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Zabihullah Karimullah se ha ido

Refugiados afganos.

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Madre y madrastra mía, España miserable y hermosa

Blas de Otero

Zabihullah Karimullah se ha ido con su mujer y sus hijos. Ha dejado España. Está ya en las antípodas, en Nueva Zelanda, y su historia es un reflejo de la falta de reflejos de España, de nuestras deficiencias en materia de asilo, de cómo las historias de humanidad no duran solo lo que dura una cobertura mediática. Zabihullah Karimullah era el fiscal general de Afganistán cuando volvieron los talibanes y, dado que contribuí a salvarle la vida, me llena de tristeza que mi país no haya sido capaz de retener su talento como el de otros tantos afganos, como sucederá con muchos ucranianos. 

El día que cayó Kabul él estaba en su despacho y comenzó a oír los tiroteos que anunciaban que los talibanes ya estaban dentro de la ciudad. Karimullah supo desde ese momento que su vida corría peligro. Él, el fiscal que ya había recibido amenazas tras haber realizado una reforma integral del Ministerio Fiscal para atajar la corrupción; el que había destituido a 130 fiscales jefes porque estaban pringados. Él, que había recuperado 150.000 hectáreas de terrenos públicos ocupados por los señores de la guerra y que los llevó ante los tribunales. Desde el primer momento sabía que su vida no valía nada y la certeza de que los talibanes habían asesinado ya a varios fiscales y comenzar a recibir llamadas, él y su entorno, haciéndose pasar por amigos para lograr su localización, no hizo sino confirmárselo. Así que comenzó a esconderse en casas de conocidos, que cambiaba cada día, separado de su familia, y logró ponerse en contacto con el responsable de 14 Lawyers, un abogado bilbaíno al que conocía bien, porque este se había pateado bien Afganistán, buscando el trabajo callado de abogados, fiscales y jueces.

Por hacer el cuento corto, y no por ello menos angustioso, se consiguió de la División de Emergencias Consulares española un salvoconducto para volar a España para él, pero tenía que llegar al aeropuerto como pudiera. Recuerden la angustia y los controles de los talibanes. Una persona con proyección pública y cuya cara era bien conocida en los medios no podía arriesgarse a llegar solo. Es en ese momento cuando desesperado, Ignacio Rodríguez de 14 Lawyers, al que conozco hace tiempo, se puso en contacto conmigo y me dijo: “Elisa, tenemos que sacar de Afganistán al fiscal general con su familia, al ministro de Hach y a una abogada defensora de los derechos de las mujeres, muy activa, con su familia o los van a matar. Piensa algo. Ayúdame”. Yo pensé que si se trataba del fiscal general de Afganistán tenía que implicar a Dolores Delgado y, no me equivoqué, desde el momento que supo que esas vidas estaban en peligro, tanto ella –en contacto con las autoridades españolas– como su pareja, Baltasar Garzón, se volcaron para conseguir el objetivo. Garzón lo cuenta en el libro que acaba de sacar, “Los disfraces del fascismo”. Fueron unos días angustiosos. Estábamos en tres continentes distintos, con tres horarios diferentes. Garzón, al que nadie podrá negar su reconocimiento y contactos internacionales, tiró de todo lo que pudo. Karimullah, en el otro lado, estaba desesperado. Cada vez les llegaban noticias de más funcionarios del régimen auspiciado por los occidentales que estaban siendo asesinados. Estaba dispuesto a lanzarse a las carreteras para intentar cruzar alguna frontera terrestre. Nosotros sabíamos que eso era una locura. 

Finalmente conseguimos a través del ex juez que los norteamericanos, en una operación de comando, acudieran con un helicóptero al lugar en el que se escondía el fiscal general para salvarlo. No les voy a contar las precauciones que tuvimos que tomar en la cadena de auxilio para que en Afganistán supieran que el contacto era bueno, que no iban a pasar la posición a los talibanes y que el auxilio llegaría. Fueron días de mucha angustia para todos pero cuando tienes delante de ti los pasaportes, las fotografías, los mensajes de personas concretas que dependen de que durante la noche estés alerta para pasarles los mensajes, entonces aún la tensión es mayor. 

Los salvamos. A todos ellos. Zabihullad Karimullah entró en el sistema de asilo y fue recibido por Dolores Delgado en la Fiscalía General del Estado, acompañada de muchos fiscales españoles, para dejarle sentir su reconocimiento y su hermandad. Pero el fiscal general, al que un amigo afgano residente en España compró un traje para poder ir a esa recepción, vivía en un piso de asilo en una provincia. Ni él ni su mujer, a pesar de su agradecimiento por el rescate, podían soportar estar sin hacer nada, con la prohibición de salir de la provincia y con la entrada, casi cada día, sin avisar, de los miembros de la ONG que administraba los pisos de asilo. A cualquier hora entraban y vigilaban la cocina y el piso. No podían invitar a nadie a tomar el té o a visitarlos. El escaso dinero que se les entrega, 50 euros por cada adulto y 20 para cada menor, más unos 340 euros para comprar comida, debía ser cada mes justificado hasta el último céntimo en un sistema de desconfianza que no se compadecía con la situación. No solo él, todos los refugiados afganos han pasado por eso. Comenzó a estudiar español, el inglés lo habla a la perfección, sin ninguna perspectiva laboral por delante. Así que angustiado por su situación movió los contactos que guardaba de su época de funcionario de Naciones Unidas. Fue así como la ex vice primera ministra neozelandesa le ofreció que se fuera a ese país. Nueva Zelanda le ha proporcionado una casa familiar –sin intromisiones permanentes en su intimidad– un coche y un sistema urgente para revalidar sus conocimientos jurídicos. Zabihullad Karimullah ya ejerce como abogado en las antípodas de España.

No es un caso único. Como ya contó María Martín, más de un tercio de los afganos a los que acogimos emocionados el pasado verano ya han abandonado el sistema de acogida y asilo español. La tasa de abandono de los acogidos afganos ha sido inusualmente alta, un 36%, frente al 20% de media tras la acogida de refugiados de otros países. Tal vez el nivel de los evacuados tenga que ver. Cuando sacas de un país a juristas, intérpretes, técnicos que han colaborado contigo, deberías de estudiar la forma de aprovechar ese talento porque vivir no es solamente no morir sino tener expectativas. Martín en El País afirmaba que la Secretaría de Estado de Migraciones ha rechazado sacar conclusiones de estos datos pero que tanto los afganos como las ONG afirman que si han abandonado el sistema de acogida español ha sido “para reagruparse con familiares, para buscar mayores expectativas laborales o encontrar una mayor red de apoyo y más autonomía”. 

El asilo es una obligación internacional y puede que este sistema de suspicacias, vigilancias y falta de salidas venga de lejos, pero no deja de ser doloroso que el gobierno más progresista de la historia no haya sido capaz de mejorarlo. “El pueblo afgano puede contar con este Gobierno” dijo el ministro Albares. Mientras hay decenas de mujeres fiscales, juezas y abogadas varadas en Islamabad, Teherán o un campo de refugiados de Abu Dabi esperando gestionar los visados para llegar a España que se les prometieron si lograban salir por su cuenta de Afganistán. El ministro dice que las embajadas españolas en esa zona tienen una gran carga de trabajo. Lo cierto es que estas mujeres que eligieron en su día defender un Afganistán con Estado de Derecho al amparo de la Comunidad Internacional, están tiradas desde hace meses, algunas embarazadas y otras enfermas. Estas mujeres que acusaron y condenaron a hombres –anatema para un talibán– que protegieron a víctimas de violencia de género, que lucharon contra el casamiento de menores y que procesaron a talibanes, terroristas y señores de la guerra, recibieron una promesa de España permanecen en un limbo legal. “Mujeres admirables que hoy veo agotadas, hundidas y desesperanzadas”, dice Rodríguez que continúa a través de 14 Lawyers su lucha por traerlas hasta aquí. 

Zabihullad Karimullah se ha ido y me alegro por él, aunque tengo claro que es un símbolo de la incapacidad de nuestro país para aprovechar lo mejor de aquellos que tienen que huir. Ellos no saben de la España madrastra, pero lo aprenden. 

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