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En mi tristeza mando yo

Foto: EFE//Brais Lorenzo/Archivo
15 de enero de 2023 22:03 h

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Si de verdad quieres que este lunes sea “el día más triste del año”, teclea en Google: Ofertas Blue Monday. Dale a intro y ya verás qué bajonazo te da. Descuentos en hoteles y aerolíneas, chollos tecnológicos, ropa rebajada, 2x1 en gafas de sol y productos de belleza, ofertones lo mismo para alquilar un coche que comprar muebles. La inevitable promo de Amazon. “¡Quítate las penas de lunes con estos precios!” “¡Alégrate el Blue Monday con un capricho!” Ahí lo tienes. ¿Hay algo más triste que ver cómo tu tristeza se vuelve cupón de descuento?

No les voy a contar la falta de base científica del Blue Monday, porque ya lo van a leer y escuchar mil veces hoy, en cientos de noticias y artículos que pondrán un simpático contexto informativo para a continuación recomendarnos “las mejores películas para levantar el Blue Monday”, “consejos para superar el lunes más triste del año” o “los seis destinos más felices para contrarrestar el Blue Monday” (todo islas paradisíacas, que no puedes pagar pero te consuela saber que están ahí). Si sigues el hashtag encontrarás unas cuantas playlists con música feliz (o con música triste si prefieres regodearte), plataformas de cine que agrupan pelis de mucho reír o de mucho llorar, editoriales que proponen autoayuda, poesía y novelas de humor… ¡Feliz Blue Monday, so tristón! El jueves pasado fue el Día Mundial contra la Depresión y ninguna agencia de marketing aprovechó para lanzar el Depression Day, pero todo se andará en este “capitalismo emocional” del que nos alertaba Eva Illouz.

¿Blue Monday? ¡Por supuesto! No es la resaca navideña, ni la cuesta de enero, ni el frío ni lo que te queda en el banco: desde que existe el trabajo asalariado todos los lunes son una mierda. Pero este lunes no es una mierda cualquiera: es una mierda oficial, institucional, global, simpática, anglosajona, cool y con descuentos. El próximo lunes te costará lo mismo levantarte sin que diga nada el telediario, y el siguiente, y el otro, y el otro. No es que no te gusten los lunes, es que no te gusta trabajar, no así. Incluso si te gusta tu trabajo, odias los lunes. Incluso si un gurú casi te convenció de que los lunes son inspiradores, una oportunidad, un regalo, el día de los triunfadores, tú ni caso, sigue odiándolos fuerte. En el capitalismo todos los lunes son Blue, y si quieres cambiarlos de color no busques ofertas comerciales, mejor afíliate a un sindicato.

Odiar los lunes es la primera marca de clase, la forma más espontánea de conciencia de la clase trabajadora, la fraternidad inaugural con quienes tienen la misma mala cara que tú cada lunes. Desde que empezaron el cole, a mis hijas las levanto cada lunes con el “No nos gustan los lunes” de Petit Pop, hasta que tienen edad para pasar al “I don’t like mondays” de Boomtown Rats (que ya sé que en origen es truculenta, pero el estribillo quedó). Hay que asegurarse de que desde pequeñas odien los lunes.

Ya sé que el Blue Monday es una batalla perdida, que vino para quedarse y en pocos años tendrá la misma dimensión y carácter obligatorio que el Black Friday. Pero me niego a malvender así mi tristeza, la de lunes y la de domingo por la tarde y la de final de verano y la de mitad de invierno y la que dejan mil decepciones y otros tantos “éxitos” que tarde o temprano acaban rebotando también en tristeza, y la de cualquier mañana en que sin venir a cuento la pena me dé un mordisco.

El capitalismo no nos quiere tristes, vale, pero tampoco felices: moderadamente insatisfechos, para que sigamos consumiendo y no dejemos de firmar contratos e hipotecas y de levantarnos los lunes. Como la felicidad, también la tristeza es antisistema, anticapitalista, una forma de resistencia, un espacio propio, individual y colectivo, que no podemos rendir, no tan fácilmente. Y como aquellos jornaleros que hace un siglo les escupían a los patronos “en mi hambre mando yo”, también ahora tenemos que poner en común nuestros lunes de mierda y nuestros bajones anímicos para los que no hay descuento posible, y decir bien alto: ¡en mi tristeza mando yo!

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