Queremos poder ser madres
Lo normal es que nos importen las palabras, sobre todo cuando nos las quitan. Hay algo perfectamente comprensible en que la última fantasía de la derecha sea imaginar que unos maléficos legisladores posmodernos se han confabulado para arrebatar a la población española el derecho a nombrarse y reconocerse como padres y madres: las palabras importan. Nunca son solo formas de nombrar el mundo, acepciones en un diccionario; una palabra siempre lleva consigo un mundo entero de vinculaciones afectivas, de historias, sentimientos y sensaciones. Lo que en el fondo quieren decir es que, con el uso de progenitor gestante o progenitor no gestante, se les está hurtando una parte de sí; se toca sobremanera su identidad y esta se tambalea. Es en lo que insiste Feijóo: él quiere, soliviantado, «seguir siendo padre». Lo mismo repite hasta el ridículo Ana Rosa Quintana: llega a afirmar, con sorna, que «sustituiremos en los tatuajes frases como “amor de madre” por “amor de progenitor gestante”».
Nada de esto, claro, es verdad o se aproxima mínimamente a la realidad. Cuando no existen amenazas dictatoriales reales, cuando nadie le impone algo a los demás, sino que meramente reclama lo propio, surge la necesidad de inventar falsas dictaduras lingüísticas. En esto hay que insistir hasta la saciedad: no hay ley que busque acabar con el mundo de los padres y las madres e imponer un universo repleto de progenitores. No la hay, entre otras cosas, porque no hay jurisdicción que posea tanto poder. Ningún ventrílocuo de lo políticamente correcto meterá el brazo en la garganta de los conservadores, no brotarán de su boca nuevos términos, no habrá neolenguas. Ni siquiera la modificación del Código Civil opera por sustitución: lo que añade es una nueva consideración, partícula copulativa mediante. Pero incluir sin borrar les enfada tanto que afirman, ante la inclusión de los demás, estar siendo ellos mismos borrados.
¿Podemos acaso imaginarnos a alguien preguntándole a Feijóo, en tanto que buen progenitor gestante, qué tal está su progenie y cómo vive su relación con la progenitora no gestante de su cónyuge? La pregunta suena ridícula y nadie pronunciaría algo así. Esto no va de arrebatarles a los que ya son algo el derecho a ser lo que siempre han sido: la meta de esta modificación legal, que ni siquiera —y lo afirmo por pura estadística— va a afectar primordialmente a las personas trans, es solucionar problemas administrativos e incluir en el Código Civil a quienes, por culpa de un texto anticuado, quedaban sistemáticamente fuera de él.
Hay personas a las que sí que imponemos palabras; peor aún, palabras injustas. Imaginemos una pareja de dos mujeres inscribiendo en el Registro Civil a su recién nacido. Para que sea más conforme con sus fobias y manías, para que no moleste en exceso el ejercicio de imaginación, imaginemos que se trata de dos mujeres con vulva, ambas perfectamente capaces de gestar. En el momento de la inscripción, y con el Código Civil anterior en la mano, la filiación podía convertirse en un calvario, por la condición exigida de que ambas estuvieran casadas o la necesidad, en caso de no estarlo, de pasar por un proceso de adopción. Una inscripción infinitamente más complicada para ellas que para una pareja heterosexual. Y una filiación al final de la cual una de las dos mujeres, por arbitrariedad y azares, quedaría registrada como padre de la criatura; un padre, encima, extraordinariamente frágil, pues podría darse el caso de que un donante —aunque careciera de vinculación afectiva real— reclamara su derecho de paternidad. La modificación sobre la filiación no matrimonial cambia esto y otorga derechos a esas mujeres. No hace que se tambaleen los cimientos de la tierra, no abre las puertas del infierno, no provoca la extinción de las madres: permite que mujeres que antes se veían obligadas a arrastrar una categoría de padre de segunda dejen de estarlo.
Permitir el matrimonio entre cónyuges del mismo sexo no hizo que dejaran de existir maridos y mujeres: extender los derechos de filiación no arrasará con todos los padres y madres del país. Frente a quienes afirman de forma rastrera que ellos quieren seguir siendo padres y madres, cuando en realidad nadie les está amenazando, nosotras podemos afirmar, y hacerlo de verdad, que lo que queremos es poder ser madres, ahora, en presente. Hagamos, entonces, las preguntas adecuadas: ¿está en desacuerdo el Partido Popular con los derechos de filiación de parejas de mujeres lesbianas y bisexuales? ¿Cree Feijóo que es lo correcto inscribir a una mujer en el Registro Civil como padre de su hijo? ¿Considera que quienes no se ajustan al modelo de familia tradicional constituyen familias de segunda? ¿Hará todo lo posible para que la filiación no matrimonial siga, en estos casos, siendo un suplicio? Que asuma, entonces, lo que es: un partido homófobo. Esa palabra sí que será justa y acertada, no una imposición.
53