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La unidad desestructurada de la izquierda

La vicepresidenta Yolanda Díaz, líder de Sumar, con la ministra Ione Belarra, secretaria general de Podemos

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La unidad de la izquierda es una demanda social del electorado, una petición ineludible por parte de los votantes potenciales de izquierda que, para ser efectiva, tiene que construirse con unas dinámicas de cuidados, ilusión y de forma propositiva. Las uniones, como las relaciones, cuando son impuestas por agentes exógenos de manera violenta acaban como el rosario de la aurora, tanto en la vida como en política. Una construcción amable de la unidad puede ser ganadora. La unidad a empujones, con amenazas, insultos y descalificaciones escribe un futuro con fascistas en el consejo de ministros. Unirse así es igual que no hacerlo. 

En términos matemáticos quedar en tercera posición es obligatorio para tener una mínima posibilidad de reeditar un gobierno de coalición que impida el acceso a las instituciones de Feijóo con Abascal. La lógica dice que esa posición es más factible con Podemos dentro de Sumar, es decir, con toda la izquierda en confluencia. Pero ya no todo el mundo, ni los números, deja tan claro que sea más factible lograrla con Podemos dentro. No importa si tienen razón o no, como la percepción mayoritaria sea la de que la dirección estatal del partido morado resta menos desde fuera que desde dentro, la confluencia y la unidad no se darán en los términos actuales. Sumar quiere a día de hoy a Podemos dentro, pero con las exigencias propias del pensamiento mágico que le imponen en Podemos a Ione Belarra es muy improbable que pueda haber confluencia. O rebajan sus pretensiones o presentan a Irene Montero de candidata. 

Ni Podemos ni los partidos que conforman Sumar han querido a Podemos en Sumar, aunque se aceptaba la necesidad de esa unidad para construir una formación con posibilidades de lograr la tercera posición en las elecciones. Podemos tuvo la oportunidad de romper esta dinámica tóxica en Magariños siendo protagonista, pero la rechazó con su posición frentista escribiendo su propio epitafio. La realidad es que nadie quiere dentro a quien ha utilizado el insulto, el desprecio y la descalificación contra los socios. Después de calificarlos de miserables, traidores o izquierda cuqui queda poco espacio para compartir camino. Aun así, las urnas han abierto la puerta y los socios en Sumar aceptan tragarse el sapo morado con la condición de que dejen en la entrada sus exigencias y pretensiones. Se les permitirá entrar si aceptan su posición subalterna emanada de su desaparición en parlamentos, ayuntamientos y cabildos. 

La presión por parte de los restos regionales de Podemos y el diagnóstico de la proximidad del abismo ha doblado la cabeza a la dirección estatal. Ya no les queda otra que renunciar a su estrategia de confrontación con los parecidos aunque la inercia les hace seguir insistiendo. Es imposible parar de golpe cuando se lleva un tiempo con las orejeras puestas mirando solo hacia delante. La dirección estatal ha asumido su posición débil y tiene como intención integrarse en Sumar, pero aún se resiste a rebajar sus imposiciones de autonomía. El hecho es que en los términos actuales la unidad es imposible por cómo se está planteando desde la élite morada. El plan de entrada morado es totalmente inasumible para el resto de partidos. En la actualidad exigen una relación de bilateralidad, es decir, una negociación de Podemos con Sumar como un todo, que no va a ser aceptada en ningún caso. O la negociación y la relación son multilaterales o no van a ser. Pero esta petición ni siquiera es el obstáculo principal. 

La lógica política inviable que quiere Podemos para confluir en Sumar es mantener su autonomía y soberanía estratégica y discursiva, es decir, entrar en Sumar pero sin ceñirse a las dinámicas y jerarquías de la confluencia. Podemos quiere independencia, mantener su relato, su modo de hacer campaña y seguir eligiendo los enemigos a los que poner en el foco para continuar siendo un ente autónomo al margen de Yolanda Díaz. Pretende confluir pero sin confluir. Quiere que Sumar le salve los números pero seguir siendo aquello en lo que se ha convertido: un partido de combate, nicho y marginal. Hacer lo que quiera, como quiera y cuando quiera. Una petición que haría el espacio impracticable y que de mantenerse haría utópica su integración dentro de la plataforma de Yolanda Díaz. 

La imposición de condiciones conduce al partido a un callejón sin salida. Si la dirección de Podemos decide ir en solitario con Irene Montero de candidata su destino es convertirse en extraparlamentario, un suicidio que difícilmente van a tolerar quienes dependen de su nómina en el partido para sobrevivir al verano. Si Podemos no ceja en su cerrazón va a haber una sangría de cargos hacia Sumar, dejando al clan en soledad con su estrategia de tierra quemada. Los resultados nefastos en las elecciones municipales, unidos al adelanto electoral, dejan a la formación morada en una situación económica delicadísima. Lo próximo a lo que tendrá que atender Lilith Vestrynge, por encima de las negociaciones, es el planteamiento de un ERE a los trabajadores del partido. Las cuentas no salen, solo con el agujero que supone tener que devolver los microcréditos a los militantes de las regiones donde se han quedado sin representación no hay espacio para evitar el dolor a los trabajadores del partido. En Podemos consiguieron más de 800.000 euros en microcréditos, un sistema de financiación de campaña que consiste en recibir dinero de la militancia que el partido devuelve cuando recibe la subvención por los resultados electorales. El problema es que en muchas regiones ya no hay subvención porque han conseguido cero escaños. 

La realidad surgida de las elecciones municipales es muy tozuda. Podemos ha desaparecido de facto. La nueva coyuntura deja como única salida a la formación la rendición de armas y el fin de las estrategias frentistas para subsumirse en Sumar junto con el resto de partidos. Podemos no tiene que llegar a un acuerdo de coalición con Sumar porque Sumar son muchos partidos. Podemos tiene que decidir si se une al resto dentro de Sumar o quiere ir por separado. Ione Belarra tiene que pensar si quiere que su partido pueda recuperarse integrándose en Sumar prescindiendo de las figuras más importantes de la dirección estatal o caer con ellos en un par de meses. Sumar no puede ser la UCI de Podemos. Interesa infinitamente menos la unidad de la izquierda que la unidad popular. Para cambiar este país se necesita construir mayorías. No ser el pegamento de los fragmentos de la izquierda.

La campaña del próximo 23 de julio se presenta salvaje, en Sumar no se pueden permitir dejar flancos descubiertos al enemigo y hay un punto débil que les puede destrozar. Existe el pleno convencimiento en todas las cocinas internas progresistas de que la ley del “sólo sí es sí” ha sido una sangría de dimensiones desconocidas en la historia reciente para la izquierda. Ya no importa qué parte de ese destrozo se debe a la acción de Irene Montero, al goteo constante de los medios de comunicación con los casos de excarcelaciones, a la campaña de comunicación errática o a la cerrazón de Igualdad. No importa quién y por qué, sino las consecuencias que han sido la causa fundamental del desgaste del espacio. En el PSOE han llegado a la conclusión de que la actitud del ministerio de Igualdad y de Irene Montero ha sido un destrozo que piensan cobrarse en la campaña. No olvidan en Ferraz que Podemos les acusara de unirse a un puñado de fascistas en el Congreso al revertirse la ley. Las heridas no suturan y Podemos ha dejado muchas en todos sus aliados. 

Pedro Sánchez actuará como un killer, no va a hacer prisioneros, ni con Yolanda Díaz ni con quien se le ponga por delante, y uno de los motivos fundamentales de campaña contra los partidos a su izquierda va a ser la gestión de la ley del “sólo sí es sí” en Podemos, a quien culpará de todos los males que ha sufrido su gobierno. En esta coyuntura, la integración de Irene Montero o cualquier cara visible relacionada con las políticas de igualdad del ministerio en una lista va a ser una rémora insuperable para la izquierda. Si Yolanda Díaz le otorga a Pedro Sánchez el regalo de llevar en lista a cualquiera de las figuras de Podemos responsables de la ley tendrá una campaña terrorífica que le impedirá construir su propia imagen. La campaña mediática contra la presencia de terroristas en Bildu va a ser una broma comparada con esta, porque no habrá espacio que no se ocupe con ese relato. 

Ya no hay tiempo. Se ha sido irresponsable y solo queda tapar las vías de agua al proyecto poscomunista de época. Todos los actores ocupados en construir la unidad han perdido un tiempo precioso que ya es irrecuperable. Las cicatrices no han cerrado y el dolor causado entre socios, aliados, amigos y compañeros de viaje ha horadado la ilusión del electorado progresista sumiéndolo en una depresión de la que va a ser muy difícil sacarlo. El votante de izquierdas se moviliza en positivo, con ilusión y con la consciencia de que su voto servirá para transformar la sociedad porque cree que existen posibilidades para lograrlo. La unidad es un medio superior para un fin colectivo que solo se consigue trabajando con convencimiento en su utilidad, pero que cuando se fragua por obligación y por la asunción inevitable de la llegada de un ciclo reaccionario y posfascista solo conduce a la melancolía.

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