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Los riesgos tras la cumbre de la OTAN

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez; el vicesecretario general de la OTAN, Mircea Geoana; el secretario general, Jens Stoltenberg; el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y el primer ministro británico, Boris Johnson. EFE/Rodrigo Jimenez

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Hay que entender las dinámicas de las relaciones internacionales siempre con un mapa sobre la mesa. América es una inmensa isla. EEUU está muy lejos de Europa. El resto del mundo está prácticamente unido por vía terrestre: Europa, Oriente Próximo, Asia, hasta llegar al Pacífico y África, separada por solo 14 kilómetros de Europa. Las condiciones geográficas, la cercanía, invitan a establecer y priorizar las relaciones comerciales entre los vecinos. Advirtió de ello el británico Halford Mackinder, a quien muchos consideran el padre de la geopolítica moderna, con su teoría de la ‘Isla Mundo’, en la que señala que desde que los continentes empezaron a interactuar hace unos quinientos años, Eurasia ha sido “el centro del poder mundial”. Quien controle esa región controlará el mundo, puesto que alberga buena parte de los recursos energéticos, el 75% de la población y más del 60% del PIB mundial. El famoso asesor del presidente Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinski, subrayó las tesis de Mackinder y las desarrolló en su libro El gran tablero mundial, un clásico para todo estudiante de Relaciones Internacionales que se precie.

La OTAN es una de las herramientas con la que Estados Unidos intenta acceder al control de Eurasia y evitar que Rusia se adelante en esa carrera. A través de instrumentos como la Alianza Atlántica, Washington -que lidera la OTAN- pretende mantener su hegemonía en un contexto de crecimiento de China y de desarrollo de un escenario de multipolaridad, donde potencias regionales quieren trazar sus propios caminos fuera del paraguas del neocolonialismo estadounidense. Con sus más de ochocientas bases militares, diseminadas por todo el planeta en más de 70 países, EEUU refuerza su influencia, preserva sus intereses políticos y económicos, asegura sus rutas comerciales y la posibilidad de hacerse con recursos en territorios lejanos. Cuando las bases no son suficientes, las estrategias, advertencias y operaciones de la OTAN rematan la estrategia. Cuenta para ello con las naciones europeas que integran la alianza militar, aunque a menudo los intereses que Washington persigue son diferentes a los de Europa; a veces, incluso, opuestos.

En los últimos años algunos países europeos buscaban una buena vecindad con Rusia, pretendiendo evitar conflictos, tensiones y al mismo tiempo extrayendo las ventajas de la cercanía geográfica en busca de beneficios económicos a través del mercado del gas. Es el caso de Alemania. Hace apenas cuatro años varios diputados alemanes firmaban una carta en la que mostraban su hartazgo ante la imposición del gas estadounidense aunque fuera más caro. En ella decían que “el gas licuado estadounidense es bienvenido en Europa, pero tiene que enfrentarse a la competencia como los demás”. Las relaciones comerciales entre Alemania y Rusia iban a fortalecerse con la apertura del gasoducto Nord Stream II, construido en los últimos años. Washington se resistía ante ese escenario e hizo lo posible para evitarlo. Incluso amenazó con sanciones económicas a empresas implicadas, como en 1982, cuando Ronald Reagan emprendió un ataque comercial contra la Ostpolitik europea (el proceso político impulsado por Willy Brandt en Alemania para normalizar las relaciones con los países del Este, incluyendo Alemania Oriental).

La invasión rusa de Ucrania pudo haberse evitado y así lo advirtieron durante años numerosos analistas, expertos, diplomáticos. Pero EEUU prescindió de la diplomacia preventiva y apostó por impulsar la expansión de la OTAN y la integración de Ucrania en la misma, sin reparar los riesgos que esto implicaba para los socios europeos. La invasión rusa de Ucrania, de la que solo Rusia es responsable, lo ha cambiado todo.

Europa es hoy más débil política y económicamente que antes de la invasión de Ucrania, y está más subordinada a Washington. Ante ello el presidente estadounidense Joe Biden pide a Bruselas que resista, que asuma sus directrices, que se convierta en escenario de la escalada con el envío de más tropas estadounidenses a Europa. Desde su posición de privilegio y desde su lejanía geográfica es fácil. EEUU está trazando su estrategia en Ucrania a costa de los intereses de parte de sus socios europeos. Los riesgos para nuestro continente no son pocos.

Alemania, Francia e Italia han dado muestras de ser conscientes de los peligros que enfrentamos, mientras otros países europeos parecen contentos de estar hoy más sometidos que ayer a intereses ajenos y contrarios a los nuestros. Mientras tanto, Ucrania, Polonia, los países bálticos y Reino Unido se erigen en un bloque propio, dispuesto a seguir hasta el final las directrices estadounidenses, sin matices. El primer ministro británico Boris Johnson pretende con ello apagar sus fuegos internos, al igual que Joe Biden sueña con ser percibido como ese comandante en jefe que merece respaldo en su país porque libra una guerra por la libertad y la democracia. Las encuestas indican que no termina de lograrlo.

En este marco se ha celebrado la cumbre de la OTAN en Madrid, en un contexto en el que se apuesta por la militarización, el aumento del gasto en armas y la carrera por dominar territorios, recursos y mercados a través de la fuerza. La invasión rusa de Ucrania ha facilitado el cierre de filas en torno a la voluntad de Washington, con el compromiso de todos los socios de más gasto militar, algo que antes de la invasión generaba reticencias.

La agresión rusa contra el territorio ucraniano no debería borrar la capacidad crítica, el conocimiento histórico y el sentido de responsabilidad a la hora de tomar decisiones que marcarán el futuro de toda Europa. No debemos olvidar que las operaciones militares de la OTAN no solo no han contribuido a estabilizar y dar seguridad en los países intervenidos, sino que a menudo estos se han convertido en un polvorín donde las armas circulan sin control, donde la violencia campa a sus anchas y marca a varias generaciones, creando bolsas de personas potencialmente refugiadas que intentan llegar a nuestras fronteras.

Estamos en uno de los momentos más difíciles y delicados las últimas décadas, con el auge del pensamiento único y la estigmatización de posiciones críticas, lo que tendrá consecuencias en los valores que se instalen en nuestra sociedad. Frente a cierta propaganda es fácil creer que la OTAN es una herramienta de paz y democracia. Pero lo cierto es que decisiones que se han adoptado estos días en la cumbre de Madrid pueden incrementar los riesgos y la escalada, con el trazado de la nueva estrategia atlántica ya pactado desde este miércoles.

El anuncio de Biden en Madrid de un aumento del despliegue militar estadounidense en Europa y la designación de Rusia como “amenaza más significativa y directa” no son anuncios de más paz, sino preludio de más tensión, de más confrontación. También lo es la definición de China como “desafío” a los “intereses y valores” de la OTAN. Washington arrastra a las naciones europeas a su pulso con el gigante asiático para conquistar la hegemonía que ha ido perdiendo en el mundo. Y el coste económico de todo ello para Europa es ya visible.

Ante la guerra de Ucrania hay dos opciones: dialogar, pactar, negociar, construir estructuras de seguridad y de no agresión mutua o apostar por la escalada bélica, por el refuerzo de la OTAN, por la perpetuación de la guerra y el riesgo de agresión entre potencias nucleares. Negociar implica lanzar mensajes públicos en ese sentido -cosa que no se está haciendo- y actuar para que haya resultados tangibles. Ningún intento será fructífero sin Rusia y Estados Unidos en la mesa de diálogo.

Fuera de esta burbuja occidental la OTAN es percibida de otro modo. Genera miedo y desconfianza. El sur global tiene memoria de las operaciones militares atlantistas lanzadas en nombre de la democracia y la libertad. En Irak, Libia o Afganistán hay hombres y mujeres con gran conocimiento de la Historia reciente, porque esta se ha escrito sobre su piel, condicionando sus vidas. Entienden mejor que cualquier occidental medio las dinámicas de la geopolítica, porque la han sufrido en sus propios cuerpos.

Aquí se nos invita a celebrar el rearme, la escalada bélica, los muros más altos, la concepción de la migración como 'amenaza híbrida'. Algunos analistas incluso plantean proyectos delirantes que contemplan la “occidentalización” del mundo. Europa deja en sala de espera la posibilidad de desarrollar su autonomía estratégica. El avance en los caminos de los derechos humanos, del cuidado del planeta, de la igualdad y de la paz también tendrá que esperar. Es la militarización de las mentes.

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