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Puente de plata a la ofensiva ultra

Mural feminista "La unión hace la fuerza" del barrio de Ciudad Lineal (Madrid) que este lunes, Día de la Mujer, amaneció vandalizado. EFE/ Fernando Villar

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España vive estos días un auténtico festín ultra. Lejos de amainar la tendencia, crece. Y cabe temer a dónde conduce este ascenso en volandas, dado que no es precisamente una escalada de esfuerzos. No hay apenas viento en contra a no ser el del feminismo y es precisamente lo que más se ha tratado de maniatar. No entendemos lo que se está dejando pasar con toda impunidad, lo que se prohíbe y lo que se autoriza, pero sí se advierte una batalla soterrada de fuerzas que van ganando los expertos en trampas.

Empezamos por el machismo (y el fascismo) que tomaron en sus fauces el feminismo este 8M y ayudados por la decisión del Delegado del Gobierno en Madrid, que prohibió las manifestaciones “por salud pública”. Mientras las imágenes se llenaban de hinchas de fútbol amontonados o del turismo francés de borrachera que alienta Ayuso. Es el mismo delegado que autorizó la soflama nazi recientemente, como ya sabemos. El Tribunal de Justicia de Madrid, en su línea, secundó la prohibición. No fue “la justicia la que las prohibía”, como decían los medios, no en ese orden. El equipo funciona perfectamente engrasado. Añadamos dos retenciones por leer un manifiesto y ataques ultras diversos.

Como el del Mural feminista de Ciudad Lineal. Tacharon las caras de las mujeres reflejadas de gran relevancia histórica, desde Rosa Parks a Frida Kahlo, Angela Davis o Rigoberta Menchú. No había vigilancia, la Delegación del Gobierno no la envió a pesar de que la diputada de Vox Macarena Olona había marcado la directriz días atrás, este mural es un símbolo, y el 8M era el día perfecto para la acción. Esta incitación al odio y la violencia también permanece impune.

¿Cómo es posible que el gobierno de Pedro Sánchez mantenga como su delegado en Madrid a Franco Pardo? O a García Marlaska en Interior. ¿Cómo sigue la Fiscal General sin dar explicaciones de sus reuniones con las cloacas?

Del flanco conservador oficial, salía la presidenta de Madrid, Díaz Ayuso, prohibiendo que la ministra de Igualdad, Irene Montero, acudiera a un colegio para evitar “adoctrinamiento”. Es grave y queda impune como todo en cuanto a la presidenta de Madrid se refiera, la igualdad no es ideología sino Derechos Humanos. Autorizó Ayuso en cambio que fuera a otro centro el ultraderechista Ortega Smith. El alcalde de Madrid, Martínez Almeida, que lo es gracias a Vox y Ciudadanos, ve “profundamente beneficioso” que estudiantes “no tengan que escuchar” a Irene Montero: “Han salido ganando”. Y un par de concejales del partido que tiene a Villacís de vicealcaldesa se apuntaban al feminismo “de todas”.  “Si queremos evitar más episodios como éste debemos trabajar por un feminismo de todas, sin exclusiones”.  El viejo y terrible “si es que van provocando”.

En el resto de España el 8M no tuvo trabas, a no ser las consecuencias del odio antifeminista que se inocula en la sociedad. Un hombre atacó a cinco mujeres con gas pimienta durante la manifestación en Barcelona. Y escribo de esto hoy porque no es problema de un día. De hecho, la vandalización de símbolos continúa porque goza de total impunidad. Este martes, 9, en Getafe. Y otro más en Huelva, recién pintado.

No es solo el feminismo, es la Memoria histórica y la cultura, como hemos visto de la mano del Ayuntamiento de Almeida en Madrid, es la democracia. Lo que quieren tachar y destruir son los derechos.

¿Y la salud? Se atreve a reincidir Pablo Casado en sus acusaciones al 8M ¿Cuántas muertes se habrían evitado sin las marchas de 2020? dice. Aunque hasta el Tribunal Supremo hubo de pronunciarse y rechazó que fueran achacables al 8M, el involucionismo español lo lleva agarrado entre los dientes como cuestión ideológica. Es el PP, el partido que con más saña ha precarizado la Sanidad Pública y eso sí causó muertes por coronavirus al verse saturado el sistema. El de los geriátricos de Ayuso con ancianos sujetos a las camas a los que se impidió ser atendidos en hospitales. Y ahora mismo ¿qué se busca con el turismo de bares y la ralentización de vacunaciones? ¿Su pulso político llega a este punto? Es todo tan flagrante que resulta irresistible.

Y ahí siguen. En olor de cloaca mediática. Y judicial en algún caso. En este país que detrae recursos del Estado en empecinarse en causas contra enemigos políticos de esa derecha que acaban en nada y son largamente amplificados en los ecos de los repasos, recados y zascas. Y tampoco conlleva responsabilidades.

¿A quién beneficia esta permisividad? ¿A quién tanta ilógica contra natura? Ruido de mareas profundas sí se advierte. De experiencias similares, España podía haber optado por combatir el fascismo como la Alemania dirigida por la conservadora Angela Merkel, pero parece abandonarse al destino que marcan problemas enquistados como en Brasil. Extremos en este caso. El expresidente Lula Da Silva acaba de ser exonerado del lawfare que le montaron, tras cárcel y muchos sufrimientos. Del país también, de su sociedad. Entronizar a Bolsonaro ha sido consagrar la barbarie, el destrozo de la salud al punto de –en combinación con la pandemia- producir casi una limpieza étnica de los más desfavorecidos dejados indefensos ante el coronavirus.

Pero sobre toda esta sinrazón las preguntas claves a responder son para determinar a quién beneficia, por qué no se mueven, a dónde conduce.

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