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Radiografía de una moción de censura

El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, defiende la moción de censura de lo socialistas.

María Eugenia R. Palop

Por fin se acabó el tiempo de Mariano Rajoy que, resiliente y sin dimitir, ha seguido agarrado a su escaño como un percebe. Quiere pilotar su sucesión y esperar a Pedro Sánchez, como un matón, a la vuelta de la esquina. Las insistentes alusiones a una eventual sentencia sobre los EREs, que pudiera arrastrar a los socialistas al abismo, se han repetido en estos días como un eco; una velada amenaza que ni siquiera intenta esconder la desvergonzada intención de manipular a los jueces. Pero los populares se desangran y los jueces empiezan a salirles rana. Rajoy parecía ayer un animal herido buscando, a la desesperada, el aplauso y la risa fácil de su público cautivo. Las risotadas tabernarias de la bancada derecha sonaban a funambulismo decadente. Varias décadas languideciendo en sus escaños para ser arrancados de raíz, más temprano que tarde; más de 2000 altos cargos a la calle, tornan la risa en brutal desesperación.

En las últimas horas de la moción, se especulaba abiertamente con la dimisión de Rajoy, pero la dimisión nunca estuvo en la cabeza de nuestro ex presidente. Y no únicamente por lo arriesgado del asunto o por las razones personales que pudiera manejar, sino porque solo el gato con botas estaba en disposición de ocupar su puesto. El PP hubiera tenido que dejar la presidencia en manos de uno de los “independientes” que manejaba Ciudadanos, regalándole una prima a su hijo pródigo, al hijo “traidor” que quiso matar al padre.

Rajoy ha desprestigiado a todas las instituciones que dignifican a una democracia. Ha querido acabar con todos los contrapoderes que en el mundo han sido. Lanzó a la Corona a un discurso suicida, a raíz del 1-O; modificó la composición del Consejo General del Poder Judicial para mangonear a los jueces, y le dio al Constitucional unas competencias ejecutivas para contener a Catalunya que, en su hiperventilación, ha sido un auténtico disparo en la sien; ninguneó al Parlamento, haciendo un uso de los vetos que nunca había sido tan abusivo y arbitrario. Rajoy nos ha arrastrado a una crisis económica y territorial sin precedentes, y ha sido él, el adalid de España, el que ha trabajado más y mejor por acabar con ella. La resistencia de Rajoy se ha traducido también en el fin de su propio partido, claramente acorralado por la ciudadanía, la oposición y esa sentencia que le señala como una organización criminal.

La derecha entra hoy en otra fase porque también Rivera ha pasado a la irrelevancia. Aquejado por una inflamación demoscópica, a Rivera le ha pillado demasiado crudo la moción. Esperaba tener más tiempo para fidelizar el voto de la extrema derecha y comerse poco a poco a su mentor; necesitaba tiempo para arrastrar al Partido Socialista a su terreno, aprovechando su división interna y su debilidad. Rivera quería ser más papista que el papa, pero acabó entrando en un bucle con la España de los españoles. Blandió el 155, intentando escorar el tablero político en su favor, para después girar hacia el extremo centro y empezar a ocupar el nicho electoral que ahora pretende ocupar el PSOE, y esta moción le ha dejado descolocado. Podría haber pactado con Sánchez una moción calendarizada, haberle obligado a fijar una fecha para las elecciones, pero ha optado por asegurar su espacio político e intentar suceder al PP. Está por ver que lo consiga. Diría que se le ha acerado la agenda y que su ambición desmedida y su virilidad, le han arrastrado a cometer un grave error. De momento, ha de tolerar el liderazgo de su gran opositor y, sin poder institucional, lo tiene difícil para mantener las redes clientelares que el PP mantenía. Quizá su pírrica victoria podría ser la de vengarse de los socialistas en Andalucía, retirando su apoyo a Susana Díaz, pero esto no hace sino fortalecer orgánicamente a Sánchez. Así que resulta que Sánchez le podría hacer un triplete. Touché.

La moción ha pendido del cinismo y la real politik del PNV que solo esperaba mantener sus 540 millones y hacerse valedor del Ocaso-155. El PNV ha logrado que los PGE pasen por el Senado sin pena ni gloria, incluso aunque el PP se vete a sí mismo, porque cuando la pelota vuelva al Congreso, tanto el PSOE como el Grupo Confederal, convalidarán los mismos Presupuestos a los que se opusieron hace unos días. El PNV les ha obligado a pagar ese precio porque la corrupción, en realidad, no les parece tan grave.

El compromiso en relación al 155, eso sí, tenía que ir más lejos después de que el pack Torra-Puigdemont intentarán boicotear la moción desmotivando a los nacionalistas en el Congreso. Sustituir a los cuatro consellers en discordia justo en estos días, a fin de constituir el Govern, ha sido un buen, aunque fallido, intento. No hace falta que votéis a favor, estimados, porque ya levantamos aquí la veda. Pero no ha colado. Y no ha colado porque los convergentes en el Congreso han decidido darle la espalda al cuanto peor mejor del Círculo de Berlín. El PNV no podía quedarse solo con el PP y con Ciudadanos, el enemigo de los separatistas, hoy devenido líder joseantoniano de la unidad de España. Así que, probablemente, la estrategia dividida de los convergentes, ha ayudado a inclinar la balanza de los vascos en favor del sí. ERC, por su parte, lo tenía claro. Más allá del dúo de ambigüedades que representan Rufián y Tardá en la Cámara, las tempranas declaraciones de Tardá no dejaron lugar a dudas. Estremera puede hacerse muy dura y, antes de que algunos presos acaben tirando la toalla, hay que terminar con las prisiones preventivas. Una apuesta inteligente.

En fin, lo cierto es que un conjunto de factores inestables ha abierto finalmente una etapa de esperanza para este país. Es cierto que el candidato estaba cansado, que el nivel del debate ha sido muy bajo, que había en el aire una especie de satisfacción insatisfecha, que muchos síes eran noes. Es cierto que Sánchez reconoció en varias ocasiones una cosa y la contraria; llegó a sugerir que era poco lo que se podía hacer porque pasados unos meses se convocarán elecciones; apeló a la política pragmática del TINA, más propia de la desesperanza que de la ilusión que debería canalizar ahora. Es cierto también que la correlación de fuerzas en la Cámara es una notable dificultad para el nuevo Gobierno, pero, con todo, los sanchistas están de enhorabuena, porque esto les permitirá consolidar su espacio político orgánico, meter a Sánchez en el Congreso y apostar por una posible ampliación de su electorado.

Sin embargo, no hay que olvidar que esta audacia de Sánchez no hubiera sido posible sin la audacia del Grupo Confederal, sin la resistencia organizada desde los Ayuntamientos del cambio, sin el impulso de las calles que se ha sostenido, sobre todo, gracias a la nueva política. Ayer Pablo Iglesias le ofreció liderar un nuevo socialismo del sur, no dejarse humillar ni apabullar por el sarcasmo y la soberbia de Mariano Rajoy y, fundamentalmente, le ofreció presidir para gobernar.

Es posible que, electoralmente, el PSOE quiera rentabilizar el indudable honor de haber echado a un corrupto de la presidencia del Gobierno, pero han sido las fuerzas del cambio quienes lo han propiciado y quienes han sabido estar a la altura; las que han facilitado el giro copernicano que hemos visto en estos días renunciando al cinismo y al tacticismo calculado, ahora sí, patrióticamente, por el bien de España. Lo que se espera ahora de Sánchez es que actúe con la honestidad y la lealtad de la que tanto presume y que muchos le han presupuesto.

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