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Sánchez gana; Díaz se resiente y Casado se inhabilita

Pedro Sánchez, Nadia Calviño y Yolanda Díaz celebran la aprobación de la reforma laboral.
4 de febrero de 2022 00:34 h

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Dos diputados (UPN) que rompen la disciplina de voto dictada por su partido; un error en el voto telemático de un parlamentario del PP, una presidenta que da por derogado el decreto cuando la suma de los apoyos conseguidos indicaba la convalidación, un abucheo a Batet en los pasillos… Caos durante la votación que precedió este jueves a la euforia del Gobierno tras la aprobación de la reforma laboral y a las caras de frustración en la bancada de la derecha por no haberla hecho descarrilar. Lo intentaron hasta el final. La izquierda habla de “compra de voluntades”, de “tamayazo” en la Cámara Baja. Y la derecha de “tongo” y “fraude”.  El Parlamento tiene esas cosas que a veces producen sonrojo y el PP ha entrado en una dinámica de cuestionamiento de las instituciones y de sus procedimientos que le aleja de los mínimos exigibles a un partido que cohabite en el universo democrático.

Con sobresaltos, con errores y con una negociación tan agónica como la votación final, la reforma laboral salió adelante por la mínima gracias al voto del diputado de la bancada popular Alberto Casero, que se equivocó en el proceso telemático. ¡Justicia poética! A saber si el parlamentario en cuestión no era de los que creían, que haberlos los hay en el PP, que la estrategia de Pablo Casado del “no a todo” es un error; que un acuerdo social de la magnitud del alcanzado para el nuevo marco laboral es un asunto de estado que hay que apoyar y que en el fondo la reforma, de alcance limitado en los contenidos, deja intactos muchos de los preceptos de la que aprobó la derecha en 2012. 

175 votos a favor, 174 en contra y ninguna abstención. El Gobierno sudó la gota gorda, sobre todo al comprobar la “traición” de los diputados de UPN Sergio Sayas y Carlos García Adanero, que rompieron la disciplina de grupo y cambiaron el “sí” por el “no” y provocaron que el resultado fuera aún más ajustado de lo esperado. 

Pedro Sánchez vuelve a ganar. Por haber impuesto a Unidas Podemos una reforma bendecida por la derecha empresarial y situarse así en la centralidad del tablero. Por lograr el primer gran acuerdo social en el marco de las relaciones laborales en 30 años. Por aguantar el órdago de quienes hicieron posible su investidura. Por situarse  en el marco de la transversalidad. Y por desprenderse, de paso, de la etiqueta de radical que le colgó la derecha al demostrar que es capaz de pactar por su diestra y por su siniestra. Otra cosa serán los sustos a los que se enfrente si, desde ahora, está dispuesto a transitar por el proceloso mundo de la geometría variable, aunque en el fondo sabe que los independentistas nunca van a facilitar el camino a La Moncloa de Pablo Casado.

Yolanda Díaz, por su parte, se resiente al no haber logrado el apoyo del bloque de izquierdas que hizo posible la investidura. El entusiasmo con el que Ciudadanos, Ana Patricia Botín y  la CEOE han defendido la reforma son un aval ante Europa, pero no la mejor carta de presentación para un frente de izquierdas, aún dando por bueno que la norma mejorará la vida de millones de trabajadores, reducirá la temporalidad y aumentará los salarios. 

La vicepresidenta sale tocada y su grandilocuente relato, diezmado por la realidad de un texto que no alcanza la pretensión ni la expectativa con las que fue concebido. Que Unidas Podemos no haya hecho una sola llamada a ERC para atraer a los independentistas al “sí” da idea del entusiasmo con que una parte de la izquierda española ha aceptado el nuevo marco, que avanza en derechos pero no recupera todos los que sepultó la derecha hace diez años. El malestar de los republicanos no es con Sánchez, ni con el PSOE, sino sólo con Díaz. Los socialistas siempre avisaron que no harían cambios en el texto mientras que la ministra de Trabajo se empeñó en un imposible aún sabiendo que la redacción final no sería modificada -por expresa instrucción del presidente- y acabaría en una corrección de alcance limitado de la normativa que dejó en vigor la derecha.

De ahí que ni el PP en su conjunto comparta el “no” de Pablo Casado. Con su persistente campaña en Bruselas contra los fondos europeos y su rechazo a una reforma laboral bendecida por la CEOE en el primer gran acuerdo social de las últimas tres décadas, el líder de los populares se inhabilita a sí mismo como alternativa de gobierno. Casado sigue sin encontrar su lugar en el mundo, y camina a rebufo de lo que le impone VOX con una preocupante desconexión de la realidad política y social que tiene perplejo incluso a su propio equipo. Lo que dijo José María Aznar el pasado domingo sobre su falta de proyecto cayó como una bomba de neutrones en los despachos de la planta noble de la calle Génova, pero lo comparte y lo explicita ya una inmensa mayoría de la familia popular, que hoy admite sin ambages que con el errático liderazgo de Casado y su esperpéntica estrategia han perdido, además de la brújula, el necesario sentido de Estado de un partido que aspira algún día a volver a gobernar.

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