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La deshumanización silenciosa del capitalismo
La mayoría de las personas tienen un espíritu solidario, suelen empatizar con los que sufren y tienden a ayudarlos ante situaciones adversas. En el enfrentamiento ideológico acontecido en el último siglo entre comunismo y capitalismo ha acabado por imponerse este último como sistema hegemónico, incluso penetrando en aquel de tal forma que ha generado un monstruo ideológico, una especie de “capitalcomunismo” con lo peor de los dos sistemas, siendo China el ejemplo más evidente, lo que es presagio de un escenario desolador.
Uno de los aspectos que destacan del sistema capitalista, es que para su implantación parte de la base de que sobran habitantes en el planeta, y son todos esos millones de seres humanos que no tienen suficientes recursos para consumir, lo que a su vez paradójicamente es el resultado en gran medida de la aplicación del propio sistema. Pero aun siendo esta la cara más visible y descarnada del mismo, también existe otra vertiente a resaltar y es que contribuye de una manera solapada a socavar los cimientos morales de la sociedad.
Existen ejemplos clarificadores en éste sentido. Imaginemos el caso de un ciudadano contemplando un desahucio con la consiguiente indignación, comprueba que es consecuencia de la intervención de un llamado “fondo buitre”, que casualmente es el mismo que sostiene al fondo de pensiones suscrito por él con una entidad bancaria. Esa misma persona contempla en un documental como explotan a las trabajadoras del textil en un país asiático y se irrita, pero al día siguiente va a comprar a una de las muchas tiendas que importan las citadas prendas textiles porque son más económicas. En otro momento compra online en una multinacional de la distribución, porque aparte de ser más rentable te lo llevan a casa, pero al mismo tiempo la critica al conocer los procedimientos de abuso que ejercen sobre trabajadores y proveedores. El mismo ciudadano que dispone de unos ahorros conseguidos con toda una vida de sacrificio, decide invertirlos comprando acciones en una multinacional de la energía en la que sus directivos cuando tienen que colaborar en momentos difíciles, pagando más impuestos por las cuantiosas ganancias recibidas, dicen que es injusto porque ellos se deben a esos pequeños y sacrificados accionistas a los que consideran compañeros, con los que comparten los mismos objetivos aunque sus beneficios sean abismalmente mayores.
Todas estas contradicciones nos sitúan ante un dilema moral del que no todos son conscientes, pero incluso aquellos que los son, se ven en una encrucijada derivada de la difícil situación económica de gran parte de la población, dado que el acceso a los bienes de consumo sigue en muchos casos la premisa de que cuanto más fáciles son de obtener peores son las circunstancias sociales implicadas en su producción, y todo ello condicionado por una perversa ecuación instaurada por el sistema capitalista, en la que los beneficios de unos se sustentan en perjuicios para otros, y que nos convierte al final en cómplices de su espíritu depredador.
El proceso se asemeja al de una adicción, lo que en principio produce un aparente bienestar se convierte en algo que va deteriorando los valores morales de la sociedad de tal forma que al final es muy difícil recuperarlos.
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