Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

¿Reforma educativa?

Antonio Orejudo

Los artículos sobre la LOMCE, la ley de educación que pronto empezará a tramitase en el Parlamento, suelen recordar siempre que esta es nuestra séptima ley educativa en 40 años. Y continuación hacen el chiste: LGE, LOECE, LODE, LOGSE LOPEG LOCE, LOE, LOMCE... A este paso, el verdadero problema de la educación en España será encontrarle siglas a las leyes que vengan tras el último parto de Wert (risas).

Pero a veces las apariencias engañan. Si echamos un vistazo a las diferentes enseñanzas primarias y a los distintos bachilleratos que nos han hecho estudiar desde 1970, nos daremos cuenta de que en realidad las cosas han cambiado muy poco. Lo que se enseña y sobre todo la manera de hacerlo apenas se ha modificado desde los tiempos de la EGB. Ni siquiera la LOGSE, que —equivocada o no— nació con voluntad renovadora y alumbró la ESO, supuso un cambio significativo en los contenidos académicos o la metodología de la enseñanza.

La escuela pública que yo conocí no se diferencia mucho de la que hoy padecen mis hijos. Aunque el mundo de 1970 no tiene nada que ver con el mundo de 2013, los contenidos académicos y la manera de enseñarlos apenas han variado en estos 40 años. Seguimos enseñando las mismas cosas de la misma manera. El maestro sigue dictando sus clases (o sigue a pies juntillas el libro de texto), y el niño sigue memorizando una ingente cantidad de contenidos inútiles. Da la impresión de que lo único que ha ido variando de una ley a otra en estas supuestas reformas educativas ha sido la enseñanza de la religión católica y el eterno problema lingüístico.

Y no digo que estos asuntos no sean importantes. Lo son y mucho: poner o quitar religión católica supone nada menos que aumentar o disminuir el tiempo dedicado a las matemáticas o a los idiomas extranjeros. No, no resto importancia a todo eso. Lo que digo que es que para que una ley educativa alcance la categoría de reforma debería tomar el toro por los cuernos y abordar tres asuntos que tienen mucha relación con el fracaso o el éxito escolar: la renovación profunda del currículum escolar, la elaboración de una metodología adecuada y la preparación, o el reciclaje, de nuestros maestros y profesores.

Nadie se ha preguntado en voz alta, por ejemplo, si debemos seguir enseñando literatura y si debemos hacerlo del mismo modo; nadie se ha planteado si debemos estudiar la historia del cine o si los niños deben hacer obligatoriamente teatro. Nadie ha dicho que la enseñanza primaria debería reducir los contenidos al mínimo y concentrarse en las cuatro reglas aritméticas, en la escritura y en la expresión oral. No nos hemos preguntado si conviene estudiar historia de la ciencia y si tiene algún sentido impartir química sin laboratorios y educación física sin pistas de deporte. Nadie ha relacionado nuestro pésimo nivel de idiomas con la delirante metodología empleada para enseñarlos, nadie se ha preguntado qué sentido tiene machacar a un niño musulmán de El Ejido —o a un cristiano de Madrid— con incomprensibles análisis sintácticos. ¿Así debe enseñarse la lengua? Nadie ha propuesto con seriedad incluir el ajedrez en la educación. Nadie se ha dado cuenta de que un profesor al que no le gusta la lectura —y hay algunos— jamás podrá fomentar el gusto por los libros.

En fin, si no hemos discutido sobre esto no será porque no nos guste pelear o porque seamos perezosos a la hora de diseñar leyes educativas. Si se ha evitado la necesaria renovación de los contenidos académicos, si no se ha abordado la imprescindible revisión de nuestros métodos pedagógicos, si en estos 40 años no se ha hecho una reforma educativa digna de ese nombre es porque un debate serio sobre este asunto pondría sobre la mesa la necesidad de doblar o de triplicar las partidas para la enseñanza pública.

Y eso, sí que no.

Etiquetas
stats