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La sociedad de los sofistas

Los vecinos en una de las sesiones de discusión

Antonio Franco García

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Sobran sofistas; faltan filósofos. Abundan los sofismas; escasean los axiomas. Frente a principios de verdades incuestionables, argumentos falsos que se pretende hacer pasar por verdaderos.

El sofista Gorgias admitía que “con las palabras se puede envenenar y embelesar”. El arte de la persuasión no está al servicio de la verdad sino de los intereses del orador. Esto en la Grecia clásica, en la cuna de la Democracia, en Atenas. Poco ha cambiado. Si acaso los medios para hacer llegar los sofismas al Pueblo. La televisión e Internet han sustituido al ágora.

Los sofistas de la antigua Grecia simulaban saber de todo, ya sea de astronomía, aritmética, pintura o música. Sus conocimientos no buscaban la verdad sino la apariencia de saber porque esa apariencia les revestía de dignidad ante el Pueblo. Me suena.

“Nos ha tocado el peor gobierno en el peor momento”. “Este gobierno quiere romper España”. “Quieren derogar la Constitución”. Mensajes manidos, razonamientos vacuos que calan en el personal, y que organizan todo un ejército de cuñadísimos aspirantes a sofistas.

No saben responder al cómo ni al por qué. No saben, no contestan; pero se asían al mensaje, al sofisma.

Teatralizan los discursos. El teatro, otra herencia de los griegos. Los aplausos y las palmadas en el hombro tras la actuación, o durante ella, qué más da. Lo importante es que la falacia parezca verdadera. La retórica usada como método de la persuasión al servicio del que habla, no al de la verdad. Eso, al menos, sostenía Platón.

Sobran Protágoras, Gorgias, Antifontes y Critias. Faltan Heráclitos, Sófocles y Pitágoras.

Y no sólo en Política, también en las otras facetas de la vida, y de la Cultura y el Conocimiento abundan estos personajes. Utilizando los nuevos medios tecnológicos de comunicación, cualquiera puede abrir su canal y a renglón seguido tener un número considerable de seguidores. No hay materia que no “dominen”.

Vivimos en un mundo de sofistas. O los sofistas dominan el mundo. Da igual. El “yo solo sé que no sé nada” ha quedado anulado. Sabemos todo y de todo. O al menos eso hacen creer. Lo penoso es que les da resultados.

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