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Educar la capacidad crítica
Dice el gran sociólogo alemán Ulrich Beck en su libro inacabado La metamorfosis del mundo (2016) (le sobrevino la muerte poco antes de terminarlo), que una de las características esenciales de este concepto es la de señalar que nos encontramos con un mundo muy diferente al que pensábamos y esperábamos: “un mundo donde, al igual que los poseedores de teléfonos móviles, nos metamorfoseamos en datos y en consumidores fácilmente manipulables por parte de las multinacionales.”
Y, la dirección hacia la que se quiere manipular al consumidor-usuario, apunta hacia un horizonte dirigido hacia la obtención del máximo rendimiento del sistema de las grandes plataformas de comunicación, según la fórmula que han mantenido pese a guerras, desastres y pandemias: máximo tiempo del usuario pegado a la red en las pantallas. Al principio, porque vieron grandes beneficios en publicidad. Después se dieron cuenta de que los mensajes que más flujo generaban eran los breves. Entonces los especialistas en cajas negras de las plataformas analizaron estos mensajes tratando de encontrar en qué estructuras cerebrales se formaban.
Vieron que en un altísimo porcentaje no provienen del neocórtex; gran parte proceden del hipotálamo, que controla las emociones. Pero siguiendo la ley de oro del neocapitalismo, que es buscar siempre el máximo rendimiento, los controladores de las cajas negras descubrieron que aún existían estructuras cerebrales, más profundas, más antiguamente formadas en nuestra evolución, donde se producen respuestas puramente instintivas, y, susceptibles de ser manipuladas: el complejo reptiliano; pues en el tronco encefálico y en el cerebelo, aún hay restos de nuestro pasado reptil, que con una estimulación adecuada, pronto puede desatar la ira y producir respuestas de alto nivel agresivo; y éstas son las respuestas que lo petan en las redes.
Una curva de respuestas de usuarios de redes, de un día normal, estaría formada por dos altas crestas en los extremos: en uno de ellos, respuestas emocionales, y sobre todo, las más queridas por los algoritmos son, preferentemente las de lagrimilla fácil, y en el otro, de tipo instintivo-agresivo más alta que la anterior; en medio, una gran meseta deprimida, con pequeños altibajos, en el fondo de un profundo valle: poca actividad procedente del neocórtex. Ahora bien, esta estructura, la más recientemente formada por nuestra evolución, controla las funciones más complejas de nuestra conducta, como son, el pensamiento, la memoria, la imaginación... y dentro, está la corteza prefrontal, que controla funciones como la abstracción, el juicio crítico, la planificación a largo plazo, el pensamiento divergente, imprescindible para la creación, la toma de decisiones... Si hay alguna estructura del cerebro especialmente dotada para desarrollar la capacidad crítica de la persona, ésta es precisamente la corteza prefrontal.
Pero, la capacidad crítica, que pareciera seguir la lógica de que aumenta a medida que aumenta la información disponible, a mi modo de ver, en esta coyuntura actual, en la que las grandes plataformas de comunicación controlan los medios digitales, sucede todo lo contrario. Y todo indica que el control de los algoritmos sobre las vidas de las personas va a seguir en aumento a grandes velocidades.
¿Y cómo podría pararse, o al menos ralentizarse, o redirigirse, o redistribuirse este control?
Pues sería necesaria, en las redes, la alternancia de mensajes argumentativos, opiniones ponderadas, contrastadas, juicios en base a datos... para llenar ese valle deprimido, al que hacíamos referencia, y ofrecer una curva de comunicación más equilibrada, más a la altura de los picos extremos: en uno de ellos, la empalagosa dulzura lacrimógena; en el otro, la respuesta iracunda y agresiva.
Y aquí nos encontramos con la gran paradoja de la capacidad crítica, que lleva camino de un callejón sin salida: cuanto más crece el enganche a las pantallitas en niños, jóvenes y adolescentes, menos posibilidades hay de tiempo y de interés para desarrollar las funciones complejas. Ya conocía Lamarck que el órgano que no se usa se atrofia. Los neurocientíficos actuales conocen muy bien cómo aún tiene aplicación esa ley del viejo naturalista francés, cuando estudian el funcionamiento de las neuronas.
Y la paradoja sería: Cuanto más crece la información en velocidad y cantidad, más compleja se hace la comunicación. Por eso sería necesario desarrollar la capacidad crítica como nunca se había hecho hasta ahora.
Ahora bien, nos encontramos que a medida que se elevan los picos del emotivismo y la ira, baja en las redes la actividad de la corteza prefrontal que tiende hacia la atrofia por falta de estimulación, por falta de las muchísimas actividades que antes de aparecer las pantallitas se realizaban.
Sólo una leve llama parece alumbrar al fondo del túnel: la educación. La educación de Piaget, de Vigotsky, la ILE, Montessori, y otros grandes maestros, no las reformas, mal llamadas, educativas que realizan los ministros de (la mal llamada) Educación, cuando toca el turno de gobernar y hay que adaptar la ley a la ideología del partido. ¿Para cuándo un Pacto de Estado en la Educación?
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