar que los expulse de la facultad y les impida seguir sus estudios y su vocación. Ofendiditos sin piedad. Humanos sin sentido de la proporción. Descuartizadores de futuros. Así que luego nos quejamos de que sea difícil explicar que incluso las penas más graves se dirigen a la reinserción; que creemos en la posibilidad de que el ser humano se enmiende y mejore. Hasta el peor asesino podía hacerlo. Eso era lo progresista. Ya no. Una sola y pequeña falta puede joderte toda la vida y llevarte a la muerte civil si antes no te libera la aparición de otra presa. Ni siquiera es posible aspirar al bálsamo del tiempo. Cada paso en la vida irá acompañado con el recuerdo digital de aquel error de juventud.
La historieta de los cafres de Magisterio de Logroño merece una reflexión, pero no la que estoy leyendo. Estoy segura de que los pálidos jóvenes novelescos de hace unos siglos también querían partirle las bragas a las coetáneas de Ana Karenina; otra cosa es lo que, sin violencia alguna la sociedad hubiera hecho con ellos si siquiera lo hubieran insinuado en esos términos. La pregunta correcta es la de por qué no queda ningún freno individual, moral o social que impela a quienes tengan esos ramalazos a que se los guarden para sus adentros, porque mucho me temo que conseguir que los jóvenes, de ambos sexos, no se vean unos a otros con mirada sexual es algo que ni podemos ni queremos conseguir. Quien se dice sorprendido por el contenido de ese chat ha tenido acceso a pocos chats masculinos recientemente: de estudiantes, de abogados, de compañeros de trabajo, de colegas de bolos o de ciclismo, de periodistas. Es muy probable además que esté siendo hipócrita. Hay gentes en las redes sociales escribiendo burradas mayores, vejaciones de alta intensidad, todos los días. Gentes que ahora se rasgan las vestiduras.
La respuesta no es el delito ni tampoco los expedientes disciplinarios abocados al archivo desde el inicio y abiertos sólo para salvar la crisis de reputación abierta en la institución. La respuesta cierta sólo puede darse tras la pregunta adecuada, y la pregunta adecuada es: ¿qué está pasando para que en círculos masculinos sea aceptable, gracioso, propio de la camaradería, expresarse en términos abominables, con gif y videos porno incluidos? Los de magisterio riojanos sólo son aprendices de eso, como de todo. Tienen maestros hechos y derechos que están sentados a nuestro lado en el trabajo, en el metro y, no lo desestimen, en casa. Vayamos al fondo. Venga, veamos a ver cuándo los hombres estuvieron expuestos continuamente a tantas y tan profundas vejaciones a las mujeres y en términos tan obscenos y con tanta frecuencia y normalidad. Hablemos de por qué hemos llegado hasta aquí. Hablemos de por qué ciertas imágenes y expresiones son moneda corriente. Preguntémonos por qué en esos grupos masculinos las mujeres son objetos a los que hacer cosas, no seres humanos deseables con los que tener relaciones sexuales. Relaciones, al menos eso demuestra una conexión, un trato, una reciprocidad. No les pido ya que hagan el amor –que era tan francés, tan espiritual y tan fino– pero al menos tengan relaciones. Practicar sexo. Practicar es ejercitarse o usar algo continuadamente. En la mente, todo ayuda.
Y dado que el último episodio se ha producido en Logroño, déjenme también que me rebele contra la procesión de la Cruz Verde iniciada por medios y redes. A las dos de la tarde del 6 de noviembre de 1570, la procesión de la Cruz Verde salía del convento de Valbuena y daba inicio al Auto de fe de Logroño, uno de los procesos más famosos de la negra Inquisición, de la que la Cruz Verde era símbolo. Símbolo de una forma negra y fatídica de hacer pretendida justicia. Un método en el cual los procedimientos se podían iniciar por rumores o por simple delación secreta: “Al reo se le incriminaba porque había dicho tal cosa o se había manifestado en tales u otros términos heterodoxos”. Se le pedía la abjuratio, es decir, que reconociera la falta y mostrara arrepentimiento. Lo torturaban para conseguirlo. Invertían la carga de la prueba, siendo el heterodoxo el que debía demostrar su inocencia. Se le imponía la pena capital si se daba la pertinatia o la contumatia. Se hacía auto de fe pública en la plaza, con grandes alharacas escenográficas, y se le exigía de nuevo que se reconociera culpable para ser misericordiosos con él y estrangularle en vez de quemarle vivo. Verán que menos la tortura todo vuelve, tal vez porque nunca nos abandonó. Cambian las fes, no los métodos.
La igualdad exige respeto y el respeto está en sus niveles sociales más bajos. La igualdad exige la otredad, la consideración del otro como un ser humano pleno de dignidad. Trabajemos en eso que, por cierto, nada tiene que ver con la educación sexual. Y asumamos que si queremos obtener resultados, vamos a tener que enfrentar de cara al gran destructor del respeto y la dignidad en nuestros días. Nómbrenlo en voz alta y se desatarán, entonces sí, los truenos.
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