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Secretos a voces que no se publican

Juan Carlos I y Corinna zu Sayn-Wittgenstei
5 de octubre de 2021 22:06 h

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Si nos fijamos un poco en algunas bombas periodísticas, nos daremos cuenta de que, en muchas ocasiones, se trata de escándalos que, conocidos por la clase periodística, eran silenciados de forma unánime. Se había establecido una especie de omertá siciliana para no nombrar el tema. Y llega un día y, por diferentes razones, se levanta la veda y todo el mundo cuenta que se sabía. 

Señalaré algunos de esos casos. Quizá el más reciente es el del empresario ventrílocuo José Luis Moreno. Ahora que el juez se lo ha llevado por delante resulta que toda la prensa ya sabía que humillaba y explotaba a sus trabajadores, que no pagaba a sus socios, que escondía el dinero a sacos y se lo llevaba a paraísos fiscales, que andaba implicado en negocios muy oscuros que explican los allanamientos clandestinos en sus casas y las palizas a manos de sicarios. 

Otro de los casos más relevantes es el del 3% de Jordi Pujol y su Govern. Desde 2014 todos los medios lo cuentan con desparpajo pero parece que la prensa lo sabía mucho antes y nadie decía nada. Y hasta la oposición lo conocía, recordemos ese calentón de Pasqual Maragall diciéndoles “vostès tenen un problema, i aquest problema es diu 3%”. Sucedió nada menos que en 2005, y cómo sería la omertá, que Maragall pidió perdón por haberlo dicho y ningún medio siguió tirando del hilo. 

Luego tenemos las tropelías de Juan Carlos I, las financieras y las de faldas. De estas últimas podías cotillear con cualquier taxista de Madrid hace más de 20 años, pero ni palabra en ningún medio. Incluso, allá por los años 1999 y 2000, hubo dos libros que contaban cosas tremendas del campechano: “El negocio de la libertad”, de Jesús Cacho, y el de “Un rey golpe a golpe”, de Rebeca Quintans, que firmó con el pseudónimo de Patricia Sverlo. Pero nada salía en la prensa hasta que no apareció la fiscalía suiza y una amante que se consideraba estafada.

Y no digamos del comisario Villarejo, alguien que, además de moverse como pez en el agua en las cloacas del Estado, también lo hacía en los despachos de muchos periodistas. Eran muchos los que conocían sus tejemanejes desde los años ochenta, totalmente noticiosos, pero hasta que no surgieron los conflictos de Villarejo con la cúpula policial en 2015 su nombre no apareció en la prensa. 

Los silenciamientos periodísticos suceden en todos los ámbitos. Tras la emisión de la serie documental donde Rocío Carrasco cuenta el maltrato al que fue sometida por su exmarido Antonio David Flores, toda la prensa comienza a darle la razón y afirmar que era sabido. Hasta le rescinden a Antonio David su colaboración en una televisión. Sin embargo, el exmarido llevaba 20 años paseándose y haciendo caja por diferentes platós de televisión ante las sonrisas y aplausos del mundo de la comunicación.

Al final hemos terminado sabiendo las cosas gracias a investigaciones policiales, informes fiscales o amantes despechadas o estafadas. Y entonces es cuando empiezan los periódicos a decir que era un secreto a voces. 

No puede ser una excusa que esas informaciones no se hicieron públicas antes porque no estaban confirmadas ni contrastadas y que solo eran rumores. Vivimos tiempos en los que los medios no cesan de colar bulos y fake news alegremente sin que les suceda nada, de cualquiera de los anteriores temas tenían más información que de muchos de los rumores que ahora difunden. 

Es evidente que sigue habiendo poderes que logran imponer silencios, intereses que requieren no morder a la mano que da de comer y falta de audacia en periodistas y, sobre todo, en empresas de comunicación, para salirse del rebaño y contar lo que nadie se atreve. 

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