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Sumatorio

Ione Belarra, Irene Montero, Lilith Verstrynge y Alejandra Jacinto. EFE/ Fernando Alvarado

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¿Qué significa Sumar? Estos días, una contradicción; antes, desde que comenzara el proceso de escucha, dos cosas distintas y luego contradictorias entre sí. Lo que hoy queda de Sumar o lo que hoy es Sumar es la reagrupación en una misma estructura o candidatura de todo aquello que en algún momento formó parte del “espacio del cambio”, incluso en forma extendida, y por ello resulta tan extraño que la unidad no sea plena o, por algunos de sus agentes, no deseada. La convocatoria de Sánchez tiene duras consecuencias: ¿qué ofrece Sumar más allá de la promesa de la suma, pues es a esa labor aglutinante a lo que su idea ha quedado reducida? ¿Y qué puede ofrecer si esa promesa no se cumple?

El reverso es, a mi parecer, una identidad más orgánica: Sumar era —o ha tenido en algún momento el potencial de ser— una suerte de apuesta tecnopopulista para el momento político posterior a la pandemia, una respuesta a los deseos identificados de certezas y orden. La fama y buena valoración de Yolanda Díaz proceden de su gestión, y esto es radicalmente distinto al origen de los liderazgos del espacio del cambio en el ciclo pasado. Yolanda Díaz es hoy quien es por los ERTE, la reforma laboral o el salario mínimo: su fama son los datos y darlos. No la logró en las tertulias plantando cara dialécticamente a la derecha sin mochila alguna de experiencia. Nadie la identifica con amateurismo alguno y ni siquiera sus adversarios políticos ponen en duda su capacidad gestora.

Los perfiles que coordinaban los 35 grupos de trabajo, de marcada tendencia a lo académico, representaban este mismo pulso tecnócrata: que los “mejores” doten de un rumbo al país para la próxima década. Hubo críticas cuando se desvelaron los nombres, pero esa dirección, por polémica que fuera, a mí me parecía un acierto. Un acierto difícilmente conjugable con cualquier intento de horizontalidad (o con el proceso de escucha que lo precedió). Pero es que quizá la única multitud que quedaba era una multitud hastiada por completo. Si la apuesta por esta senda hubiese sido total, podría incluso haberse maquinado un Gobierno en la sombra como el que diseñó Podemos en 2017, un “espacio para pensar políticas de Estado”, con más protagonismo de esos independientes. Y marcar así distancia hasta con el PSOE: ahora gobernamos juntos, sí, pero nosotros tenemos proyecto (al menos para la próxima década). Y podemos hacerlo mejor.

Florece una tensión. ¿Quiénes sí que han sido objeto de las acusaciones de amateurismo o incompetencia? Podemos; particularmente, las ministras Irene Montero e Ione Belarra. En lo que a la legislación de sus ministerios se refiere, lo han sido de forma mayormente injusta, e injustamente han sido vilipendiadas. Se ha agitado el mito de la inseguridad jurídica por parte del PSOE para atacar injustamente la Ley Trans y para desentenderse de los errores de la ley del 'solo sí es sí', que no eran errores de Igualdad, sino de todo el Gobierno. La desastrosa gestión comunicativa de los últimos tiempos —tras aciertos como la campaña del Orgullo del año pasado, “Orgullo de país”— no puede servir para ocultar que no todo son desastres y sería injusto ser injusta. La consecuencia: en el caso particular de Irene Montero, el machaque ha sido tan brutal que su imagen pública contradice hoy por completo ese reverso de Sumar, esa alma de gestión o tecnopopulismo. La han quemado tanto que hoy su nombre, para algunos, dificulta de alguna manera el anverso: la unidad. Y es un precedente peligroso, y es injusto. Pero no es posible sorber y soplar a la vez. ¿Qué hacer?

La noche del lunes, en el Ágora de Hora 25, asistíamos a un interesante ejercicio de irresponsabilidad por parte de Pablo Iglesias: acusar falsamente a Compromís, Más Madrid y los comunes de estar vetando la presencia de Podemos en las listas de los territorios donde son hegemónicos. Es innegable que hay cargos de esas formaciones que miran con recelo a cualquiera que venga de la mano de la marca Podemos. Pero eso no significa que la estrategia negociadora de ninguna de esas formaciones haya implicado tales vetos y no representa su posición en las negociaciones. Mentir de esa forma al mismo tiempo que las formaciones piden discreción no solamente es peligroso: es temerario. Y lo peor que podría suceder es que la imagen transmitida por las izquierdas se pareciera a esa irresponsabilidad y temeridad, que no se refleja en el relativo silencio de la mayoría de dirigentes. 

Lo más probable y lo deseable es que exista algún tipo de acuerdo en las próximas horas o en los próximos días. Pero ese acuerdo, para ser funcional, tiene que alejarse de todo lo que sea temerario o irresponsable; tiene no solamente que ser virtuoso, sino parecerlo; y, sobre todo, debe apaciguar a la militancia virtual sobreexcitada que atormenta a dirigentes y responsables estos últimos días. Sumar escoge estos días lo que puede y lo que va a ser. La derecha (y el PSOE) aprovechará, si no, la oportunidad para señalar sin pudor la ausencia total de mera cordialidad entre los miembros del acuerdo. Toda esta semana hemos estado hablando de nombres y repartos económicos, pero Sumar, para que sume, ha de vender algo más o correr el peligro de ser una mera confluencia girondina de izquierdas. ¿Cuál es el mensaje? ¿Y cuál será el proyecto? Casi no hay tiempo para definirlo, pero en esa definición nos lo jugamos todo de cara a los próximos años.

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