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Cambiar o no de costumbres
Estamos oyendo permanentemente que tenemos que concienciarnos de que hay que cambiar nuestras costumbres. Y creo que no tenemos que concienciarnos de eso, sino que hay que aparcarlas temporalmente.
Nuestras costumbres, especialmente las sociales, son preciosas y también muy preciadas.
Me refiero, por ejemplo, a la costumbre que tenemos de reunirnos los amigos y amigas los viernes en un bar a tomarnos unas cervezas, hablar de lo humano y lo divino, reírnos, terminar tomando un pincho e irte a casa con una felicidad muy graciosa.
O salir los sábados a correr o a rodar en bici con tu peña y después recuperar las calorías quemadas con un almuerzo pantagruélico.
O ir a comer con tus padres y disfrutar de cómo les gusta tener cerca a sus hijos y a sus nietas.
O de ayudar a una colega a hacer una mudanza y luego dejarte invitar a comer.
O simplemente de camino al trabajo te encuentras con alguien y te tomas un café en 15 minutos y sigues tu camino, y así podría estar horas.
No hay ningún sociólogo, psicólogo, antropólogo ni nada que termine en -ólogo, que se oponga a esto; todos coincidimos en que todas estas costumbres nos hacen más felices, más solidarios y mejores personas.
No nos tenemos que concienciar de que hay que cambiar de costumbres, simplemente hay que dejarlas en stand-by, y concienciarnos de que estamos en una situación extraordinaria, compleja y complicada, y que durará dos, tres, seis o nueve meses y que nos exige ser maduros, inteligentes, pacientes y comprensivos.
Y esa exigencia no es, solamente, porque nos la pida un gobierno, sino porque la sociedad debe entender perfectamente la gravedad de la situación y aceptar su responsabilidad.
Por ejemplo, yo vivo en Valencia y si mañana hubiera un desconfinamiento total aprobado por el gobierno, no se me ocurriría ir a Madrid o a Barcelona a pasar el fin de semana.
Aunque mañana se produjera el desconfinamiento total, yo seguiría guardando la distancia de seguridad y no viajaría a otra provincia (salvo causa de fuerza mayor)
Aunque mañana hubiera una mascletá en la Plaza de Ayuntamiento de Valencia, yo no iría, o aunque hubiera una manifestación autorizada para mostrar mi protesta contra la gestión del gobierno, yo no iría.
Y trataría de no poner en peligro ni a mis padres ni a mis hijos ni a nadie, exponiéndolos a una situación potencialmente peligrosa.
Por tanto, debemos concienciarnos de que temporalmente esas costumbres tan maravillosas que tenemos, debemos dejarlas en espera, no olvidarlas, y comportarnos a la altura de las circunstancias.
Casi todos nos informamos, de un modo u otro, de la situación que vive el planeta entero, y leas el medio que leas o veas la tele que veas, hay algo en lo que coincide toda la comunidad científica, todos los técnicos e incluso todos los políticos: la situación sanitaria es grave y existen enromes dudas de cómo evolucionará la pandemia.
Así pues, aparquemos todos momentáneamente nuestras costumbres y seamos responsables y maduros. Hagamos un esfuerzo, porque además creo que no hay otro remedio, me lo pida el gobierno o no me lo pida.
Es más fácil aparcar temporalmente nuestras costumbres que cambiarlas.
Cambiar las costumbres de una sociedad puede llevar años y es muy difícil. Creo que es más fácil pensar que solo vamos a detener transitoriamente nuestras rutinas y tradiciones.
Volveremos a ellas y esto nos parecerá una pesadilla o un sueño surrealista y nos acordaremos de cuando estuvimos en casa encerrados y no podíamos ir a almorzar con los amigos o a visitar a nuestros padres y no sé si ese recuerdo nos arrancará una sonrisa o una pena, pero será un recuerdo.
Y si nos exigimos responsabilidad como ciudadanos, mayor responsabilidad debemos exigir a las instituciones para solucionar especialmente la situación económica y social que acarrea la pandemia, y para ello los gobiernos autonómicos y estatales, los estados, la Unión Europea, las entidades supranacionales y todas las instituciones implicadas en el asunto, deberían hacer absolutamente todo lo que esté en sus manos, y poner a la cola los intereses de cualquier grupo de presión financiero, bancario, inversionista, especulador, neoliberal, o cualquier otro.
Si hay que imprimir dinero, se imprime y se pone directamente en las manos de empresas, trabajadores, autónomos y de todo aquel que lo necesite; si hay que emitir coronabonos, se emiten o si el BCE tiene que comprar deuda, que la compre, por una cuestión de emergencia social extraordinaria y así evitar la pobreza y el caos.
Pero también, porque para bien o para mal, el capitalismo consumista es el sistema implantado y el que nos permitía, mejor o peor, vivir como vivíamos, y como la gente no disponga de capital, no hay consumo y el sistema colapsa.
Cosa distinta es plantearse darle dos vueltas al sistema e incluso tratar de implantar nuevos sistemas como el cooperativismo, la economía del bien común o la economía circular, entre otros muchos. Pero creo que ese debate, que considero imprescindible e importantísimo, no es urgente. Lo urgente es salir de la situación en la que estamos y que la población pueda reemprender su actividad laboral, empresarial y económica de la mejor manera posible.
Una vez nuevamente en marcha, debemos abrir ese melón, nos guste o no, porque la pandemia ha puesto al descubierto los fallos del sistema: cuando llevábamos quince días de confinamiento, ya estábamos instalados en el caos y la ruina económica, y eso revela la fragilidad del sistema socio económico. No podemos permitirnos vivir en un sistema tan frágil que en quince días se venga abajo. Necesitamos algo más fuerte, más equitativo, más social y más digno, porque, como siempre, quien peor lo va a pasar es la gente trabajadora y más humilde. Y por gente trabajadora me refiero no solo a los trabajadores por cuenta ajena, sino también a la inmensa mayoría de empresarios y autónomos.
Así que todos, ciudadanos e instituciones, seamos afines a las ideas políticas que sean, debemos ser maduros y aceptar nuestras responsabilidades y esa, que no es una costumbre muy extendida, sería la única que deberíamos cambiar.
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