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Locura

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Mucho se ha escrito sobre la locura y probablemente nunca se llegue a concretar en qué consiste. Yo creo que simplemente es un término abstracto que, en sí, no tiene ningún sentido más allá de la poesía.

Conozco a “locos” maravillosos y a seres supuestamente “cuerdos” que jamás vivirán en la misma realidad del común de los mortales. Probablemente, llamar a alguien “loco” sin apenas conocerle o a juzgar por lo que dicen otros o por algo que nosotros nunca vimos en ella o él, sea la nominación más cruel que podemos hacer sobre esa persona, por las connotaciones que sigue teniendo la enfermedad mental y, más allá, esa locura que nadie sabe con certeza qué es.

En la primera acepción de la RAE, loco es aquel “que ha perdido la razón”. Yo nunca conocí a nadie que perdiese la razón del todo. Más bien al contrario, he conocido de cerca, de muy cerca, situaciones en las que nombrar una realidad es atreverse a soportar el juicio de otros, que pueden tildar esa cosa tan sensata... de locura. No nos gusta escuchar algunas verdades, sobre todo las que tocan en lo profundo de una. Es más fácil asumir que el otro está enajenado.

A Javier Milei -por venir al aquí y ahora-, ese señor apodado desde jovencito “el loco”, le pasan muchas cosas, sin duda. Yo misma lo podría llamar así, porque es un adjetivo que -sin profundizar- le contiene. Pero, fijaos si el mundo es raro, que tampoco ese señor está encerrado en un psiquiátrico, como otros. Y se parece bastante a un perfil pujante en los poderes políticos de cualquier lugar del mundo. Otro como él, en otra circunstancia, habría podido traspasar el umbral de la puerta de la izquierda del hospital psiquiátrico de Oña... para siempre.

Es increíble la dureza, la crudeza, la maldad, el engaño, la arbitrariedad. Es otra muestra de la perversidad del poder, en este caso del poder de quien puede diagnosticar, marcar a fuego, decidir el pronóstico y el futuro de personas vulnerables, de personas cuyo sistema nervioso es más sensible que el de la media, cuya situación sale -en un momento determinado o en un periodo vital más prolongado- de los contornos de lo soportable y acaban por romperse.

Una se puede romper, a veces una solo puede romperse. Pero una se puede recomponer, si tiene herramientas a la mano que le ayuden a ello. Las personas somos también herramientas de cambio, hacemos algo así como terapia sin saberlo, unas con otras. Pero, cuidado, que también podemos hacer daños irreparables, o casi.

A veces... hay alguien que dictamina que un otro no tiene vuelta atrás, y le empuja a traspasar una puerta de la que difícilmente habrá retorno. Eso es brutal, inhumano. Es sádico no dejar escapatoria posible.

Las puertas, sin embargo, son agujeros en los muros y tienen doble dirección. Necesitamos, de alguna manera, que siempre queden entornadas. Porque, lo digo muchas veces y creo que es una de las pocas cosas en las que tengo razón: nunca sabemos lo que va a suceder.

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