“Puigdemong”
Ya hemos visto de qué va esta legislatura: una mezcla de montaña rusa y túnel de los horrores. Y empezamos a ver también quién será el villano favorito de la gran mayoría. Carles Puigdemont, a la vez prófugo de la justicia y muleta de un gobierno cojo, acaparará la atención, como los buenos malvados de las películas.
Habrá quien prefiera a Pablo Iglesias como antagonista (para Sumar y sus portavoces oficiales y oficiosos, según ha quedado claro esta semana, Iglesias viene a ser un Freddy Krueger con mejor cutis y peores intenciones), pero Puigdemont, creo, suscita una tirria más ecuménica. El asalto a los cielos de Iglesias se quedó en Galapagar. El asalto de Puigdemont a la Constitución y el Estatut, en cambio, fue de los que cortan el hipo.
Me gusta cómo pronuncia Alberto Núñez Feijóo el apellido de Puigdemont. Le sale “Puigdemong”, un nombre apropiado para un secuaz de Fu-Manchú o para un lugarteniente de Atila.
Ignoro si Puigdemont, o “Puigdemong” para ese Feijóo que un día no muy lejano podría verse obligado a pactar con él (las derechas siempre acaban entendiéndose), tiene preparada una lista detallada de exigencias que irá desgranando poco a poco, votación a votación, o si, como es costumbre en él, tirará de improvisación. Hablamos de un señor que, un par de horas antes de declarar los ocho segundos de independencia catalana, tenía absolutamente decidido convocar elecciones anticipadas.
Para la investidura se pidió una amnistía. Para los tres paquetes de medidas urgentes reclamó competencias en inmigración y sanciones a las empresas que se fueron de Cataluña. ¿Qué hará si la legislatura se alarga? ¿Exigirá al gobierno que la sede central de Microsoft se instale en Manresa? ¿Pedirá para Cataluña un puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU? De momento no hay límites.
Cabe suponer que según se aproximen las elecciones catalanas, previstas para el año próximo si no hay adelantos, “Puigdemong” impondrá condiciones más y más irritantes para “los españoles”, así, en general, porque “los españoles” no le caen bien (no se trata de nada personal, cuando se está por la independencia resulta inevitable) y porque él no volverá a España, amnistía mediante, ni a por setas ni a por Rolex, sino a por las cabezas de sus auténticos enemigos, los dirigentes de ERC.
La carrera entre Junts y ERC para ver quién sacude más a “los españoles” y a los “colonos” y quién exhibe la más impoluta catalanidad será un espectáculo. Y una nueva constatación de lo evidente: abandonado de momento el procés separatista, para los indepes vuelven a ser de la máxima importancia las elecciones autonómicas. Comprendan, hay que colocar a la gente del partido.
Puigdemont nunca fue popular en Madrid, Albacete o Cáceres. Normal. Tampoco cae simpático a la mayoría de los catalanes. Y, como decíamos, va a ejercer lo mejor que pueda el papel de malvado (o de héroe para los suyos) en esta legislatura, con lo que pondrá de los nervios a políticos de ambos lados y al común de la ciudadanía. Pero recuerden: no es nada personal, es política. De hecho, este hombre lleva años moviéndose por Europa y acusando a España de ser una “potencia colonial”. Vale, lo de “colonial” no suena bien en estos tiempos. Pero hacía mucho, muchísimo, que nadie llamaba a España “potencia”. Los nacionalistas españoles deberían agradecerle al menos eso.
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