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Tampoco fue para tanto

Los dirigentes del PP Cuca Gamarra y Teodoro García Egea protestan contra Meritxell Batet tras la votación de la reforma laboral, mientras Alberto Casero observa desde la tercera fila .

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Lo peor de lo sucedido en el Congreso con la convalidación de la reforma laboral ha sido la exuberancia irracional de santa indignación democrática que ha agitado a medios, opinadores y bien pensantes en general. En España la antipolítica resulta aún más cansina y agotadora que la propia política. Una vez más, acabamos la semana en un país descrito como habitado por millones de ciudadanos desafectos y desencantados con la política y los políticos, con las instituciones a punto de ser absorbidas para siempre por el lodo de la politiquería y la indignidad y nuestra democracia al borde del colapso y el hundimiento.

Que lo sucedido con la votación del jueves fue una charada queda fuera de discusión. Aunque en una escala de uno a diez queda muy lejos de las primeras posiciones que ocupan, por ejemplo, la asamblea italiana incapaz de elegir un nuevo presidente de la Republica y forzando al actual a repetir, o los republicanos declarando el asalto al Capitolio parte de un “discurso político legítimo” o el show de Boris Jonhson en el sacrosanto templo de Westminster. Así que, por favor, basta ya de hablar de lo que pasa aquí como si fuera una excepcionalidad que no se da en ninguna democracia del mundo porque aquí solo hay traidores y tahúres y las instituciones las hubiéramos comprado en un bazar de todo a un euro.

La historia de la democracia liberal está llena de votaciones absurdas, ridículas, rocambolescas e incluso tramposas. Si no me creen, vean 'Lincoln', la colosal película en la que Steven Spielberg nos contó cómo se fueron sumando los votos para abolir la esclavitud en los USA. Ni la política es una religión, ni la santidad deviene un requisito exigible a todos cuantos la practican. Me declaro agotado de tanto rasgar de vestiduras en su nombre. Estas cosas pasan.

Al gobierno de coalición le pasó lo que puede suceder si vas con los votos justos, que los demás, que también juegan a esto, te puedan armar un buen zafarrancho aprovechando que alguno de tus inopinados apoyos anda a tortas consigo mismo. La oposición de derechas hizo lo que suelen hacer todas las oposiciones en todas las democracias del mundo: aprovechar la oportunidad por cualquier medio necesario; en este caso la debilidad de un partido roto y dividido como UPN. Si la jugada les hubiera salido bien a unos u otros, estaríamos cantando sus alabanzas. El verdadero problema reside en que les salió mal a todos y de la manera más estrafalaria imaginable. Es ridículo, pero no catastrófico.

El votante de izquierdas se habrá quedado con la sensación de que los suyos tienen buenas intenciones, pero son algo pagafantas y les ha vuelto a salvar la suerte; seguramente se estará preguntando cuánto tiempo más puede durar una suerte que todos sabemos que se acaba antes o después. El votante de derechas puede estar pensando que los suyos saben lo que tienen que hacer para ganar, pero son muy torpes y además tienen mala suerte; seguramente tenga un poco más claro que así y con estos no hay manera de recuperar la Moncloa. Ya está. Eso es todo. Mañana es otro día y la vida sigue.

Cuanto más se empeñe el PP en tratar de ganar en los despachos del TC lo que perdió en el hemiciclo mintiendo sobre el voto del diputado Casero o hablando de fraude, más pupas les parecerán a los suyos. Cuanto más se empeñe el gobierno en comportarse como si realmente tuviera una mayoría alternativa a la que le sustenta hoy, más veces andará sobre el alambre hasta, inevitablemente, tropezar y caer. 

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