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Y, de repente, han venido las peores sombras

Sánchez no romperá el gobierno con Podemos si es requisito para el gran pacto

Carlos Elordi

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Lo peor del acuerdo entre el Gobierno y EH Bildu sobre la reforma laboral es que el ejecutivo de Pedro Sánchez ha dado muy malas señales con este movimiento. Un análisis erróneo de la situación -la prórroga del estado de alarma iba a ser aprobada aun sin la abstención de los independentistas vascos-, la falta de coordinación interna -la impresión es que la decisión fue tomada entre muy pocos, sin consultarla al resto, entre ellos los ministros de Podemos- y un apresuramiento que podría indicar que el Ejecutivo empieza a no estar a la altura de las circunstancias, son algunos de esos signos. Que son muy preocupantes cuando la tarea más ardua y difícil, la superación de la crisis económica, está a la vuelta de la esquina.

Tampoco las consecuencias de ese injustificable acuerdo in extremis son pequeñas. La más sonora es la decisión de la CEOE de suspender el diálogo con el Gobierno, que hasta ahora era uno de los activos más poderosos con que contaba Pedro Sánchez para avanzar en su tarea. Y sobre todo para hacer frente a la presión de la derecha, porque se suponía que ésta limitaba la autonomía política de la cúpula empresarial. No cabe dar por muerto ese diálogo. Pero costará recuperarlo, entre otras cosas porque los sectores de la CEOE más próximos al PP, que llevan semanas en conflicto con Antonio Garamendi, harán lo posible para impedirlo.

Está claro que la noticia ha debido sentar bastante mal en Comisiones Obreras y la UGT, para cuyas direcciones el mantenimiento del diálogo con la patronal era en estos momentos tanto, o más, importante que la anulación de la reforma laboral de Rajoy y Zapatero, un asunto que podía quedar postergado para más adelante. Porque con las terribles cifras de paro actuales no era lo más urgente. Y porque los ERTE, y particularmente su ampliación, constituían, de hecho, una vulneración acordada y bendecida de esa misma reforma.

Tampoco es despreciable el primer desacuerdo abierto entre el PSOE y Unidas Podemos que ha seguido al acuerdo con EH Bildu. Mientras algunos ministros de apresuraban a decir que sólo los aspectos más lesivos de la reforma laboral serían anulados, y un comunicado del partido confirmaba esa idea sólo tres horas después de la firma, Pablo Iglesias ha tenido a bien declarar que la derogación de la norma habría de ser “total”, porque así figura en el programa de la coalición de gobierno.

Pueden ser solo palabras, porque en el mejor de los casos faltan bastantes o incluso muchos meses para que ese debate entre en el Parlamento. Pero la desavenencia formal entre los dos socios de la coalición puede ser el anticipo de tensiones mucho más fuertes. Con sus palabras, Iglesias ha querido dejar claro que su posición es autónoma y que no tiene por qué ser idéntica a la del PSOE. Algo muy significativo tras los acuerdos entre el Gobierno y Ciudadanos, que no han debido tranquilizar a las gentes de Podemos, porque pueden indicar querencias indeseadas en ese mundo.

Pero más allá de eso, que no tiene mucho recorrido dado el escaso peso parlamentario del partido de Inés Arrimadas, lo inquietante en la beligerancia de Pablo Iglesias es que su advertencia puede ser premonitoria de la actitud que puede adoptar Unidas Podemos cuando llegue la hora de fijar la política económica del Gobierno frente a la crisis. Una política que inevitablemente estará muy influida por las posiciones de la Unión Europea. Que no será la misma que la que Bruselas adoptó durante la pasada crisis financiera mundial, pero que seguramente no será partidaria de grandes alegrías en el gasto público ni de otras políticas de izquierdas.

En definitiva, que el acuerdo con EH-Bildu ha propiciado un anuncio indirecto de que el pacto de izquierdas puede no ser para siempre. Y ese sí que es un indicio de la debilidad del Gobierno. Las relaciones entre ambas izquierdas se pueden recomponer, aunque para ello seguramente Sánchez tendrá que dar explicaciones, y posiblemente algo más, de su actuación en la tarde de este miércoles. Pero la posibilidad de una ruptura entre el PSOE y Unidas Podemos ya está en la escena de la que, con un esfuerzo notable, ambas partes se habían empeñado en alejar hasta ahora.

Todas esas tensiones no habrán pasado desapercibidas en la cúpula de la UE y en los gobiernos europeos con los que España tendrá que negociar en las próximas semanas. En esos ámbitos habrá quien ha interpretado que el acuerdo con EH-Bildu pueda terminar en una vuelta a las condiciones laborales y contractuales previas a una reforma. Una reforma que la propia UE impulsó y seguramente determinó hasta el detalle, porque respondía a su idea de las condiciones laborales que habrían de existir en España, y que seguramente no ha variado mucho desde entonces. Generar la inquietud de que eso puede cambiar no es precisamente el antecedente que más conviene a un gobierno español que necesita tanto del dinero que pueda llegar de Bruselas.

Es muy probable que dentro de unas semanas, todos y cada uno de los impactos citados, en la CEOE, en la coalición de gobierno y en la UE, puedan quedar redimensionados en parte. El Gobierno tendrá que empeñarse seriamente para lograrlo. Empezando por dar explicaciones de por qué y cómo ha ocurrido lo que ha ocurrido. Pero aunque así fuera, el mal que se haya hecho no se borrará del todo.

Particularmente porque lo que ha perdido es la fiabilidad en la gestión de Pedro Sánchez, en su capacidad para controlar la cambiante situación política y, lo que es peor, en la solvencia del Gobierno como un equipo unido, para empezar, entre los propios miembros del PSOE. Sólo fallos en alguno de esos apartados, o en todos ellos, pueden explicar el acuerdo con EH-Bildu. Como no se subsanen esos defectos, y eso va a requerir de gestos y decisiones importantes, las cosas pueden ir muy mal. Y con la derecha a la vuelta de la esquina. Cabe el consuelo de que si Casado no estuviera obligado a ir de la mano de Vox, la situación sería mucho peor.

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