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La sordidez

El exdiputado del PSOE Juan Bernardo Fuentes y su abogado tras declarar en el 'caso Mediador'.

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El placer es una incitación a la vileza

Cicerón

Una nueva trama de corrupción en la que además del abuso de lo público asoma el de lo púbico. Las movidas del ex diputado del PSOE Bernardo Fuentes, como bien ha dicho el compañero Manu Marlasca, son un compendio de los viejos vicios de este país. Sólo que a mí me revuelve el cómo se convierte de forma fácil en motivo de chascarrillo y chanza el hecho cierto de que la sucia línea del dinero y el tráfico de influencias pasa casi siempre por la compra de cuerpos de mujeres. Los hombres, el poder y los volquetes de putas. Todo un género universal que merece un análisis y un vómito.

En la trama del Caso Mediador aparece de nuevo, con todo su opaco brillo, la sordidez infame de este trasiego de mujeres compradas y traficadas por mor del deseo de poder y dominación de los hombres. ¡Ojo, que Fuentes no sólo pagaba las prostitutas, sino también la viagra! Porque donde ya no hay opciones siempre queda la mera voluntad de seguir consumiendo cuerpos de mujeres sobre los que construir la vil y obscena grandeza de hombre demediado. Todo blanqueado. Las mujeres quieren. Las mujeres prefieren ganar dinero recibiendo a empresarios, trasuntos imaginarios de Richard Gere o de Tom Ellis, y luego en las fotografías del chantaje aparecen estos patéticos individuos en viejunos calzoncillos, con sus barrigas orondas y desacomplejadas, esnifando cocaína y poniéndose hasta el culo de sildenafilo porque lo que necesitan es sentir que ellos pueden y, dado que necesitan sentirse así, otros les compran usando una entelequia que tiene como objeto pasivo de la impudicia los cuerpos de las mujeres.

Es una línea continua. El sucio Roldán en su orgía mallorquina, su panza y sus calzoncillos caídos, y los generales de la Guardia Civil por medio. Y desde ese desaforado 1994 hasta aquí. Por cierto, en lo de Fuentes Curbelo también hay por medio un general de la Benemérita, el amante de la que él mismo daba en llamar “el chocho volador”, que qué bajunos y qué ordinarios y qué rastreros son algunos y cómo lucen cuando se cuadran. Excelentísimos ellos. La sordidez del Caso Espías y los volquetes, las de los viajes al Rasputín de Moscú de las tramas baleares, las orgías del Brugal o de la Gürtel, siempre los cuerpos de las mujeres como mecanismo de compra de voluntades de doble carril: o empresarios comprando a políticos o políticos engatusando a empresarios. Los sumarios por corrupción de este país rezuman del pútrido caldo de la prostitución.

No sólo aquí. Hay documentadas orgías y pagos de prostitutas en el Qatargate de la Unión Europea. La revista Político ha revisado cómo parlamentarios británicos han utilizado las APPG (All-Party Parliamentary Groups, Grupos Parlamentarios de Todos los Partidos) para pedir a sus anfitriones de los países asiáticos indicaciones sobre los burdeles más cercanos o han mostrado su interés “por las mujeres jóvenes locales” o en las “bonitas chicas rusas”, dejándose querer para obtener por su condición de representantes del pueblo beneficios basados “en su conducta sexual inapropiada, lasciva y ebria”, según han denunciado algunos de sus propios compañeros. Sin distinción de partido, laboristas y tories. Sin distinción de momento, tanto ahora como hace cientos de años.

Todos con una única cosa en común: ser varones.

¿Hay que explicar por qué resulta repugnante que aún hoy en los sórdidos pasillos del poder la moneda de cambio sean los cuerpos de las mujeres, que deben estar a la venta para satisfacer sus patéticas necesidades?

Ahora entendemos lo de esas profesionales que denuncian cómo son sistemáticamente apartadas de ciertas funciones comerciales o de relaciones industriales porque no son adecuadas para rematar la fiesta que el cliente espera. No, no hay ejecutivas acompañando a los compradores de su empresa a clubes para pagarles prostitución con que celebrar gloriosos y lucrativos acuerdos. No, no hay políticas negociando su influencia por golosos placeres ofertados por lobbies o países corruptos.

Es toda una forma de ejercer el poder. Una forma masculina de entender los derechos que se poseen cuando uno ha escalado hasta una posición en la que todo le es debido. ¡Pobres diablos de barrigas repugnantes, ávidos de droga y de viagra para lograr llenar ese pozo vacío de su maltrecho ego! Compra lo que no puedes tener o déjate comprar con el agujero negro de tus deseos.

¿Y qué ha sido de ellas? ¿Dónde están Exuperancia o las mujeres del volquete o Domi, la paraguaya, o la nicaragüense que es muy? ¿Qué de sus vidas y de su bienestar y de sus cuerpos y de sus psiques? ¿A alguien le importan? ¿A los que quieren convencernos de que este es un negocio entre iguales? ¿Una compraventa en términos libres?

“Lo único que sabemos es follar”, se escribían los sórdidos señores de estos sórdidos y miserables negocios. Con pleno de viagra, eso sí, y es lo único que saben hacer. ¡Qué asco tan profundo, qué degradación, qué verdadera mierda! Ahí, metidos hasta las trancas en el fango y, probablemente, a todo el mundo le indigne la corrupción del dinero y pase de puntillas sobre la profunda corrupción moral que reflejan todos estos asuntos.

Luego nos preguntamos cómo resulta tan imposible hacer algo para acabar con este intolerable mercado de poder y de dominio construido sobre los cuerpos de las mujeres. Ese que hasta algunos quieren travestir ahora de función de atención social poniéndole nombres chulos. Es imposible porque es transversal. ¿Queda claro? Las mujeres en venta son un parque de atracciones para varones al que pocos quieren renunciar, aunque no lo usen. Es algo que está ahí. Algo a lo que podrías acceder o te podrían invitar. Un capricho posible seas del partido que seas. Por eso nunca acaba. Por eso lo envuelven en la pretendida necesidad —¡Necesitamos follar aunque no podamos conseguirlo!— o en la pretendida libertad de quien vende su cuerpo —¿Por qué no su alma o su mente? ¿Aplaudirán a los periodistas que vendan su pluma? Total, no es un cuerpo siquiera— o en el pretendido glamour de un mundo sórdido y lleno de miserias —¡Cuánto daño has hecho, Pretty Woman!—.

Da igual cómo se llamen y de qué partido sean.

Dan mucho asco igual. 

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