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Qué risa lo de Cibeles (o no)

Pancarta contra el gobierno de Pedro Sánchez en Cibeles
22 de enero de 2023 22:11 h

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Qué risa la mani facha del sábado en Cibeles, qué de memes y chistes con las pancartas, los cánticos y las pintas de la gente, qué ridícula la conspiranoia de los convocantes con lo del “plan oculto” y la “mutación constitucional”, qué risa todo hasta que el lunes oyes a tu compañero de trabajo, tu vecino en el ascensor, un padre en un cumpleaños infantil, la señora que te da la vez en la frutería, el grupo de WhatsApp de viejos amigos del instituto, el audio reenviado que te comparte tu primo, lo que tu hija te cuenta que dice uno de su clase, la conversación que escuchas a tu espalda en el bar, y resulta que repiten las mismas palabras del sábado en Cibeles. Y otras peores.

El okupa de la Moncloa. El del Falcon. El coletas rata. Los marqueses de Galapagar. La Yoli. La rubia. Los amigos de ETA. Los putos catalanes. El ministerio de “igual-da”. Los chiringuitos feministas. La paguita. La corrección política. La dictadura progre. Nos lo quieren prohibir todo pero ellos no se privan de nada. Quieren legalizar la pederastia. ¿Tendremos que firmar un contrato para follar? Que metan a los inmigrantes en su casa…

Podría seguir varios párrafos la lista de frases hechas. No las he tomado del programa de Federico, ni de un chat interno de Vox o del PP, ni del diario de sesiones del Congreso de los Diputados. Todas las he escuchado en los últimos meses en boca de cualquiera de los enumerados en el primer párrafo. Y sin necesidad de acercar la oreja: me las dijeron directamente en la frutería, el parque de perros, el cumpleaños infantil o el grupo de WhatsApp a poco que, tras los intercambios de frases de cortesía entre desconocidos, la conversación se fue animando y en seguida viró hacia la política. Imagino que también les ha pasado a ustedes.

No digo que sean mayoría, ni siquiera que sean muchos. Pero están muy convencidos, concienciados, excitados, movilizados, y a su manera “informados”. Algunos pareciera que reciben cada mañana el argumentario para la jornada. No es que lo parezca, es que en efecto lo reciben: en tertulias radiofónicas y televisivas, en medios digitales, en redes sociales, en grupos y reenvíos masivos de WhatsApp, en las mismas conversaciones que he presenciado y que supongo reproducen varias veces al día, orgullosos en su apostolado. La mayoría no tiene carné de ningún partido, ni acude a convocatorias como la de Cibeles. Les basta discutir con la tele, reenviar lo recibido, confrontar de vez en cuando con quien les lleva la contraria, disfrutar de la complicidad con los que comparten los mismos bulos y frases hechas.

Me acuerdo cuando hace una década, tras la crisis de 2008 y la sacudida del 15M, una serie de temas, valores y posiciones políticas parecieron volverse transversales, compartidos por la ciudadanía a izquierda y derecha: la banca necesitaba control público, la democracia debía ser más horizontal, la gente no podía ser desahuciada de sus casas. Pensamos entonces que se estaba construyendo “un nuevo sentido común”, expresión muy repetida entonces. Un nuevo sentido común de época, democrático, igualitario, progresista, que se plasmaría en el nuevo ciclo político. Todavía hoy se oye a líderes de la izquierda apelar a la necesaria construcción de un “nuevo sentido común” para hacer frente a la emergencia climática o ganar derechos.

Pues resulta que a la vuelta de una década, después de una crisis territorial, una pandemia y una guerra, con más incertidumbre, malestar social y una inflación empobrecedora, parece que se abre paso un nuevo sentido común de época, sí, pero ahora un sentido común reaccionario, conspiranoico, autoritario, agresivo, nacionalista, machista y xenófobo, que ya no habla de familias desahuciadas sino de okupas, no de mejorar la democracia sino de echar al presidente “ilegítimo”, no de rescatar a la gente sino de paguitas.

Una derechización que está capitalizando buena parte del malestar, el miedo y el resentimiento, favorecida mediáticamente, que tiene algo de revancha del ciclo anterior y también es transversal (no diría yo que son ultraderechistas todos los que hoy dicen cosas ultraderechistas). Y lo más preocupante: está alcanzando a los jóvenes, y eso lo sabe cualquiera que tenga hijos en edad escolar.

Así visto, ya no dan tanta risa los del “plan oculto” que llaman a una “movilización permanente y masiva hasta echar al dictador de la Moncloa”. Más nos vale prepararnos para lo que viene.

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