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El suicidio de los adolescentes

Joven cabizbaja
26 de abril de 2023 22:26 h

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“Su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir”.

Mujer de rojo sobre fondo gris, Miguel Delibes

“Tenía sensaciones internas muy dolorosas que quieres darles salida con las autolesiones. Sabes que han venido para quedarse siempre, y que no hay manera de mejorar, sino de empeorarlo. Todo va a peor. Adelantas la realidad a la que te lleva esa tensión. En cualquier caso, la muerte es la salida”. Así me describía su procesión interior Yasmina, una niña de 16 años que lo tenía todo, menos la no comprada gracia de vivir. Tras repetidos episodios severos de autolesiones y acariciar y acariciar la idea de suicidarse, recibió el tratamiento clínico y médico adecuado. Aunque Yasmina sí va a mejor, sus padres siguen alerta, con miedo.

Escribir esta tribuna me resulta profundamente inquietante, pero me veo impulsado a hacerlo tras constatar que se trata de una realidad incontrovertible, sobre la que demasiadas personas hemos pasado de puntillas durante demasiado tiempo. Pocos son los médicos, y menos aún los políticos y responsables de la cosa pública o privada, que ponen el dedo en una llaga tan sangrante, de la que hay una abundancia empírica brutal y sobre la que se han publicado tantos estudios de excelente calidad científica. 

La primera causa de muerte en España en 2019 entre los 15 y 49 años ha sido el suicidio, según fuentes del Instituto Nacional de Estadística: uno de cada diez fallecidos. Un 30% más que las muertes debido a patologías coronarias o accidentes. Es una cifra sustancialmente menor de la real, ya que no contabiliza los casos clasificados bajo otros epígrafes de los que hay sospechas fundadas que se trata de personas que se han quitado la vida.  

Es la primera causa de muerte entre mujeres de 15 y 19 años, siendo los accidentes de tráfico la segunda; mientras que entre varones de esa franja de edad se invierte el orden. A partir de los 20 y hasta los 49, en los varones pasa a primer lugar; entre las mujeres permanece en triste cabeza hasta los 30 años, para después competir con el cáncer de mama.

El recién galardonado Premio Nacional Gregorio Marañón de Medicina, Dr. Miguel Ángel Martínez, catedrático de Salud Pública y Epidemiología de la Universidad de Navarra, apunta en su libro Salmones, hormonas y pantallas (2022) que los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de USA estimaron que en junio de 2020 (la época más dura de la pandemia), de una muestra representativa, el 25% de los jóvenes entre 18 y 24 años mostraron ideación suicida. La situación en España es similar. 

La catarata de datos adversos no debe, según el Dr. Martínez, desviar la atención que ha de dirigirse aguas arriba, upstream, hacia las causas de esta pandemia social. Según los mejores estudios epidemiológicos, los factores de riesgo identificados apuntan al alcohol, botellón, enganche a las pantallas (influencers que propalan la autolesión y hacen propaganda explícita del suicidio), la adicción a la pornografía, o la cultura del “enrollarse” (me desvelaba uno de mis alumnos más jóvenes: “puedo conocer todos los lunares del cuerpo de otra persona sin haberle dicho ni una vez te quiero”), entre otros.

El 89% de los adolescentes según una encuesta del Pew Research Center que admiten que se conectan varias veces al día o lo están constantemente, de modo que Instagram está omnipresente en sus vidas, cuanto más la utilizan empeoran su estado de ánimo y su satisfacción vital.

Una causa de la epidemia de depresión, tristeza, vacío existencial y patologías relativas al suicidio podría ser haber tenido siempre la satisfacción de los deseos tan fácil y sólo al alcance de un click. De hecho, el 14 de septiembre de 2021 Wall Street Journal denunció que los directivos de Facebook disponían de documentos e investigaciones internas (que habían ocultado) y demostraban que Instagram propiciaba tendencias suicidas. 

Todo parece apuntar a que la búsqueda constante de sensaciones con gratificación momentánea hace crecer un vacío interior, que opera como un agujero negro que se apodera de nuestra vida, un vacío que conduce de manera inevitable a rupturas psicológicas o comportamientos destructivos. Cuando se cobra conciencia y el daño ya está hecho remontar se presenta como superior a las fuerzas de uno. 

El científico galardonado sostiene que la tesis “quien se suicida quiere morir” es un mito. “Nadie desea matarse. Lo que esa persona quería era dejar de sufrir. Quien es feliz nunca se suicidará”.

El escritor británico George Orwell, tras el final de la Segunda Guerra Mundial, advirtió en su libro de ensayos Facing Unpleasent Facts que, cuando se ha caído tan profundamente, restablecer lo obvio era la primera obligación de una persona inteligente. “Si libertad significa algo en absoluto, significa el derecho a decirle a la gente lo que no quieren oír. En tiempos de un engaño universal, decir la verdad se ha convertido en un acto revolucionario”.

¿Quedarán tantos revolucionarios como viejos rockeros?

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