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Sánchez busca romper la unidad del PP para reformar la financiación autonómica
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Opinión - Así se desmonta un bulo de Vox en directo. Por Raquel Ejerique

¿Y si a Pedro Sánchez dejaran de irle bien las cosas?

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez.

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Sin duda una eficaz campaña de imagen ha contribuido a que en las últimas semanas se haya ido instalando la sensación de que las cosas le van bien al Gobierno. Pero lo cierto es que hay datos que avalan la buena marcha de la situación. El éxito de la campaña de vacunación -eso sí, no mayor que en los países de nuestro entorno-, los indicios, cada vez más consistentes, de que la recuperación económica ya está en marcha y la pérdida de fuelle de la oposición de la derecha al indulto han mejorado, todas ellas al unísono, las perspectivas políticas de la izquierda. De todos modos, el debe sigue siendo formidable, con la pobreza y la precariedad social acuciando como nunca.

Con todo, el balance no se puede cerrar sin tener en cuenta un factor político de enorme importancia. El de que la derecha está más desunida que nunca, con una Isabel Díaz Ayuso que ha dejado atrás las medias palabras y en su discurso de investidura ha declarado abiertamente que ella es el “contrapeso” de Pedro Sánchez, dejando a su líder, Pablo Casado, en un limbo incómodo del que el presidente del PP no sabe cómo salir.

Se sabía desde hace meses, desde antes de que ganara las elecciones madrileñas, que Ayuso y su alter ego, Miguel Ángel Rodríguez, aspiraban a lo máximo, que Madrid no era sino un escalón en esa marcha. Pero se creyó, y la presidenta madrileña contribuyó a esa impresión, que ese asalto quedaba para otro momento posterior, que antes habría de producirse una etapa de consolidación.

Esos cálculos se han demostrado erróneos. Ayuso ha respondido al fracaso de la manifestación de Colón con un salto hacia adelante, atribuyendo implícitamente ese fracaso a Pablo Casado, a su tibieza y a su incapacidad para atraer a la movilización a la mayoría de los barones de la derecha. E insistiendo en su discurso duro, con los indultos y con todo, distanciándose lo mínimo posible de un Vox que no deja de denostar al líder del PP y proclamando a Madrid como el ejemplo a seguir por el resto de la derecha, como el bastión de la guerra contra la izquierda.

Es evidente que esa posición no es compartida por otros dirigentes del PP. Que Núñez Feijóo, aunque dice muy poco, está en contra, que el andaluz Moreno Bonilla, que se va a reunir con Pedro Sánchez para hablar de financiación autonómica dejando de lado los indultos, opta por la vía de la moderación para ganar sus autonómicas y que otros barones están, por el momento, en esas posiciones. Pero ese conglomerado menos radicalizado carece de un líder. Y Casado, que debería serlo, lo es cada vez menos y aparece cada vez más superado por los acontecimientos. Hasta el punto de que cabe preguntarse si conseguirá renovar su mandato o si en el horizonte a medio plazo del PP está ya el fantasma de una crisis de fondo.

No son esas las mejores condiciones para aspirar a relevar a Pedro Sánchez en La Moncloa. Y que los sondeos digan que el PP está creciendo, muy poquito por cierto, sólo sirve en estos momentos para preguntarse cuál es el sentimiento mayoritario en las filas de la derecha social, si esas cifras, ese pequeño crecimiento, no estará expresando una creciente radicalización del electorado conservador, con el que Díaz Ayuso conectaría muy bien. Y si esa sensación se confirma y empieza a tener una expresión que podría terminar en crisis interna, habría que ver cuántos de los barones hoy moderados cambiarían de posición.

En el PSOE podrían frotarse las manos por las tensiones en el seno de la derecha, pero también debería empezar a preocuparse. Porque si esa radicalización conservadora, intolerante y sectaria termina por consolidarse como única opción del PP, la polarización sin ambages que de ello se derivaría sería muy peligrosa, incluso a efectos electorales.

Hoy por hoy, buena parte de la derecha social, cuando menos la que se escucha en la calle, la de los mayores, la de los cincuentones y cuarentones y la de los jóvenes está cada vez más en posiciones extremas. La pandemia y las medidas restrictivas han provocado ese efecto y no digamos en el influyente mundo de la restauración.

Se desconoce la actitud de la derecha silenciosa, que es tan numerosa como la anterior. Y se desconoce también cómo están reaccionando esas personas a las tendencias que favorecen al Gobierno: al altísimo ritmo de vacunación, a la mejora relativa del clima económico, que se está percibiendo en la calle, a una cierta reducción de la tensión política. La bienvenida a los indultos “si sirven para algo” que acaba de dar el presidente de la CEOE, aparte de una bofetada política para Pablo Casado, confirman que el mundo empresarial está por la tranquilidad, por que todos los esfuerzos, y el dinero que va a llegar de Bruselas, se concentren en la recuperación. Ese sí que es un buen dato para Pedro Sánchez.

Sí, está bien que los indultos se voten en Las Cortes. Eso confirmará la estabilidad parlamentaria del Gobierno. Pero la aprobación de los indultos no será sino un primer paso en la desdramatización del conflicto catalán. Luego vendrán las negociaciones con los independentistas. Y pueden ser muy duras. Hasta llegar incluso a la ruptura. Sánchez no puede ceder mucho con la derecha acechando. Y este capítulo puede darle sorpresas muy negativas.

Tampoco está claro cómo va a verse afectada la coalición de gobierno por la prevista mejora de los datos económicos. Porque ese va a ser el motivo de que Unidas Podemos presione para que se acelere en las reformas y en los gastos. Y el PSOE, con Sánchez a la cabeza, no parece estar por la labor. Ha conseguido que Europa le acepte que la reforma de la reforma laboral y la de las pensiones no figuren en su plan de gestión de los fondos de recuperación. Y ahora parece que no quiere saber mucho de la subida del salario mínimo, en sintonía con las posiciones del mundo empresarial.

Por lo tanto, hay tensión a la vista también en este frente. En definitiva, que las cosas no le van mal a Sánchez. Pero no para dormirse en los laureles.

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