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La séptima B

La vicepresidenta segunda del Congreso y diputada del PP, Ana Pastor.

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En El final del affaire, Graham Greene dejó escrito que una historia no tiene ni principio ni fin, sino que más bien uno elige arbitrariamente el instante de cada experiencia  desde el cual mirar hacia adelante o hacia atrás. Es una forma como otra cualquiera de moldear el pasado, de quedarse con lo mejor de lo vivido, justificar una triste existencia o autoconvencerse de una mala decisión. Pasa en todos los órdenes de la vida. En la amistad, en el amor, en cada recorrido vital y hasta en la política. No hace falta irse muy lejos para comprobarlo. 

Hoy España se divide entre quienes ven en Juan Carlos I solo al hacedor de la Transición y quienes no apartan la vista de la imagen de un comisionista que utilizó la jefatura del Estado para enriquecerse ilegalmente; entre  quienes consideran que Fernando Simón ha cometido un pecado imperdonable por irse a pasar el fin de semana al Algarve y quienes creen que si hay alguien que se ha ganado a pulso dos días libres en los últimos cinco meses es el director del Centro de Coordinación de Emergencias; entre quienes asumen como propias las tesis de la Europa del rigor contable y quienes creen que una drástica rebaja en las ayudas comunitarias hará que esta crisis sea aún más dolorosa para los que menos tienen; entre quienes dicen que las Autonomías no están a la altura para la gestión de la nueva normalidad y quienes defienden que la culpa la sigue teniendo el Gobierno de Sánchez… 

No hay grises ni matices. Todo es blanco o todo es negro. Ni el emérito es una combinación de luces y sombras, ni Simón ha podido cometer algún error entre sus muchos aciertos… Para estos, lo del padre Felipe VI abriendo sociedades opacas y teniendo testaferros por medio mundo tiene un pase, pero lo del director del centro de Emergencias dándose un baño en la playa es para mandarlo al exilio.  

En esta categoría entra la derecha, que además ha pasado  en cuestión de semanas de defender una cosa y su contraria por razones meramente partidistas cuando habla de la pandemia y de la gestión de la crisis sanitaria. Con el estado de alarma, la culpa era del Gobierno de Sánchez. Y sin él, también es del Gobierno. Cuando descendía el número de muertos era gracias a las Comunidades autónomas y cuando aumentaba, era por la negligencia del Ejecutivo de España. 

Los populares querían que decayera el estado de alarma porque Sánchez había hecho de nuestra democracia una “dictadura constitucional” en la que no se respetaban los derechos y las libertades de los ciudadanos. Y ahora, que la presión político-económica y la debilidad parlamentaria se han impuesto a la protección de la salud, claman ante los micrófonos para que Sánchez “tome el mando” nuevamente ante el descontrol autonómico y el goteo de brotes registrados a lo largo y ancho de España. 

Que las Comunidades no han hecho los deberes es un hecho: la atención primaria se mantiene a medio gas, los servicios regionales de epidemiología no contabilizan los casos como debieran y no se ha contratado el número suficiente de rastreadores con los que seguir la pista a los infectados y evitar que se expanda el virus. ¿Para qué han servido los últimos cuatro meses? Para escuchar cómo las administraciones se tiran los trastos a la cabeza y los partidos intentan sacar rédito del COVID-19. 

El PP es un partido al que cada día cuesta seguir en sus exposiciones porque unas veces dice que blanco y otras que negro. Hay días que pide a Sánchez que aparte sus manos de la gestión de la crisis sanitaria y hay días, como estos últimos, que le reclama que tome el control de la situación porque las Autonomías no saben cómo hacerlo. ¿En qué quedamos?

“No se puede pasar del todo a la nada. De la alarma a no tener ningún control”, ha dicho la ¿moderada? Ana Pastor, tras afear al Gobierno que haya transitado del confinamiento absoluto a decirle a las Autonomías “tú te lo guisas y tú te lo comes”. Sabe que no es así, que su partido es responsable de que decayera el estado de alarma por negarse a apoyar las últimas prórrogas y que el Gobierno sucumbió además a las presiones económicas para intentar salvar la temporada de verano en el turismo. El PP no sólo estaba de acuerdo en esto último sino que venía reclamándolo antes de que ocurriera. Ahora se lleva las manos a la cabeza por los 201 brotes contabilizados, por las 2.289 personas afectadas y porque sabe que en el fondo, además de a las 6 “B” (bodas, bautizos, bares, barbacoas, banquetes y botellones) a las que en virología se vinculan los nuevos brotes, hay una séptima, que es la de su bárbara oposición -en la acepción de arrojada y temeraria que establece la RAE- durante la vigencia de un estado de alarma y un confinamiento que de sobra sabía que eran necesarios, pero hizo todo lo posible por que decayeran. 

El virus sigue aquí, no se ha ido aún, pero algunos siguen pensando solo en el corto plazo igual que los jóvenes que se lanzan al botellón nocturno sin reparar en las consecuencias o los irresponsables que salen o entran de aquellas autonomías donde se recomienda limitar a lo estrictamente necesario la movilidad y, sin embargo, ellos solo piensan en sus vacaciones. No hemos aprendido nada. Tampoco a distinguir entre la parte de la historia que más nos conviene elegir: si la economía o la salud. ¿Acaso apoyaría el PP un nuevo estado de alarma?

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