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Siria y la obsesión geoestratégica

Dos niños en un campo de refugiados sirios en Jordania.

Leila Nachawati

Con los levantamientos en Oriente Medio y Norte de África en 2011, llegó la esperanza de un nuevo acercamiento al Otro, a ese vecino de la otra orilla asociado durante años en los medios de comunicación del Norte del Mediterráneo a imágenes de violencia, precariedad, inmigración irregular y extremismo religioso. Por primera vez se hablaba de sociedad civil árabe, de resistencia no violenta, de desobediencia civil contra las dictaduras, unas dictaduras que hasta entonces eran calificadas de monarquías o repúblicas obviando su carácter represor.

El espejismo de una visión del Otro alejada de visiones maniqueas duró poco, y las reacciones a la amenaza de un ataque estadounidense contra Siria lo han puesto de manifiesto de un modo que resulta difícil de digerir para quienes llevamos años siguiendo la evolución del país y de la región. Esta crítica, extensible al tratamiento mediático general de un país que ha sido un agujero negro durante décadas, va dirigida en concreto a dos análisis de eldiario.es, ya que el cariño que le tengo a este medio hace que me resulten especialmente frustrantes la frivolidad y el desconocimiento que han caracterizado estos dos acercamientos.

Orientalismo

Dice el compañero Carlos Elordi que sobre Siria “es muy difícil opinar”, y que “para un demócrata occidental” resulta difícil distinguir entre buenos y malos en ese lodazal que es Siria. Nos recuerda que los islamistas, y en concreto Al Qaeda, también son parte de la ecuación en Siria.

Y sin embargo, la legitimidad del levantamiento de marzo de 2011 es innegable. Sólo la incapacidad de acercarse al otro sin prejuicios hace invisible un proceso histórico y crucial de resistencia contra una dictadura ignorada por los medios internacionales y de la que sólo los propios sirios conocen su alcance. Cualquier “demócrata occidental” que se precie debería ser capaz, o al menos intentarlo, de distinguir la legitimidad de la resistencia contra la tiranía de los intentos de instrumentalizarlo, ya sea por parte de intereses imperialistas o antiimperialistas, supuestamente laicos o islamistas.

Esa instrumentalización, que es posterior a un levantamiento que comenzó pacífico y defendiendo los valores de libertad, justicia, unidad y diversidad en el marco de un Estado civil integrador de toda la ciudadanía, no anula la legitimidad de la revolución siria, del mismo modo que las alianzas de los partisanos, más o menos sucias, durante la Segunda Guerra Mundial no deslegitiman la lucha contra Mussolini, y contra el fascismo en general.

Lo más preocupante de visiones como esta, en la que Siria es un avispero en el que no hay buenos ni malos, no es sólo el peligro que encierra que se diluyan los orígenes del conflicto y sus responsables directos. Igualmente preocupante es el orientalismo que destilan. De nuevo vemos un acercamiento a los árabes no desde la identificación con los valores universales de lucha por la libertad, igualdad y justicia que, todavía hoy, se reclaman a gritos en las manifestaciones en las que la ciudadanía sigue jugándose el pellejo, sino desde la magnificación de la diferencia, del exotismo y de la tendencia revoltosa y conflictiva inherente a estos pueblos en la mentalidad de sus vecinos. De la algarabía, de esa lengua indistinguible que suena a ruido y bullicio en los oídos de quien no la comprende.

El mundo en dos ejes

Muy relacionada con esta incapacidad de ver al otro como un igual que responde a sus propias dinámicas internas, de ver pueblos que reaccionan a sistemas de opresión y se levantan en nombre de valores y derechos universales, está la obsesión con la geoestrategia que despliegan quienes analizan la posibilidad de un ataque estadounidense. Ante análisis como “El déjà vu sirio”, que se recrean en los intereses y manipulación estadounidenses, sólo cabe preguntar: ¿hay alguien que dude hoy de que a EEUU los mueven sus propios intereses, en la región y en el mundo? Todos los sirios que conozco son conscientes de esta obviedad y no esperan apuestas por los derechos humanos de esa gran potencia. Basta con leer el comunicado de los Comités de Coordinación Locales sirios, que mantienen la coherencia que los ha caracterizado desde el inicio:

“Hoy, todo apunta a la posibilidad de un ataque estadounidense contra el régimen, sólo centrado en defender la línea roja de uso de armas químicas que Asad ha desafiado en numerosas ocasiones. Al parecer, la principal preocupación occidental consiste en el equilibrio de intereses, y no en intentar verdaderamente rescatar a una población que lucha por la libertad y la dignidad, y muere por ellas a diario.”

Tampoco espera nada el pueblo sirio de la Unión Europea, que ha observado pasiva mientras la población era masacrada por el Gobierno responsable de protegerla. Ni desde luego de Rusia e Irán, cómplices del bombardeo de barrios y ciudades enteras, de los más de 100.000 muertos y de los millones de torturados, desaparecidos, refugiados y desplazados. Se saben solos y abandonados por todos, incluidos quienes reaccionan sólo ante el fantasma imperialista.

Termina Serrano aclarando que estar en contra del ataque de EEUU no implica apoyar a Asad. Con todos mis respetos, perdonen que no me emocione semejante alarde de empatía, pero lo que se requiere, a estas alturas, no es “no apoyar a Asad”. Ante esta dicotomía, conviene recordar que mencionar que no se está a favor de Asad tampoco implica el reconocimiento de la legitimidad de la resistencia contra la dictadura, ausente en este análisis y en muchos otros.

Insiste el autor en que “el asunto que debemos plantearnos es la violación de la legislación internacional por parte de una potencia invasora”, y aquí reside precisamente la clave de todo. El asunto que debemos plantearnos va mucho más allá. La soberanía y autodeterminación de los pueblos y la legislación internacional no son solo cuestiones amenazadas por ataques estadounidenses, ni este caso ni en ninguno. En Siria llevan décadas siendo pisoteadas por una familia que gobierna el país como si se tratase de una finca de su propiedad, y dos años y medio asfixiadas por un régimen que ha preferido incendiar el país a abandonarlo como su pueblo se lo pedía, primero mediante manifestaciones pacíficas, y después con un levantamiento armado. Legítimos ambos, frente a la ilegitimidad de un régimen autoimpuesto en el que las pantomimas de elecciones sólo pueden engañar a quienes ignoran la realidad de los últimos 50 años en Siria. Estos son también los asuntos que debemos plantearnos y plantear a quien quiera de verdad comprender Siria, en vez de utilizar un país cuya dinámica interna se desconoce para ilustrar los desmanes estadounidenses.

Mención aparte merece la desinformación e ingenuidad del autor al mencionar la televisión estatal siria, cuyas burdas fabricaciones son objeto de burla incluso para los sirios más adeptos al régimen. Su desconocimiento del país y sus dinámicas internas y la incapacidad de distinguir entre fuentes fiables y fabricaciones a las que ningún periodista familiarizado con Siria daría crédito ponen de manifiesto lo problemático de analizar un contexto a vista de pájaro y sin conocerlo realmente.

En el análisis de la geoestrategia, de las batallas imperiales y de las manipulaciones estadounidenses, a los compañeros Serrano y Elordi, igual que a tantos analistas estos días, se les olvidan los sirios. Su voz está tan ausente como el análisis de su tejido social, sus dinámicas internas y su reacción al sistema opresor al que llevan décadas sometidos. No sorprende, ante la tendencia a magnificar cualquier movimiento estadounidense y minimizar cualquier otro aspecto, que les pase desapercibido a muchos que los sirios forman parte activa de su propio escenario y que contar con sus testimonios, análisis o aportaciones, es imprescindible para el entendimiento de la situación actual.

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