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Valentía en tiempo de guerras

Palestinos inspeccionan los daños tras el bombardeo del ejército israelí en un campamento en Rafah.
28 de mayo de 2024 22:36 h

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El Gobierno español no ha sucumbido a las amenazas de Netanyahu y ha decidido reconocer oficialmente el Estado de Palestina. Sánchez ha precisado que este paso no va “contra nadie” y “menos aún en contra de Israel, un pueblo amigo al que respetamos y apreciamos”, recalcó. Inmediatamente, Israel, su ministro de Exteriores, ha acusado a Sánchez de “incitar al asesinato del pueblo judío y crímenes de guerra”. El delirio llega ya a estos términos y, si bien la declaración de Estado de Palestina es testimonial, se trata de un paso importante, y de un paso valiente, que han dado hasta ahora 142 países –este 28 de mayo también lo han hecho Noruega e Irlanda– y que puede aumentar la presión para que grandes valedores del genocida, como Estados Unidos, vayan reconsiderando su posición. Ahora bien, las amenazas de Netanyahu no son precisamente un asunto nimio.

Lo veíamos venir: el siguiente paso iba a ser el matonismo. Y tampoco es España, como país, la primera en sufrirlo. Tras más de siete meses de matanzas indiscriminadas de la población palestina, una docena de senadores republicanos de los EEUU amenazaron, en carta suscrita y firmada, al presidente de la Corte Penal Internacional, toda la organización, sus familias, empleados y asociados, si avanzaban con las medidas de su informe. “Han sido advertidos”. “Apunta a Israel y nosotros te atacaremos a ti”. Y, sin embargo, el fiscal de la CPI lo hizo: dictó orden de detención contra Netanyahu, su ministro de Defensa y tres líderes de Hamás por crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra. Sin llegar a una intimidación tan explícita como la de sus colegas republicanos, el presidente demócrata Joe Biden también censuró a la CPI por dictar órdenes de arresto contra dirigentes israelíes. Su ejército, mientras, seguía matando.

A Karim Khan, británico de 54 años, no le tembló la mano para firmar lo que la Corte Penal cree justo, a pesar de las graves amenazas sufridas. Hace falta tener una profunda convicción ética y una enorme valentía para afrontar tan indisimuladas coacciones. A Europa sí le influye y retrae, una y otra vez.

Sin quererlo, un ingente número de ciudadanos estamos inmersos en dos guerras. La de EEUU y Rusia sobre suelo ucraniano y la que Israel ha convertido en un genocidio del pueblo palestino. Por eso hay que hablar de valientes y cobardes en la incomprensible razón de la fuerza que suponen las guerras. No es fácil de entender para una mente analítica que un conflicto dilucide el ganador viendo cuál es el que mata más, el que más daño hace al otro. A Zelensky, de visita en España, le vamos a dar armas por un valor récord de 1.000 millones de euros. Dinero para una década que incluiría su reconstrucción, pero de momento va con la intención de ser quemado en vidas y haciendas. Pero esto no es más que esa puerilidad contra el belicismo que tenemos algunos, muchos ¿cada vez menos?   

Reconocer al Estado Palestino es un acto testimonial, de valor –decíamos– pero insuficiente. Para ser una medida efectiva hay que dejar de vender armas a Israel y aplicarle duras sanciones. Irlanda y Noruega lo han hecho porque en esos países los partidos de la oposición están con el Gobierno para intentar parar la masacre. España tiene una derecha que apoya el sionismo y, en la práctica, el genocidio palestino. Explícitamente se han pronunciado Aznar, Ayuso y Almeida. Hoy la postura oficial del partido, declarada por Tellado y Sémper, es de rechazo al reconocimiento de Palestina, de silencio ante los insultos y amenazas de Israel, de patriotismo de hojalata, de sumisión al poderoso. Abascal ha doblado la apuesta infame: se ha ido a ver y a fotografiarse con Netanyahu a los dos días de la matanza de Rafah. A veces me pregunto si los hijos y nietos de estos líderes no les preguntarán algún día por qué aplaudieron los salvajes asesinatos de niños como ellos.

Las armas vendidas a Israel sí evidencian claramente sus efectos. Justo acaban de abrasar vivos a niños y adultos en Rafah en el que les habían hecho creer a las víctimas que era un campo de refugiados seguro. La sociedad internacional, ese germen de poder que aún gira en torno a EEUU, se ha alarmado ante esa matanza que ofrece imágenes insoportables.

Se le pasará enseguida e Israel seguirá asesinando con crueldad máxima. Cuando se exceden más de lo habitual, Netanyahu dice que ha sido un error o un “trágico accidente” a investigar, aunque inicialmente éste fue calificado de “ataque preciso” en busca de dos dirigentes de Hamás. Es el mismo sujeto que amenaza a España por reconocer al Estado palestino. Y con el mismo matonismo de sus socios norteamericanos: “Haremos daño a quien nos haga daño”. Y “daño” les hace intentar parar el genocidio que practican.

Gran parte de la sociedad no entiende las cesiones que impiden actuar contra Israel como merece y tantas otras tibiezas y entregas incomprensibles en múltiples asuntos. Le llamaban realpolitik, un pragmatismo hecho de concesiones. Hace falta mucho coraje para enfrentarse a él, en caso de quererlo realmente. Y desde luego se paga carísimo.

En esa otra guerra añadida que vive España desde hace lustros –gravemente agudizada ahora–, ser de izquierdas y ejercer de tal tiene un coste, personal incluso, enorme. No hay más que ver el caso de Pablo Iglesias e Irene Montero y otros miembros de Podemos. Ahí es donde se ve el aparato fascista y corrupto que no tolera la menor injerencia. Ni compartir nada. No es exagerado definirlo así, porque la deshumanización de la víctima es una característica del fascismo. De alguna manera Sánchez también lo sufre desde el ala derecha de su propio partido y desde todo el conglomerado de la derecha extrema. La diferencia es que él sigue teniendo el poder de remediarlo y no sería mucho mayor el precio del que ya está pagando.

La valentía real no es la que blande la ultraderecha en un remedo de patriotismo, es la que afronta peligros para lograr soluciones difíciles. Como el fiscal de la Corte Penal Internacional hay pocos, pero existen y la mayoría actúan en silencio y con riesgo de sus vidas. Vivimos tiempos de guerras, de irracionalidad y de matonismo. De inmensa cobardía, también. De la que se inhibe, de tirar la piedra y esconder la mano, de la que se parapeta tras el primo sionista para insultar, de compartir mesa y micrófono con agresores. Pero siempre hay valientes que enfrentan los obstáculos por los demás. Si el número fuese mayor, si no se les dejase solos, hoy todo sería diferente. Tal vez mañana lo sea. 

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