La enfermiza estrategia de Rivera

Entre el barullo creado estos últimos días con los titulares centrados en el Orgullo y Ciudadanos uno se plantea si hay alguna reflexión que hacer. Que Ciudadanos esté en medio del barullo político no puede sorprender a nadie.

Son muchos los personajes públicos que han expresado su opinión al respecto de la estrategia del partido, que entre otras cosas ha conseguido que por una vez las dos españas coincidan en algo. Pues la estrategia de Ciudadanos basada en acercarse al sol que más calienta ya no convence ni a los mismos del partido, que en esta última semana han sido protagonistas de varias dimisiones por su giro a la derecha.

Ciudadanos es un producto electoral que nació a raíz de la necesidad de regeneración que sufría la política española, en un momento en el que el escenario bipartidista se veía agotado. Era un buen momento para plantear Cs, una derecha moderada en algunos aspectos sociales pero con las mismas raíces económicas liberalistas que el PP. Una apuesta segura que se iba a llevar los votos del electorado derechista, harto de la corrupción. No había margen de error. Supongo que por eso los grandes inversores del IBEX se vieron formando parte de las mismas mesas del partido en su momento de creación. Aunque el comienzo fue genial, la dinámica que han mantenido después para mantener en alza la cotización de sus acciones no ha sido igual de acertada.

Tal y como decían ellos mismos en los informes de gestión, han obtenido grandes titulares a través de su estrategia de provocación y victimismo. Una estrategia que se ha ejemplarizado cuando iban a sacar lazos en pueblos con mayoría de votantes independentistas, en pueblos vascos en los cuales Ciudadanos ni siquiera se presentaba a las municipales, o lo último que hemos visto, de ir al Orgullo a recoger insultos.

Una estrategia que pone el listón de la política en los niveles más bajos que los vistos en democracia, basada en recoger titulares, espacio mediático y rédito electoral. Votos alimentados por el odio a los catalanes, a los vascos, y al colectivo LGTBI, que les ha llevado a tacharlos de fascistas y proetarras cuando lo han visto necesario.

Y es que lo único que no parecía necesario era aplicar esta dinámica de maximización del rédito electoral tan estricta. ¿Tan poco valor tiene la palabra de los dirigentes, su integridad moral, o la imagen del partido?