Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
Sánchez impulsa una regeneración que incluye una reforma del Poder Judicial
La fumata blanca de Sánchez: cinco días de aislamiento, pánico y disculpas al PSOE
Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

Rescatar el periodismo, rescatar RTVE

Un hombre examina un coche destruido de la ONG World Central Kitchen.

63

“Parece como si existiera en el cerebro una región totalmente específica, que podría denominarse memoria poética y que registrara aquello que nos ha conmovido, encantado, que ha hecho hermosa nuestra vida”. Lo formuló el gran Milan Kundera en 'La insoportable levedad del ser', y lo recoge un magnífico perfil de XTwitter: literland. Sería gratificante poder escribir de las riquezas con las que hemos ido habitando ese espacio personal, pero el oficio del periodista es cada vez más el del cuerpo de bomberos que ha de salir a apagar fuegos. Siempre con urgencia, siempre los mismos, los que prenden la irracionalidad y la codicia básicamente, y que llenan la actualidad diaria.

El periodismo es uno de los elementos más indispensables en este momento. El de verdad. El que informa. Con datos y la mayor honestidad que quepa. Pero cada día contemplamos ejemplos de una manipulación descarada y lo que hace similar efecto: una impericia vergonzosa en el tratamiento de informaciones cruciales. Y vemos venir las consecuencias como una avalancha que ya nos abrasa. Y salimos con el camión y la manguera a por ellas y no se apagan, porque son muchos a avivar el fuego y porque las víctimas parecen estar mirando a las nubes, cuando no a las chispas en las que queman su propia vida.

La desinformación y el ruido son causantes directos de que se estén propagando pavorosos males ante una ciudadanía que es víctima y culpable de complicidad. No se puede ignorar lo que –por causa de uno mismo– ocasiona daño a otros. Ésa es la clave.

 El chef español José Andrés acaba de ver, desolado, cómo el Estado genocida de Israel ha matado a varios miembros de su ONG, World Central Kitchen. Llegó a ser tal su apoyo a la guerra de Netanyahu que insultó gravemente a la entonces ministra de Podemos Ione Belarra, de quien dijo que “no le representaba ni a él ni a España”,  y a cuantos avisaban de lo que realmente ocurría y ha ido a más. Pocos casos más claros de a qué lleva la desinformación. Si José Andrés hubiera previsto con los datos disponibles lo que podía pasarles a los colaboradores a los que envió a esa guerra, no la hubiera defendido. No ha de ser preciso pagar tan caro la desinformación. Y es doble la responsabilidad de los personajes públicos de cuidar sus opiniones cuando no están fundamentadas en la verdad: no hay más que ver la altura y número de las condolencias recibidas, que no han tenido los 160 trabajadores asesinados también de la UNRWA, por ejemplo.

Cada daño demoledor que sufrimos tiene detrás ese desconocimiento de la realidad de quienes apoyan causas y líderes dañinos. A menudo voluntario, otras veces por desidia, pero no por eso los hace menos responsables. En España los hay clamorosos.

Los medios subvencionados por el Madrid de Ayuso –con el importe de nuestros impuestos– andan estos días despendolados publicando inauguraciones de la presidenta y datos ficticios sobre lo mejor de lo mejor que es cuanto hace. Pretenden tapar el dineral ganado por su pareja, el comisionista, con los contratos de la Comunidad con Quirón, cuadriplicado desde que iniciaron el noviazgo, o el desastre de su gestión en los geriátricos, o las bravuconadas y calumnias de su guardaespaldas Miguel Ángel Rodríguez, servidas por medios desinformativos del máximo rango. ¿Querrán enterarse hoy sus seguidores de que el Gobierno de Ayuso reclama el dinero de la residencia a familias que perdieron a sus mayores en la pandemia? ¿Se puede llegar a mayor escarnio?

Y no queda ahí. Si yo no estoy informada previamente y pongo el telediario de las 15.00 de TVE me encuentro con que el PP dice que la corrupción mayor de España es el caso Koldo y la más corrupta, la pobre Francina Armengol, a quien le cayó la piedra al pasar, y salen todas las Cucas y los cucos haciendo aspavientos de horror ante “La trama” del PSOE, dicen. No es mal día: saldado con éxito el lawfare que tan caro pagó Monica Oltra, hoy exonerada por completo por no haber un solo indicio de culpa, toca buscar nuevos objetivos. La verdad es que, siguiendo con el Telediario, quien oculta sus tramas de gran envergadura es el PP. La del Amador novio de Ayuso es de las descomunales. Y hay muchas más. En modo alguno el mal de todos alivia la sensación de vivir en un país en el que demasiados ladrones entran a llenar el saco en las arcas del Estado. Pero hay diferencias, grados, matices.

Televisión Española podría ser precisamente el medio que informara con rigor y profesionalidad, volcado en cumplir el Derecho que a ello tienen los ciudadanos. En el inmenso caos que vive desde hace años la dirección y el Consejo, reventado ahora con fuegos de gran calibre, el PP ha tenido la desvergüenza de decir que los telediarios son gubernamentales. Las noticias de política ya no es siquiera que parezcan dictadas por el PP –en el fin de semana es flagrante–, es que están rematadamente mal hechas. En la sección de Nacional, claro está; la de Internacional es una de las mejores del país. No se puede seguir con el éste dice el otro dice como si leyeran las notas de prensa remitidas por los partidos; es obligado contar, con datos, qué hay de verdad y de mentira en lo que cada uno “dice”. El Telediario de las 21.00 ha mejorado en gran medida con Marta Carazo. En la composición del minutado del programa, sobre todo, pero todavía adolece de esos sesgos en Nacional.

El PP no va a consentir perder semejante bicoca, del mismo modo que no cede en renovar el CGPJ. Ya han encontrado otra víctima a la que tumbar: la nueva presidenta provisional por 6 meses de RTVE, Concepción Cascajosa, y persisten en tumbar a la periodista Silvia Intxaurrondo, que este martes desnudaba el patetismo del portavoz del PP Miguel Tellado.

La tarea es difícil. Los vicios adquiridos precisan mucho trabajo de remisión. Y la competencia de los medios privados supone un peso enorme.  Sobre todo en la forma en la que defienden “su territorio”. Este Consejo nació deforme por la arbitrariedad del proceso y porque al final eligieron los partidos de nuevo –todos y ratificados por Congreso y Senado– y no siempre entre sus mejores. Las actitudes sorprendentes que se citan son por completo lógicas conociendo al personal. En el intento anterior algunos medios saltaron a la yugular –en niveles obscenos– para impedir que llegara a término y lo consiguieron. La competencia teme una televisión pública que funcione. No solo por los datos de las audiencias, también por su repercusión.

Información en los telediarios y entretenimiento que no embrutezca. No es posible que todas las veladas haya un concurso. De comidas y postres –con autofagia de famosos–, de costura, o de baile. Se parece, salvando las distancias en la edición, a la televisión italiana de Berlusconi en los años 80. El problema es que apenas nadie quiere a TVE, como no valoran y respetan demasiado a su sanidad pública cuando votan a quienes la destrozan y la venden, encima para lucrarse y forrarse con las ganancias. Parece una obviedad, pero cada vez se cumple menos: “El dinero público tiene que ir a la sanidad pública”.

Nunca la quisieron demasiado. Le llamaron la caja tonta con tono de superioridad cuando en realidad abría una ventana para que el mundo entrara en tromba. Cuando los papás de los ultras actuales, hasta algunos de ellos de jóvenes, PP incluido por supuesto, tenían a España cerrada y con las persianas echadas. Por supuesto que, después, la liberalización de los espacios y las comunicaciones, trajo todos los canales de todas partes. Y que surgieron las televisiones privadas con ánimo de lucro por definición. Pero se podía seguir seleccionando.

TVE nos ha hecho testigos de los grandes acontecimientos internacionales. Nos brindó butaca preferente –en el salón de nuestra casa– a grandes obras del teatro universal, a películas y series como Yo, Claudio o Arriba y Abajo. Nunca faltaron, eso sí, las vicisitudes de familias norteamericanas cargadas de problemas. Y las españolas en avance de temas fundamentales como Anillos de oro o La Sra. García se confiesa. En las series se ha mantenido la calidad. El humor inteligente ha rebajado su grado, y la música con actuaciones de primeras figuras internacionales casi ha desaparecido.

Televisión española ha tenido siempre programas culturales, casi la única en esa dedicación. En el deporte, se ha prestado atención a los minoritarios, y no solo al fútbol. A través de TVE los españoles descubrieron el interés por la naturaleza de la mano sabia de Félix Rodríguez de la Fuente, o por las gestas llevadas a cabo Al filo de lo imposible

Hemos visto grandes reportajes con los mejores periodistas, cámaras, realizadores y montadores, y noticias de primera mano sin copia y pega. Han sido y deben seguir siendo una inversión en ciudadanía. Y hay que hacer debates que aporten. Nada tienen que ver las tertulias actuales con La Clave de José Luis Balbín. Y en cualquier formato –más ágil si lo prefieren–, se ha de cambiar el rumbo: menos cuotas de políticos y medios, y en su lugar personas capaces para abordar temas importantes sin griteríos y sesgos interesados.  A los tertulianos de medio pelo urge jubilarlos, aunque las empresas parecen preferir ese ruido a la clarificación.

No era la caja tonta, los espectadores fueron más tontos al dejarla perder, porque ahora lo es mucho más... Pero, sin duda, se puede recuperar como servicio público de calidad. Para ello hay que apagar los fuegos y empezar de nuevo con un Consejo de profesionales, honestos en todos los casos. Y unas directrices que busquen la competencia en la calidad más que en captar audiencias que, si se hace bien, vendrán igual. Invertir presupuestos en ese objetivo. No es imposible.

Hay que querer. Recuperar el derecho a la información de los ciudadanos –RTVE– y también el periodismo en distintos medios. Los manipuladores y sin subvención pública interesada caerían por su peso. Desechar la basura. Ponerse a ello con valentía que buena falta hace en esta selva que nos está quedando. Enormes nubes de tormenta se ciernen más allá y una ciudadanía madura, informada y formado su criterio puede decidir y exigir con conocimiento de causa. Desmontar los bulos. Echar a los telepredicadores de la mentira y la corrupción. Los ciudadanos de pleno hecho y derecho han de defender lo suyo que es de todos.

En esa memoria poética de Kundera hay muchos retazos de vida captados en la televisión. Guardé en mi retina la figura de un paramédico en Gaza cuando Netanyahu comenzó el genocidio palestino: lloraba de impotencia en la furgoneta de la UNRWA por la magnitud de los primeros bombardeos, y al día siguiente el ejercito israelí lo mató. Un ejemplo de coraje, entrega, humanidad. Un rincón para esas memorias que vitalizan, sí, despertando valores y emociones que nos hacen mejores. Muchos los sirvió la televisión, muchos los vimos en directo los periodistas para convertirlos en contenidos, imágenes y sonidos y transmitirlos a la audiencia. Los hay de dolor y también de belleza, de fracasos y logros, reales, siempre con la esperanza de que la información cale en quien tiene la fuerza para cambiar casi todo, si sabe que sí puede hacerlo.

 

  

 

Etiquetas
stats