Si no se reorganiza ya, la izquierda se encamina a su italianización

17 de diciembre de 2025 22:05 h

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Cuando la situación se vuelve realmente adversa, en la izquierda siempre aparece alguien que cita a Mao para intentar animar el ambiente: «todo bajo el cielo está en gran desorden; la situación es excelente». La frase suele emplearse como recordatorio de que el caos encierra oportunidades. Sin embargo, su sentido original era más acotado: Mao describía un momento de debilidad de las élites que abriría la puerta a una revolución política. No era, en absoluto, una celebración indiscriminada del colapso de los equilibrios previos.

El uso recurrente de esa cita revela dos pulsiones muy arraigadas en la izquierda. La primera es el “malmayorismo”: la convicción de que cuanto peor vaya todo, más opciones tendrá la izquierda de capitalizar el descontento. La segunda es el voluntarismo histórico del movimiento socialista, que atribuye a la voluntad política —de individuos, partidos y organizaciones— la capacidad de superar obstáculos estructurales. Ambas actitudes, en mi opinión, combinan ingenuidad y peligro.

Partamos del diagnóstico: la situación actual es crítica para la izquierda. Las dos formaciones que integran el gobierno de coalición atraviesan una debilidad severa. El PSOE afronta el desgaste de los casos de corrupción surgidos en las más altas esferas del partido y de las denuncias de acoso sexual que afectan a dirigentes en todos los niveles, desde la Moncloa a pequeños municipios. SUMAR, por su parte, se encuentra desestructurado, sin una estrategia coherente de medio plazo y extraordinariamente vulnerable ante un eventual adelanto electoral. En este contexto, ambas fuerzas han concentrado sus expectativas en los réditos de la gestión gubernamental. Pero la pregunta es inevitable: ¿basta con eso?

Todo indica que esta apuesta se parece al chiste del hombre que busca sus llaves bajo la única farola de la calle aun sabiendo que las perdió más lejos. Confiar únicamente en lo que funciona —la gestión institucional— supone ignorar dinámicas profundas y peligrosas. Es probable que la ciudadanía perciba esa actitud como una desconexión con la gravedad del momento: ¿cómo pueden actuar como si no hubiese ocurrido nada? Además, los próximos meses estarán previsiblemente marcados por nuevas revelaciones sobre corrupción y acoso sexual. El calendario judicial español rara vez resulta benévolo y, aunque los casos afecten directamente al PSOE, erosionarán al conjunto del gobierno. Ninguna novedad normativa podrá neutralizar esa pérdida de credibilidad. De hecho, el anuncio estrella de Pedro Sánchez tras las últimas investigaciones —un bono transporte— ha sido desconcertantemente insuficiente para el tamaño del problema.

SUMAR acierta al reclamar cambios de mayor envergadura. Pero cabe preguntarse si una simple remodelación del Ejecutivo puede responder ya adecuadamente al desafío. El PSOE depende excesivamente de la figura de Sánchez, lo que facilita su desgaste por parte de la derecha. Y un recambio menor en el gabinete carece de impacto, especialmente cuando la mayoría de los ministros de ambas partes son prácticamente desconocidos para la ciudadanía. A su vez, el miedo de SUMAR a una cita electoral reduce a cero su capacidad de presión.

Queda la pregunta de fondo: ¿pueden las políticas públicas revertir esta situación? Para ello harían falta medidas de gran calado orientadas a las prioridades de la mayoría social —vivienda, salarios, sanidad, cuidados—. Pero incluso si se adoptaran de inmediato, sus efectos serían lentos. Podrían contribuir a recuperar iniciativa, pero es dudoso que sean suficientes por sí solas: ninguna medida aislada, mucho menos a golpe de titulares, puede remontar una crisis política de esta magnitud. Son buenas tácticas —si se llevan a cabo— pero no pueden ser la estrategia.

No estamos todavía ante un “gran desorden” en el sentido maoísta, pero sí ante un punto crítico. Y conviene recordar que los “males mayores” no conducen automáticamente a oportunidades para la izquierda. Si las derechas ganan las próximas elecciones, se abrirá un ciclo político dominado por la reacción, con efectos devastadores sobre la izquierda, más próximos al “sálvese quien pueda” que a una hipotética refundación. Basta mirar a Italia para comprobar que los momentos de mal mayor —con un gobierno de extrema derecha— rara vez alumbran un renacimiento progresista; más bien consolidan el avance de las fuerzas reaccionarias.

Si se quiere evitar ese escenario, es imprescindible actuar ya. El asunto estratégico clave es cómo comparecerá la izquierda en el próximo ciclo electoral, ocurra cuando ocurra. Ese es, en realidad, el único modo de ordenar las tácticas de los próximos meses. Todo apunta a que el PSOE presentará a Sánchez, su principal activo. A su izquierda, en cambio, reina la incertidumbre: el espacio político es una suma frágil de partidos y figuras, sin articulación estable, con desconfianzas acumuladas y sin un mecanismo claro de decisión. Con estos ingredientes, el riesgo de fracaso es evidente. 

La única salida viable exige un revulsivo organizativo. Si SUMAR reclama al PSOE transformaciones de calado, debe asumir que esa misma lógica opera hacia dentro: el punto central es comprender que su misión no es resistir en los ministerios hasta la próxima convocatoria electoral, sino garantizar la existencia de una candidatura unitaria, coherente y capaz de representar al espacio político. Esa es una gran responsabilidad que implica generosidad, sacrificios mutuos, ruptura de inercias y apertura a nuevas fórmulas. El llamamiento de Gabriel Rufián a reorganizar el espacio progresista en su conjunto —y su creciente reconocimiento público— indica que ciertos actores están leyendo mejor el momento.

El panorama actual, sin embargo, invita al escepticismo. En Extremadura, Podemos e IU concurren juntos con apoyo de SUMAR, aunque sus dirigentes nacionales ni se cruzan. En otros territorios siguen negociando una posible unidad, pero bajo la condición impuesta por Podemos de que no se acerquen ni con un palo a SUMAR. Andalucía, mientras tanto, se encamina hacia tres candidaturas: Podemos, Adelante Andalucía y Por Andalucía (IU-SUMAR). Pocos regalos podrían ser más valiosos para una derecha que ya avanza empujada por viento de cola.

La legislatura no puede prolongarse sin rumbo; resistir por resistir es simplemente una derrota diferida. El punto central es articular una estrategia. Si el PSOE y SUMAR estuvieran preparados, quizá habría sido razonable anticipar las elecciones. Como ninguno parece estarlo, y mucho menos SUMAR, puede aceptarse que agoten la legislatura, pero solo si el tiempo se aprovecha para reconstruir el espacio progresista y renovar políticas, discursos y liderazgos. La fórmula que funcionó en julio de 2023 está agotada. Si ambas fuerzas quieren evitar que España entre en el mismo ciclo reaccionario que avanza en otros países europeos, deben asumir que ya no hay margen para la complacencia: o reorganizan su espacio político y actualizan su proyecto de manera profunda, o la derecha heredará un país exhausto y una izquierda fragmentada. La disyuntiva es inequívoca: o hay una reorganización real, o la izquierda se encamina a un ciclo largo de irrelevancia.