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Veinte años de matrimonio igualitario en España: memoria, logros y desafíos pendientes
Hace veinte años, el 3 de julio de 2005, España legalizaba el matrimonio entre personas del mismo sexo. Fue una conquista histórica, fruto de décadas de lucha del movimiento LGTBI+, desde la clandestinidad del franquismo hasta las calles democráticas. Detrás de esa ley no hubo solo voluntad política, sino una larga batalla por la dignidad, el amor y la igualdad.
Desde los años setenta, surgieron en distintos puntos del país colectivos que exigían derechos. En Cataluña, uno de los pioneros fue Armand de Fluvià, genealogista de formación y activista incansable. Fundador en 1975 del Front d’Alliberament Gai de Catalunya (FAGC), de Fluvià asumió la lucha homosexual como una forma de resistencia política. Durante el franquismo, actuó en la clandestinidad, organizando redes, contactando a otros militantes y desafiando la persecución. Tras la amnistía, participó en campañas de visibilización, redactó manifiestos y presionó a las instituciones para reconocer derechos básicos.
Para Armand, como para su generación, la legalización del matrimonio no fue solo una victoria jurídica: fue una reparación moral. Significaba que el Estado reconocía por fin la legitimidad del amor entre personas del mismo sexo, tras décadas de silencio y represión.
La Ley 13/2005 permitió a miles de personas casarse, formar familia y acceder a derechos como la adopción, la pensión o la herencia. Fue celebrada por amplios sectores sociales, pero también duramente contestada. La Iglesia católica organizó manifestaciones, y el Partido Popular presentó un recurso de inconstitucionalidad, que fue rechazado en 2012.
España se convirtió en un referente mundial, pero la igualdad legal no eliminó la violencia. Aún persisten discriminaciones, especialmente hacia las personas trans, migrantes o racializadas. La ley abrió un nuevo tiempo, pero no resolvió todos los desafíos.
Armand de Fluvià advirtió siempre que los avances podían revertirse. Por eso defendió la memoria del movimiento, la educación en diversidad y la movilización constante. Su activismo no terminó en 2005: siguió apoyando a nuevas generaciones, promoviendo derechos para las familias diversas y reclamando políticas públicas inclusivas.
Veinte años después, celebrar esta ley es también un deber de memoria. Cada derecho conquistado tiene detrás rostros, nombres y historias. Recordar a militantes como Armand de Fluvià es recordar que nada fue fácil, y que cada avance costó esfuerzo, valentía y convicción.
Hoy, en un contexto global donde resurgen los discursos de odio, es fundamental defender lo logrado y avanzar hacia una igualdad real. Porque el amor no necesita permiso, pero sí protección. Y porque la justicia no consiste solo en cambiar leyes, sino en transformar vidas.