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El salario digno no admite propinas

La presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, durante la cena de Navidad del PP madrileño

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Isabel Díaz Ayuso no se libra del fin de año turbulento que está viviendo todo el país. El pasado vienes 16 de diciembre Vox tumbó el dictamen de los presupuestos madrileños, y el Partido Popular ya da por perdidas la aprobación de las cuentas. Se rompía así la buena relación existente hasta ahora con el partido de Rocío Monasterio, tras varias semanas de críticas y reproches cruzados alentados por la cercanía de las elecciones autonómicas y municipales.

El mismo día del revés de las cuentas, la Comunidad de Madrid lanzó una campaña con un guiño más a uno de sus sectores favoritos, la hostelería, con la que vive en permanente luna de miel desde la pandemia. En ella anima a los madrileños a dejar propina a los trabajadores que atienden en bares y restaurantes para que estos puedan cumplir sus pequeños sueños. El mensaje estaba claro: no hace falta subir el salario mínimo si entre todos ayudamos al empleador a completar un sueldo digno. 

EEUU es el país en el que todos pensamos al hablar de propinas. En la mayoría de los estados es obligatorio dejar una propina del 15% al 20% de la cuenta en bares y restaurantes. Y es obligatorio porque funciona, con conflictos recurrentes y continuas iniciativas legales para abolir la propina, un sistema de salario base doble: el mínimo y el submínimo (subminimum wage). A nivel federal, el salario submínimo es de 2,13 dólares a la hora, muy por debajo del mínimo de 7,25 dólares a la hora, aunque las cantidades varían bastante según el estado y la ciudad. La mayoría de los trabajadores de la hostelería percibe el salario submínimo. Si una vez sumadas las propinas no se alcanza el salario mínimo, el empleador está obligado a completar la diferencia. Sin embargo, el incumplimiento de este deber legal, según las revisiones federales de salarios, ronda el 80 por ciento.

Esta diferenciación salarial viene de largo: las ocupaciones que recibían propinas quedaron excluidas de la introducción del salario mínimo legal federal (25 centavos a la hora) en la Ley de Normas Laborales Justas de 1938. Si a esto añadimos que las propinas en este país tuvieron su origen en el pago que se daba a trabajadores negros en ocupaciones de servicios, como mozos de ferrocarril y botones en el siglo XIX, y que se extendió rápidamente a la industria hostelera, en la que se ocupa frecuentemente a inmigrantes y mujeres, la propina fue, y aún lo es, un elemento más de la discriminación salarial por género y raza.

Muchos trabajadores de hostelería americanos aceptan el sistema de propinas aunque reconocen que funciona de manera perversa. El empleador tiene que llevar un registro a través de una combinación de la contabilidad empresarial, los recibos de las tarjetas de crédito y un informe que redacta el personal de plantilla. Pero el control es muy deficiente, no se completa el salario mínimo y se usa el sistema de propinas en los turnos más lucrativos como incentivo y castigo, según convenga. Las quejas de los consumidores crecen y también las denuncias de las camareras sobre el uso de la propina como parte del acoso sexual de algunos clientes. El sistema subsiste, pues, en un entorno de crecientes críticas y vaivenes legales federales y estatales: Obama promulgó una ley que establecía que las propinas eran propiedad de los trabajadores, ley que Trump quiso tumbar, sin conseguirlo, para conseguir que las propinas pertenecieran a los dueños del negocio y cada legislatura renace la pretensión de acabar con el salario submínimo.

No es extraño que la Comunidad de Madrid acuda a estos referentes: su Gobierno no acepta el fracaso de las viejas recetas neoliberales anglosajonas, de alto contenido ideologista. Se hace evidente a la hora de cuadrar las cuentas, cuando se mantiene que bajando los impuestos se recaudará más y habrá mejores servicios públicos, y también lo es con el salario mínimo, asegurando que uno más bajo crea más empleo y mejores sueldos. Las viejas ideas son más tozudas que la realidad.

La campaña que anima a dejar propinas a los trabajadores de la hostelería es tan solo una anécdota, pero muestra el trasfondo de esta ideología liberal y business friendly de la CAM. Pero, en España, los sueldos dignos y la subida del Salario Mínimo Interprofesional que compensen el incremento de los precios y permitan a los ciudadanos afrontar el coste de cesta de la compra son elementos clave de nuestro crecimiento y cohesión social. Y ahí no se admiten propinas.

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