Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Propósitos de año nuevo

El reloj de la Real Casa de Correos felicita el 2023 tras las Campanadas de Fin de Año 2022, en la Puerta del Sol, a 1 de enero de 2023, en Madrid
9 de enero de 2023 22:23 h

13

Enero es el mes en el que –al menos en la zona occidental primermundista e influida por el cristianismo– da comienzo un nuevo año y, como los humanos somos seres perezosos y amantes de la repetición, solemos pensar que, ahora que todo empieza de nuevo, podríamos plantearnos hacer las cosas de otro modo. Mejor, se sobreentiende.

Es la época de los famosos propósitos de Año Nuevo que en las últimas décadas suelen consistir en todo tipo de “optimizaciones” de nosotros mismos: comer más sano, dejar de beber, dejar de fumar, ir más al gimnasio, aprender algo nuevo –un idioma, meditación, yoga, un instrumento–, salir a correr, escribir un libro... Ni que decir tiene que, entrado el mes de febrero, todos estos propósitos habrán naufragado entre las olas de la vida cotidiana y la falta de disciplina; nos convenceremos de que había razones de peso para no haber podido cumplirlos y los dejaremos para el siguiente año nuevo en el que, evidentemente, todo será mejor, tendremos más tiempo y más voluntad, y acabaremos por lograrlo.

No hay por qué angustiarse. Solo hay que saber distinguir entre las cosas que nos gustaría saber hacer si nos cayeran del cielo y las que estamos dispuestos a conseguir a base de trabajo y constancia. Quiero decir, que a todo el mundo nos gustaría saber tocar la guitarra, o tener un cinturón negro de karate, o alimentarnos sanamente en toda circunstancia, pero no nos apetece dedicar las diez mil horas que según los expertos hacen falta para alcanzar un buen nivel de competencia en cualquier disciplina.

A mí lo que me llama la atención no es tanto eso de desear cosas en las que no nos apetece invertir tiempo y esfuerzo, como lo de que casi nunca nos planteemos mejorar costumbres, rutinas y actitudes que pueden servirles a los demás, no a nosotros mismos. Me resulta curioso lo poco frecuente de deseos como: “en el próximo año seré más amable y considerado con mis colegas de trabajo”, o “sonreiré más”, o “ayudaré a mi vecina anciana a bajar la basura”, o “llevaré cuidado con las palabras que uso para ser menos machista, racista… menos desagradable, sin más”.

Hace poco leí algo sobre un profesor que dio una conferencia a estudiantes de bachillerato con un título que decía aproximadamente: “Todos queremos salvar el mundo, pero nadie se anima a ayudar a fregar los platos”. Me gustó la idea, me hizo reflexionar y por eso quería compartirlo con ustedes, justo ahora que empezamos un año.

Si a cualquiera de nosotros le dijeran fiablemente que con un solo acto de valor, de decisión, de arrojo, podríamos detener una guerra, erradicar el hambre en el mundo, salvar a las mujeres afganas de un régimen que las anula y las convierte en objetos, curar a un niño moribundo, revertir el cambio climático, evitar los feminicidios, por poner solo unos cuantos ejemplos, estoy segura de que el noventa por ciento de la población daría un paso al frente y haría lo que fuera necesario. Digo noventa porque, por desgracia, a pesar de mi optimismo, estoy convencida de que siempre hay un tanto por ciento de personas a quienes les da absolutamente igual lo que les pase a los demás y no estarían dispuestas a echar una mano en ningún caso si no redunda en su propio beneficio. Pero noventa por ciento está muy bien y mi fe en la Humanidad me lleva a creer que sería posible. Eso sí, también me temo que la mayor parte de ese noventa por ciento lo haría siempre que fuera un solo acto de valor y magnanimidad y que las consecuencias de ese acto fueran enormes, brillantes, prestigiosas y para siempre.

Porque lo que los seres humanos llevamos mal es lo de hacer trabajos pequeños, repetitivos y poco glamurosos, precisamente los trabajos más necesarios para que el mundo siga funcionando y además los que sí están a nuestro alcance y que siempre tenemos ocasión de realizar. Todo el mundo quiere ser un héroe. De hecho, ya ni siquiera nos basta con “héroe”. Queremos ser “superhéroes”, una de las palabras más tontas que se han inventado en los últimos tiempos, ya que “héroe” no admite superlativo. Lo que no nos apetece es ayudar a fregar los platos, ni hacer todas esas tareas sin las cuales el mundo no funcionaría, pero que no reciben ningún tipo de reconocimiento especial. Mi abuela decía que si cada uno barriera el trozo de acera de delante de su casa, la calle estaría limpia, y esa es una propuesta que puede ampliarse al mundo en el que queremos vivir. Puestos a proponernos nuevos comportamientos para el año que empieza, ¿no sería mejor que eligiéramos pequeñas metas posibles, fácilmente alcanzables, como protestar menos, sonreír más, tratar a todo el mundo con respeto, igual que queremos que nos traten a nosotros, ayudar en cosas sencillas a quienes nos rodean? No es mucho esfuerzo ceder el asiento a esa persona que está claro que lo necesita, echar una mano a recoger la mesa o a tender la ropa o a bajar la basura, cruzar unas palabras amables con quien nos vende un libro o nos trae un café, mandar un mensaje simpático a alguien que está enfermo o tiene familiares enfermos, ayudar a bajar o subir un cochecito de bebé o una silla de ruedas a un medio de transporte. No es mucho esfuerzo, pero hay que pensar en ello y reaccionar. No requiere una disciplina como la de hacer media hora de abdominales al día, pero, si nos vamos acostumbrando, nos saldrá con naturalidad y, aunque no tendremos tableta de chocolate bajo la camiseta, iremos teniendo un mundo más vivible, más amable, menos cruel; un mundo donde la gente no estará constantemente a la defensiva, siempre enfadados, agresivos, viendo ofensas por todas partes.

Es frecuente oír la excusa de la falta de tiempo. ¿De verdad creen que para sonreír hay que dedicar un tiempo extra? ¿O que emplear los dos minutos necesarios para disculparse o dar una explicación a alguien es perder el tiempo? Curiosamente, los que piensan así se ofenden cuando los demás no les atienden a su gusto, cuando son ellos quienes necesitan la ayuda de los demás.

No sé bien de dónde ha salido esta ola de egoísmo desnudo, sin el mínimo rebozo, pero nos han convencido de que ser amables, educados, respetuosos, serviciales... ser buenos sin más es sinónimo de ser un pardillo, de ser un imbécil. Recuerdo que en la generación de mis abuelos era frecuente oír la expresión “es una bellísima persona”; a mí me encantaba porque unía la bondad y la belleza. Ser una persona buena era ser bella. Ahora no solo se ha perdido la expresión, sino que, además, nadie quiere ni que lo llamen bueno ni llamárselo a otro, ni se asocia en ningún caso la bondad con la belleza. Una lástima, pero aún estamos a tiempo. Enero acaba de empezar. Si cada una o uno pone un poquito de su parte y da un poco de alegría y felicidad a quienes tiene alrededor –nada grande, nada heroico ni peligroso– la vida será mejor para todo el mundo. Si todos plantáramos un árbol delante de nuestra puerta, las ciudades serían también bosques. Si todos nos decidiéramos a hacer tres pequeñas cosas agradables para otra persona a lo largo del día –solo tres, para no exagerar; solo una, si tres parece demasiado– el mundo de nuestro alrededor, (en el que también nosotros vivimos, no hay que olvidarlo), mejoraría mucho y todos nos sentiríamos más a gusto en él.

Para terminar, decirles que soy consciente de que muchos de ustedes estarán pensando que soy idiota, o, si son muy amables, que soy dolorosamente inocente. A todos nos han convencido de que abogar por la bondad es estúpido y no lleva a nada. Se ha inventado incluso la palabra “buenismo” como insulto. Otro día escribiré sobre palabras que destruyen.

Llevo toda la vida tratando de ser una buena persona, de que mis palabras y mis actos no me den vergüenza a mí misma ni hagan daño a nadie, de ser respetuosa con los demás en toda circunstancia, incluso cuando hago las críticas más duras a comportamientos que creo dañinos y malvados. Estoy orgullosa de intentar ser buena y, aunque estoy convencida de que, si todos pusiéramos un poco de esfuerzo en ello, viviríamos en un mundo mejor, nunca he sido proselitista. Es una sugerencia que les brindo, igual que si les ofreciera una sonrisa o una flor. Son ustedes quienes eligen.

Etiquetas
stats