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¿Cómo salimos de esta y de las próximas crisis? ¿Reconstruyendo el sistema?

El autor critica que demos por buenas muchas ideas que nos 'venden' sobre la economía y los rescates.

Economistas Sin Fronteras

Alejandro Represa —

No es verdad que nadie hubiera visto venir la crisis, ya que hubo economistas de gran prestigio que advirtieron de cómo la economía se estaba sobrecalentando peligrosamente. Sin embargo, los que se beneficiaban de ese escenario a punto de explotar no tenían interés en escuchar un aviso que podría poner en peligro sus lucrativas perspectivas de negocio.

Además, como este enloquecido libre mercado que nos han impuesto tiene una increíble atracción, por la fuerza mediática que posee, muchas personas aún piensan que la salvaje privatización del sistema a que nos están sometiendo en todo el mundo es la única solución al problema, sin saber que avanzamos por un camino que conduce a ninguna parte. Y, ahora, cuando nos damos cuenta de que el paro sube, que el producto interior bruto y los salarios decrecen, y que hay recortes, empezamos a preocuparnos y a caer en la cuenta de que las cosas no van bien ¿Y qué podemos hacer para evitarlo?

Un primer paso, sin duda, lo dieron los decididos movimientos de resistencia, como el 15M en España, que en favor de la auténtica democracia surgieron en muchos países a lo largo de estos últimos tiempos. Y es en ellos, precisamente, en quienes podría depositarse parte de la confianza necesaria para creer que el futuro no será siempre tan injusto como hasta ahora. Pero no pequemos de ingenuos. En esa entusiasta forma de actuar, quizás se pusieron excesivas esperanzas: todavía queda un largo camino por recorrer. Los dueños de gran parte de la riqueza del mundo, esos escasos pero grandes acaparadores, no van a renunciar a su enorme botín sin oponer una fuerte resistencia.

En la economía actual, la impuesta por el omnipotente mundo capitalista, todo se basa en el PIB, ese parámetro que únicamente mide los valores monetarios de los volúmenes de transacciones económicas de los países, sin fijarse de qué tipo de transacciones se trata, pues solo considera los agregados, pero no cuantifica otros valores fundamentales del ser humano que estimulan el desarrollo de las personas o que producen impactos sociales y medioambientales positivos. De tal forma que nunca se preocupa del desempleo, ni de los recortes de derechos, ni del empobrecimiento de las personas, ni de los costes de reposición que provoca la progresiva contaminación actual. Y, sin duda, tampoco le inquieta en absoluto el crecimiento del bienestar ciudadano, ni le intranquiliza mínimamente la justicia social. Este es nuestro PIB, el que definió el prestigioso economista John Kenneth Galbraith como “una de las formas de engaño social más extendidas”.

Hoy en día, las grandes potencias económicas europeas nos amenazan con el rescate, sí, pero el rescate de los de arriba por parte de los de abajo, como ha ocurrido con los bancos. Y al mismo tiempo nos dicen los gobernantes, tanto los europeos como los nuestros, que empiezan a vislumbrarse datos alentadores, que estamos en la senda de la recuperación. ¿Recuperación? ¿De quién? ¿A costa de qué? Esto no nos lo aclaran. Hasta hace muy poco, con respecto a Europa, el crecimiento económico de los países ricos (Alemania, por ejemplo) se producía en gran medida gracias al endeudamiento de los países con quienes mantenían superávit comercial (España, por ejemplo).

Y desde otro aspecto más cercano a la realidad cotidiana, ha quedado probado que en estos últimos tiempos los ricos han incrementado progresivamente su patrimonio mientras que las clases medias, y las más bajas, han ido perdiendo poder adquisitivo. Y ahora, en plena crisis, cuando todos pensábamos que algo podría cambiar, no ha ocurrido así. Todo sigue igual y, lamentablemente, vemos cómo de forma invariable siguen aumentando las desigualdades.

Para corregir en cierta medida estas enormes injusticias, es preciso acometer con firmeza la lucha contra el fraude fiscal, medida que, aunque ayudaría mucho, no podemos llamarnos a engaño, no iba a resolver en su totalidad el problema de la actual crisis. No obstante, si se lograran poner a disposición de la ciudadanía esos más de 80.000 millones de euros que todos los años se evaden en España (en su mayoría desde las grandes fortunas y las grandes empresas), quizás se podrían dilatar las futuras y cada vez más frecuentes crisis que están por venir y que, si no se frenan de una forma decidida, nos llevarán sin remedio a la más absoluta precariedad.

Últimamente, están surgiendo multitud de gurús que creen estar en posesión de la auténtica verdad socioeconómica del mundo, pero que se revelan más como fanáticos defensores del crecimiento económico, del estímulo de la demanda y, en resumen, de la eficacia de nuestra deshumanizada economía capitalista, que personas sensibles con valores como la justicia, la solidaridad, la cooperación, la defensa del medioambiente… Y, además, se permiten el lujo de ilustrarnos con las clásicas y superadas recetas del falso desarrollo económico, sin estar convencidos de que estamos en un mundo global en el que no caben artificiales remiendos para avanzar en el desarrollo que de verdad interesa, el humano. Todo lo demás ya no tiene sentido si de verdad queremos reconstruir este sistema. Con el nivel alcanzado, de seguir así, ningún enjuague a modo de componenda será capaz de frenar su más que previsible caída hacia el abismo.

Algunos ingenuos tenían la esperanza de que si los adversarios de Ángela Merkel ganaban las elecciones alemanas, podía abrirse un resquicio a la esperanza en Europa. Pero no se entristezcan por el resultado: tengan la certeza de que nada hubiera cambiado. Los partidos políticos que hasta la fecha han gobernado en Alemania fueron (y continúan siéndolo) tan serviles a la gran clase empresarial y financiera como en los demás países. Y son ellos quienes deciden los objetivos políticos en este nuestro moderno y globalizado mundo.

Y aquí es donde todos debemos tomar posiciones y hacer que las cosas cambien, exigiendo a los responsables políticos que se deshagan de una vez por todas de las ligaduras que les mantienen atados a los poderes económicos y que inicien las verdaderas reformas que el mundo necesita. Es, por tanto, indispensable lograr transformaciones en las estructuras económicas y sociales actuales. Y para ello es preciso debatirlas ampliamente a nivel político y entre los ciudadanos.

Alguien dijo que había que confiar firmemente en la libertad para poder hacerla cada vez más grande, aserto que seguro compartimos una gran mayoría de los ciudadanos. Pero, si queremos poner orden en este caos en el que por la acción de unos pocos y la omisión de los más hemos metido al mundo, es necesario un compromiso real y efectivo de toda la gente de bien, con el objeto de reconstruir las actuales estructuras y transformarlas en otras económica y socialmente justas, basadas en los derechos humanos y dirigidas a lograr una sociedad global, solidaria y sostenible. Valores éstos de los que hoy en día se carece por completo en los ámbitos gubernamentales de prácticamente todos los países, pero que resultan imprescindibles para mantener la confianza en que nunca llegaremos a ver malograda la esperanza de conseguir la auténtica libertad.

Este artículo refleja exclusivamente la opinión de su autor.

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