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¿Y si Europa termina crujiéndonos?

Banderas en la sede de la Comisión Europea en Bruselas

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Este diario acaba de publicar la excelente entrevista que Andrés Gil le ha hecho a Yannis Varoufakis, el que en 2015 fue ministro, fugaz pero impactante, de la Grecia machacada por la crisis económica y por las durísimas medidas de austeridad que la UE impuso al país a cambio de un insuficiente y muy interesado apoyo financiero. Varoufakis intentó librar a su país de esa trampa, pero no lo consiguió. Como era de esperar, hoy vuelve a defender sus argumentos de entonces. Pero más interesante que eso, dice que los “hombres de negro” pueden volver a campar por sus respetos en los países a los que la UE decida ayudar. Y a la cabeza de ellos, a España.

El exministro griego, hoy europarlamentario inscrito en un pequeño grupo izquierdista, no cree que eso vaya a ocurrir inmediatamente. Pero sí dentro más menos de un año y, concretamente, cuando Alemania logre controlar sus cuentas públicas y reducir su déficit, que se ha disparado por culpa de la pandemia, prácticamente a cero. Entonces, pronostica Varoufakis, volverá la austeridad y la imposición de drásticos recortes en el gasto público de los países que hayan recibido fondos de la UE.

Y más si esos fondos no han sido en su mayor parte subvenciones, es decir, dinero a fondo perdido. Como piden los gobiernos de España, Italia, Portugal y puede que también Francia, con la aparente aquiescencia de Angela Merkel. Y a lo que se oponen varios países de la Europa rica, encabezados por Holanda, que quieren que la mayoría de los 750.000 millones de euros que la UE podría repartir sean créditos, es decir, dinero a devolver.

La negociación para solventar quién se llevará el gato al agua en esta disputa empieza este viernes en Bruselas. Se prevén tres días de discusiones muy intensas y no hay pronóstico alguno sobre su resultado. Es más, muchos prevén que no haya resultado y que haya que seguir hablando más adelante. La regla de la unanimidad exigida para decisiones de este tipo en la UE añade un factor no secundario de incertidumbre.

Esas dificultades y el complejo procedimiento que seguirá a la aplicación de ese eventual acuerdo, llevan a pensar que faltan muchos meses para que el dinero europeo llegue a las cuentas españolas y de los demás países beneficiarios. Puede que demasiado tarde para cientos de miles de empresas y para millones de trabajadores que siguen conservando formalmente su empleo gracias a los ERTE que, por mucho que se prolonguen, tiene duración limitada.

Con todo, no cabe mucho optimismo con respecto a lo que se está cociendo en Bruselas. Porque el debate va más allá de la consabida disquisición técnica y también ideológica sobre la política económica europea. La idea de la austeridad no está enterrada, por mucho que algunos lo hayan proclamado con un entusiasmo digno de mejor causa. Y el drama de la pandemia no ha consolidado un espíritu de solidaridad en los círculos del poder europeo.

A eso se añade otro factor, que algunos tienden a olvidar: el del nacionalismo rampante en buena parte de los países europeos y su creciente peso electoral, más allá de reveses puntuales en algunos países. Holanda no pertenece a este grupo. Su primer ministro, el liberal Mark Rutte, gobierna en coalición con la ultraderecha de Wilders, entre otros partidos.

Y está muy condicionado por sus posiciones. Hace unas semanas unas imágenes televisivas mostraban a Rutte saliendo de un coche y conversando brevemente con un obrero de la construcción que trabajaba allí mismo. Éste gritaba al primer ministro: “a los españoles y a los italianos, ni un euro”. Y éste contestaba: “Claro que no”.

Angela Merkel querría evitar por todos los medios que de esta crisis saliera una Europa dividida para siempre entre países ricos y países pobres, entre los que figuraría España. Y no sólo por supuestos principios de solidaridad y por su innegable europeísmo, sino también por fuertes motivos de eficacia y racionalidad económica. Pero no está claro que la canciller vaya a poder doblegar resistencias tan fuertes y tan ancladas como las de Holanda. Y el apoyo de la postrada Francia de Emmanuel Macron no parece que esta vez vaya a valer de mucho.

Está claro, y más en la UE, que el debate no es entre blanco o negro. Que hay muchas posiciones intermedias y fórmulas para muchos acuerdos parciales. Habrá que ir siguiendo la negociación día tras día. Fijándose en los detalles y no esperando titulares impactantes. A menos que la cosa no salte por los aires o que hay alguien que la haga saltar.

Pero, más allá de eso, desde el punto de vista de los intereses españoles, la ayuda europea es imprescindible y vital para un país abocado a un déficit público del 10 %, a una deuda pública del 120 % de su PIB y de una deuda privada que no le irá mucho a la zaga. Empieza a ser ya el único recurso al que agarrarse para no seguir cayendo en el pozo. Pero, tal como están hoy las cosas, va a tardar mucho más de lo que los más optimistas creen. Y, además, si las tesis de Mark Rutte se imponen, con los matices que podrían salir de la negociación, esa ayuda podría estar condicionada al cumplimiento de condiciones draconianas, tal y como Varoufakis vaticina.

Que cada uno se imagine qué vendrían a controlar los eventuales hombres de negro, es decir, los enviados de la UE, del BCE y puede que también del FMI. Recortes de pensiones, de sueldos de funcionarios o de gastos en sectores fundamentales podrían figurar en esa lista. Y también, claro está, aumento de impuestos, empezando seguramente por los indirectos, los que paga todo el mundo. Esperemos que Pedro Sánchez, y los líderes europeos que comparten sus posiciones sepan alejar esos riesgos. Y que Europa no nos cruja. 

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