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El veto de la agonía

Imagen de archivo de una habitación de un hospital. \ Tomasz Sienicki, Wikimedia Commons.

Elisa Beni

Hace muy poco tiempo pasé días sujetando la suave mano de mi madre mientras agonizaba. Días oyendo cada estertor, que se prolongaba infinitamente, con el alma en suspenso por ver si sería al fin el último. El cáncer es cruel y cuando ya ha devorado a quien quieres, aún te reserva ese dolor suplementario. Mi madre murió el pasado Día de los Difuntos y desde aquí vuelvo a agradecer los cuidados paliativos del Hospital Universitario Príncipe de Asturias de Alcalá de Henares. Sin ellos todo hubiera sido aún más insoportable. Esos últimos días fueron un dolor extra. No había esperanza. No había futuro. Sólo la constancia de que era preciso esperar a que la cruel enfermedad terminara por destrozar algún punto vital que colapsara aquel cuerpo maltratado que ya no contenía a la mujer que me amaba y a la que yo amé como a nadie.

A pesar de la irremisibilidad hay todo un camino que hacer y que sufrir cuando llega el final. Pasar de las altas dosis de ansiolíticos a la sedación conlleva un tiempo en el que ni siquiera sabes si tu ser amado es consciente del calvario por el que atraviesa. Luego, al final, viene la calma de saber que ya no sufre, que la agonía ya no le toca, que sólo tienes ante ti un pobre cuerpo lacerado, un mecanismo totalmente deteriorado, que agoniza y se convulsiona en una cama en espera de la liberación final.

En España esto que les relato incluso es un lujo. Hay lugares en los que los cuidados paliativos no llegan o llegan con dificultad o están tan saturados que no pueden atender a todos los que los precisan. En España hay médicos que, por miedo o por precaución, expanden ese periodo intermedio hasta la sedación. El tiempo más difícil de asumir. Médicos que siguen ordenando poner suero o medicación a sabiendas de que no van a parte alguna.

Nunca se le reprochará lo suficiente a Esperanza Aguirre el retroceso en esta cuestión que se experimentó en España. Fueron Aguirre y su gobierno, con fines totalmente políticos, los que emprendieron la loca carrera para castigar al doctor Montes. El doctor Muerte le llamaban, los que se escudaron en un anónimo para querer colgarle 400 homicidios mientras la Cope y El Mundo montaban un festival de infamia a su alrededor. La Audiencia de Madrid archivó el caso y retiró toda referencia a que siquiera se hubiera producido mala praxis médica. La Justicia refrendó la profesionalidad de Luis Montes pero esta persecución –inducida, espoleada y auspiciada por el poder de Aguirre– dio una voz de alarma para los médicos que recularon para curarse en salud.

Ayer el Congreso rechazó una iniciativa legislativa sobre la eutanasia y la muerte digna. Era de Unidos Podemos y quizá fuera eso lo que más pesó para que el propio PSOE, que nunca ha negado la necesidad de legislar al respecto, se echara para atrás. Según datos de Metroscopia, el 84% de los españoles está de acuerdo en que se regulen estos aspectos. Es una cuestión que de hecho nos concierne a todos. Todos podemos estar sujetando esa mano durante una agonía. Todos podemos ser el cuerpo abandonado al dolor en un lecho de hospital. Pero siempre se pospone. Nunca es el momento. Siempre hay una combinación mejor, otra prioridad, un debate más largo que hacer.

Los socialistas afirmaron ayer en el Congreso que “el debate de Podemos es precipitado”. Es evidente que el suyo no lo es. Han gobernado durante años este país con mayoría absoluta y siempre han encontrado un motivo para aparcarlo. Ciudadanos también se abstuvo, dicen que ellos están por una ley de muerte digna que tampoco tiene plazo. Eso sí, lo de los vientres de alquiler –que sólo es reclamado por un porcentaje muy minoritario de la sociedad y que es una arriesgada propuesta para satisfacer a unos pocos, poniendo en peligro a las mujeres en general– eso lo tienen claro y nos lo han metido con calzador en la agenda informativa para conseguir un estado de opinión y una presión social. Lo de la muerte no. Eso no nos concierne a nadie y es evidente que lo digo en un alarde de ironía macabra.

Señores parlamentarios: ¡déjense de milongas! Mientras ustedes planean si es tácticamente mejor apoyar el texto de otros o presentar el propio o... hay familias enteras sufriendo. A la mayoría de la sociedad no nos importa quién o cómo se apunte el tanto. Cada vez que la enfermedad, el dolor y la muerte nos ponen ante la realidad de lo mal que se muere en España nos acordamos de esa ley que nunca se hizo sin que ninguna de sus excusas nos sirvan. Así que cuando dieron al botón unos para negarse –que digo yo que qué problema tiene hacer leyes que sólo son de acogimiento voluntario– y otros para abstenerse –por no darles cancha a los otros– pulsaron la continuación de agonías atroces y de dolores e indignidades infames para muchas personas.

Sólo exijo que lo piensen. Ya sé que los muertos no volverán de la tumba para reprocharnos la inacción. No hace falta. Quedamos los vivos. Hay debates y decisiones que no pueden dilatarse eternamente porque morimos un poco cada día; ustedes también, señores parlamentarios.

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